No es una película

No es una película

Por | 1 de septiembre de 2012

La censura vista como barrera que coarta la libertad de expresión suele, paradójicamente, revertir el efecto de su propósito para convertirse en potenciadora de las posibilidades creativas del artista. Encontrarse ante restricciones de cualquier índole, orilla a los creadores a desafiar tal imposición y encontrar nuevos caminos hacia la exploración estética. Los estados políticos y religiosos ven con ojos suspicaces todo producto cultural que cuestione su estructura y legitimidad, tachando de subversivo y pernicioso cualquier intento que provoque la reflexión sobre las condiciones en las que se vive: «Llaman violento al río impetuoso, pero a las orillas que lo comprimen, nadie las llama violentas…», dijo Bertolt Brecht. Jafar Panahi, director de cine y uno de los representantes más destacados de la nueva ola de cine iraní, sufre actualmente los sometimientos políticos que en su país le prohíben ejercer con soltura su profesión y suprimen su derecho a la libre expresión. Sin embargo, el cineasta hizo frente a tales restricciones y realizó No es una película (In film nist, 2011), una suerte de espejo fílmico que da voz a sus necesidades artísticas en un periodo de silencio obligatorio.

Con estudios en la Escuela de Cine y Televisión de la República Islámica de Irán, en Teherán, y después de haber dirigido varios cortometrajes para la televisión iraní, Panahi (Mianeh, 1960) trabajó como asistente de director para su compatriota, Abbas Kiarostami, en la película A través de los olivos (Zir-e derajtān zeytun, 1994). En 1995 dirigió su primer largometraje titulado El globo blanco (Badkonak-e sefid) –con el que obtuvo la Cámara de Oro en el Festival de Cine de Cannes– al que le siguieron El espejo (Ayneh, 1997), El círculo (Dāyereh, 2000), Crimson Gold (Talā-ye sorkh, 2003) y Offside (2006), cada una de ellas reconocida en diferentes festivales cinematográficos del circuito internacional. Con un estilo inclinado al neorrealismo, en sus películas podemos encontrar una crítica a las circunstancias sociales de su país, sobre todo de las condiciones bajo las que se ven forzadas a vivir las mujeres y la clase baja de Irán; motivo por el cual, la exhibición y distribución de su trabajo ha sido frenada constantemente por las políticas islámicas.

En 2009, Jafar Panahi se unió al Movimiento Verde, organización que protestaba en contra de los resultados de la elección presidencial que regresaban el poder al presidente Mahmoud Ahmadinejad, hecho que lo puso en la mira de las autoridades iraníes. En 2010, el director fue arrestado y encarcelado, acusado falsamente de dirigir una película en contra del régimen sobre los eventos que siguieron después de los comicios. Luego de que se sometiera a una huelga de hambre, y de la presión internacional encabezada por varios miembros de la comunidad cinematográfica, Panahi salió libre bajo fianza. Sin embargo, en diciembre de ese mismo año, la República Islámica lo detuvo bajo arresto domiciliario y lo sentenció a seis años de prisión y a veinte sin la facultad para dirigir películas, escribir guiones, conceder entrevistas a los medios y viajar al extranjero.

Recluido en la intimidad de su casa, el cineasta desobedeció la condena en su contra e invitó a su colega, el documentalista Mojtaba Mirtahmasb (Kermán, 1971), para capturar en video un día en su aislamiento mientras intenta compartir con él algunas ideas para el filme que planeaba rodar antes de ser interrumpido por el gobierno de su país. El resultado es un inclasificable documento visual que nos adentra en la vida del director y su terrible duelo frente a la censura oficial. Haciendo uso de la cámara de su teléfono móvil, Panahi nos introduce en la cotidianidad de su vida mientras espera noticias de su abogada sobre la apelación de su condena. Lo observamos hacer llamadas, ver el noticiero, ordenar comida, interactuar con sus vecinos y alimentar a su mascota, la iguana Iggy. A pesar de la incertidumbre que se cierne sobre sus hombros, el cineasta continúa con sus actividades domésticas de forma regular.

El título No es una película evoca a la famosa obra de René Magritte, La traición de las imágenes (La trahison des images, 1928-29), en la que el pintor surrealista cuestiona la veracidad de las imágenes artísticas, argumentando que son una representación subjetiva de la realidad y no la realidad per se. Bajo el pretexto de que su castigo no especifica nada sobre leer ni actuar guiones, Panahi retoma la misma filosofía para intentar recrear una imagen próxima de su película: en teoría, estaría limitándose a dibujar mentalmente las secuencias de un filme inexistente. Inspirado en un cuento corto de Antón Chéjov, la trama giraría en torno a una chica que fue aceptada en la universidad para estudiar artes, sin embargo, su familia no se lo permite y la encierran en su habitación para impedir que se inscriba a tiempo. Parece que las circunstancias se acomodaron de tal modo que en apariencia –¿o en realidad?– estamos presenciando la historia que el director pretendía contar. Él es la personificación de su protagonista encerrado en su propio hogar, forzado por una autoridad tradicionalista que obstaculiza sus sueños y aspiraciones.

Improvisando con objetos y una cinta adhesiva parte del escenario donde se desenvolvería la historia, lo vemos moverse entre el ficticio set, señalar la posición que ocuparía la cámara en la escena y los movimientos y diálogos de los personajes. En un determinado momento se da cuenta de lo infructuoso de sus esfuerzos y se cuestiona a sí mismo: «Si se puede contar una película, ¿para qué realizarla?». Y es que la desesperación por traducir sus ideas en cuadros cinematográficos es tan grande, que la necesidad por crear se vuelca en una muda impotencia creativa.

En diferentes momentos del documental, lo vemos revisando escenas de sus anteriores películas en una especie de introspección cinematográfica. Vuelve sobre sus pasos, en busca de los alcances poéticos que dotan a una película de sinceridad artística. Está tan arraigada su vocación por la dirección que en varias ocasiones, e inconscientemente, dice a su compañero «corte» para que haga una pausa en la grabación. El sufrimiento reflejado en su mirada y sus palabras es una muestra genuina de la triste situación por la que atraviesa. Es difícil no compartir su frustración ante un castigo tan infame. En la parte final del documental, Panahi despide a su amigo y se hace de la cámara para seguir al joven recolector de basura de su edificio, en un intento por desviar su atención y dejarse llevar por la realidad circundante, que lo conduce al exterior, donde las celebraciones del año nuevo musulmán tienen lugar en las calles de Teherán, mientras él permanece oculto en la oscuridad de su condena.

Almacenada en una memoria USB que escondió dentro de un pastel, la película fue enviada al Festival de Cine de Cannes 2011 y a partir de entonces, ha recorrido festivales y muestras cinematográficas de todo el mundo, denunciando la tiranía que sujeta sus manos y silencia su voz. En octubre del mismo año, El Tribunal de Justicia iraní falló en contra de la apelación interpuesta por el director y confirmó la sentencia que se le había impuesto. Actualmente, desprovisto de todo tipo de comunicación, el director se encuentra en una fase jurídica conocida como «ejecución del veredicto», lo que quiere decir que su sentencia puede ser aplicada y regresar a prisión en cualquier momento. Nos encontramos frente a lo que podría ser el último trabajo fílmico de un espíritu rebelde que sabe tomar las desventajas a su favor y descubrir formas artísticas en situaciones inimaginables.

Sin agradecimientos especiales ni créditos de producción, No es una película está dedicada a los directores iraníes. Panahi los invita a no rendirse ante la censura y las políticas represoras. Los límites en el arte no deben estar sometidos a legislaciones sino regirse por el intelecto y capacidades de los individuos. Este acto de desobediencia es una reafirmación de la exploración artística con un mensaje revolucionario y de profundo sentimiento patriótico: un recordatorio de que la lucha se hace desde adentro. A diferencia de varios de sus coterráneos que se han refugiado en el extranjero, Jafar Panahi permanece fiel a su tierra y mantiene su intención de quedarse en su país a pesar de las injusticias, asegurando que él es un cineasta iraní con base en Irán.

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 2, otoño 2012, pp. 46-47) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Israel Ruiz Arreola es el community manager de la Cineteca Nacional.