Robert Downey Jr. pregunta quién es el

Robert Downey Jr. pregunta quién es el Batman-Batman

Por | 11 de marzo de 2016

Esto es una realidad total y opuesta a las películas de Chris Nolan. Es otro universo, así que no podíamos contratar a Christian Bale aunque quisiéramos, porque no existe en nuestro mundo.

Zach Snyder en entrevista, The Guardian, 10 de marzo de 2016

Robert Downey Jr. se levantaba a la hora que le venía en gana. A veces más temprano, a veces más tarde, dependiendo si estaba en recuperación o si había vuelto a caer en el desmadre. Para vivir en un país a mitad de camino entre el decreto y la invención, la legitimidad y el agandalle, la falta de piso ontológico y el destino manifiesto, se siente bastante cómodo. Más aún cuando sabe que no es Robert Downey Jr., sino alguien más, pero que debe guardar el secreto de su identidad en la medida de lo posible. Una voz en su cabeza le dice: no le vayas a decir quién eres, no lo hagas; si lo hace, no te dejarán seguir siéndolo. Bendito Billy Wilder, que convirtió en material para la pantalla lo que se vive en el cotidiano hollywoodense donde se confunden los roles que viven dentro y fuera de la pantalla, para servir de base para una última escatología. No hay más trascendencia que en la pantalla (para lo que hay en la pantalla, para lo que se ve en la pantalla, para lo que se vive en la pantalla) y así, como espejo oscuro, se abre al abismo como película de David Lynch. Robert Downey Jr., no tiene de dónde agarrarse esa mañana que ha vuelto a despertar vociferando. Se ha palpado el pecho con los brazos para no encontrar su armadura. ¿Dónde está mi traje de Iron Man?, grita, ¿por qué no lo traigo puesto? Una voz en el fondo de su cabeza le recuerda, mientras tanto, que nunca estuvo en una película de David Lynch, que él es alguien más todo este tiempo y que debe ser discreto en la medida de lo posible. ¿Cómo voy a ser discreto al respecto de quién soy?, se pregunta, masticando los restos del sueño. La habitación da vueltas alrededor suyo, no es la habitación sino la cama la que da vueltas, cuando su mirada llega a la puerta, ésta se abre para dejar entrar a su asistente coreano que, entre solícito y alarmado, le pregunta si está bien, que qué le pasa, si se ha metido algo. Robert Downey Jr., levanta la vista para descubrir su reflejo en el techo que instaló en el techo viente años antes, cuando era alguien más, una bala perdida que le hacía a la militancia blanda como actor de adévis, envidioso del éxito de fantoches como Nicolas Cage que hacían una película y la siguiente -mal y peor siempre- como síntoma postochentero de una crisis de contenidos y representaciones que –convertida en inercia- hace funcionar a la industria. Cuando todavía tenía conciencia de sí mismo, Robert Downey Jr. envidiaba la inconciencia de Nicolas Cage, ese drive psicótico que lo hacía creer que, llamado una y otra a nuevas producciones, convertía a los personajes que representaba en avatares suyos (entre los ojos de perro a medio morir del ángel enamorado de remake de Las alas del deseo y el movimiento desaforado de brazos y piernas que aprendió trabajando con David Lynch. Tú suéltate Nicky, nada más piensa que Jimmy Dean está muerto, que tú eres el nuevo Jimmy Dean, Nicky. Siéntelo: es el espíritu de Jimmy Dean tocando a la puerta, diciendo, déjame entrar, Nicky, déjame entrar. Así, Nicky, así. Padrísimo.) Tendría que haber sido yo el que trabajó con David Lynch, dice como quien interpreta un papel, sobre todo ahora que está enfrente de su asistente coreano, al que no recuerda, mientras se pregunta para sí, ¿dónde está ella? ¿dónde está mi asistente?, a la vez que sonríe y dice entre dientes: Pinche Nicolas Cage, nada más porque eres sobrino de Francis Ford Coppola. El daño que le han hecho los católicos romanos a las representaciones de lo sagrado. Querría explicar que los productores judíos han tenido claro el imaginario de sus mitos, Moisés es Charlton Heston y Ramsés es Yul Brynner en la producción que sirve, para propósitos prácticos, de antecedente para el cine de superhéroes. Es por esto que Marlon Brando será el padre de Superman, y, un poco en remedo a lo mismo, es que Russell Crowe hará el papel en la versión de Zach Snyder, donde ya no es Superman sino “el Hombre de Acero”. Si puedes hacer películas de romanos, puedes hacer películas de superhéroes: la fórmula y el presupuesto son los mismos, la diferencia está en los “acabados”. Robert Downey Jr. hace memoria, que recuerde, nunca ha hecho una película de romanos. Esto es verdad, pero también es verdad que Robert Downey Jr. ha dejado atrás ese idiot savant que sobrevivió los años ochenta para convertirse -con el nuevo siglo- en una estrella  de cine de acción con vena cómica, un poco como Johnny Depp, pero mejor -en chido, si hubiera un calificativo que se le pareciera, siquiera remotamente, en inglés (yo sé, querido lector, que se te han ocurrido varios, pero –neta- ¿qué tanto quieren decir otra cosa que chido?)- para asumirse como quien ha sido -en verdad- todo este tiempo: Tony Stark, envase quintaesencial de la supremacía tecnológica estadounidense. Nadie más que yo ha sido Tony Stark, se oye decir, no sabe si se lo dice a sí mismo, para convencerse, o al asistente coreano, para guardar las apariencias. El asistente coreano no dice nada, espera expectante. Robert Downey Jr. lo mira, suspira y le pregunta si le puede traer un par de cruasanes y café. El asistente coreano no tarda en regresar con el desayuno, mientras espera, Robert Downey Jr. ha recorrido su casa diciéndose, ésta no es mi casa, ésta no es la casa de Tony Stark. Siente el vano impulso de prender la pantalla de plasma y verse en la pantalla, confirma que la casa de Tony Stark es otra, muy distinta. Pero también sabe -la voz le insiste- que debe disimular. No hay Warhol que valga, eso me queda claro, ni Basquiat ni Rauschenberg, para el caso, le dice al asistente coreano mientras le da sorbitos a la taza de café humeante. Ha visto un retrato y el siguiente -todos realizados por encargo- y en ninguno se ha reconocido. Ése no soy yo, repite una y otra vez. Sólo se reconoce en un boceto realizado por Jack Kirby en 1965 de Iron Man). No puedo ser yo, pero no puede ser nadie más que yo. Yo soy Iron Man. Se da cuenta que lo ha dicho en voz alta, que se ha vuelto a traicionar, como lo hizo en el show de Ellen Degeneres, cuando le preguntó si habría un Iron Man 4, y tuvo que aceptar que lo había, no porque estuviera en proyecto (había tanto que hacer ahora que Disney había comprado Marvel, cuanta serie y cuanta película se pudiera) sino porque él era Iron Man todo el día todos los días. El asistente coreano sonrió y le dijo: Sí, tú eres Iron Man, nadie más ha sido Iron Man. El rostro de Robert Downey Jr. se ilumina. Sí, nadie más que yo, repite. ¿Dónde están mis trajes?, se atreve a preguntar. El asistente le contesta: En el clóset, por supuesto, excepto por los que están en la tintorería. Robert Downey Jr. hace un rictus y finge esa sonrisa tan suya: No esos trajes. Los trajes de Iron Man. Al momento, se ensombreció el semblante del asistente coreano: Esos trajes están en el estudio. Son propiedad del estudio. El estudio le ha persuadido que no insista en querer tener esos trajes. Recuerde que estuvieron a punto de acusarlo de robo. Jon Favreau tuvo que disuadirlos de hacerlo. Robert Downey Jr. lo mira desolado. ¡Pero son míos! Tú mismo lo has dicho. ¡Yo soy Iron Man! El asistente coreano sonríe con tristeza. Ahora me vas a preguntar dónde está Pepper. El rostro de Robert Downey Jr. se vuelve a iluminar, está a punto de hacerle esa misma pregunta pero es contenido por la voz que lo disuade. Se le queda mirando al asistente coreano con una mezcla de furia contenida y desolación. Luego murmura. Pero si soy Iron Man. Lo acabas de decir. El asistente coreano asiente: Eres el único Iron Man, nadie más ha sido Iron Man. Robert Downey asiente una y otra vez como un niño lleno de fervor, pero no se atreve a decir nada. El asistente coreano se muestra impávido, luego continúa. No es como con Batman, ha habido muchos Batmans. El primero fue Lewis Wilson en un serial clase B dirigido por Lambert Hillyer en 1943. El segundo fue Adam West en la serie de televisión emblemática de los sesenta producida por William Dozier. El tercero fue Michael Keaton en las películas postochenteras de Tim Burton. Le siguieron Val Kilmer y George Clooney dirigidos por el petardo de Joel Schumacher, luego vendrían el Batman noir de Christopher Nolan con Christian Bale y ahora, como la cereza que corona el pastel de Zach Snyder, Ben Affleck –quien siempre quiso hacerla de Matt Damon- la hace de Batman contra Superman…  Robert Downey Jr. lo agarra de las solapas y le pregunta ¿Y cuál de todos ellos es Batman? Yo soy Iron Man, el único Iron Man. El asistente coreano lo mira fijamente, como si repasara los pasos que debe seguir en una situación que se ha presentado innumerables veces, luego sonríe. Todos han sido Batman. Todos son Batman. Robert Downey Jr. no cabe en su desesperación. Pero, ¿cuál es el Batman-Batman? El asistente coreano suspira. Hay opiniones al respecto. En ese momento entran dos hombres vestidos de blanco, liberan al asistente coreano y someten a Robert Downey Jr., que los mira con ojos desorbitados, haciendo todavía la misma pregunta. El asistente coreano se agacha y le dice: Todo pierde control y perspectiva cuando se trata de superhéroes. Todo tiende al ridículo. Han querido tomárselos en serio cuando no son más que personajes de cómic: bidimensionales, en mallas, que repiten las fórmulas trilladas del melodrama. Como crítico debes hacerte la pregunta del sustrato, de dónde vienen, qué quieren decir en última instancia, cuál es el origen secreto de los superhéroes. “El medio es el mensaje.” ¿Cuál es el medio? El cómic. El Batman-Batman sería Adam West. Robert Downey Jr. estalla en carcajadas. Se ríe, se sigue riendo, no para de reír. Es tanta su risa que parece manifestarse tipográficamente en el ambiente. Los hombres de blanco se lo llevan. El asistente levanta la mano a manera de despedida para luego decir a la cámara: Jack Nicholson sabía que la farsa no era comedia. Cierra los ojos. Ahora no sabe gran cosa. Fundido a negro.


Ricardo Pohlenz es poeta, escritor y crítico. Actualmente conduce La vocación renacentista del mil usos en el canal de radio del Centro de Cultura Digital. Su libro más reciente es La vocación de submarino (2015).