Justo ahora, mal entonces

Justo ahora, mal entonces

Por | 20 de octubre de 2016

La sencillez es inversamente proporcional al cine. Las películas generalmente tienden a sumar elementos que justifiquen su realización y su importancia. Son pocas las que indagan en la simpleza de la cotidianidad, con una secreta microfísica de lo ordinario, de aquello que se repite sin mostrar mayor encantamiento, salvo por la mirada que lo contempla. En ese tenor excepcional se desarrolla la obra del cineasta coreano Hong Sang-soo.

Su cine tiene la apariencia de una maqueta que muestra la vida en un tamaño reducido, trabajada en sus detalles minúsculos, como si al ocultar toda la fragosidad quedara lo más importante, aquello que no se ve pero que está presente. De algún modo, el enigma de la realidad reposa en lo inatrapable: los mapas encubren el arte de la orientación, las cartas disimulan sus correspondencias, y los relojes esconden el resplandor del tiempo. Así, este cine microscópico no es un cine que gobierna la docilidad del mundo, sino un cine atento a sus desvíos y sus pautas, un cine que al momento de filmar, ve.

Hong Sang-soo (Seúl, 1961) ha hecho toda su vida la misma película de distintas maneras. Justo ahora, mal entonces (Jigeumeunmatgogeuttaeneuntteullida, 2015), es una repetición más de sus obsesiones: la fragilidad de los vínculos humanos, los intentos fallidos de la comunicación, y el deseo incomprendido.

Este filme presenta al director de cine independiente Ham Cheon-soo (Jung Jae-young), quien viaja a, Suwon, una ciudad al sur de Seúl para presentar una de sus películas frente a un grupo de estudiantes. Por equivocación, llega un día antes de lo necesario. Aprovechando su tiempo libre, decide entrar en un templo restaurado donde conoce a Yoon Hee-jung (Kim Min-hee), una pintora con la que pasa el resto del día mientras beben, conoce su estudio, y comparten la cena. Cuando el encuentro se vuelve un martirio, la película vuelve a comenzar, apenas con algunas variaciones, mostrando que las cosas pueden ser diferentes.

Los personajes, como soledades que se encuentran, oscilarán entre las palabras pronunciadas y su posible entendimiento. ¿Queda algo después del final de las palabras? ¿Existen las experiencias que permanecen incomunicadas? Será en este acantilado del lenguaje que Cheon-soo y Hee-jung permanecerán aislados e inconexos pese a sus esfuerzos por anclarse a algo más allá de sí mismos. Los personajes nunca encontrarán su contracampo.

Las dos partes casi idénticas que conforman el filme son las dos caras de una misma moneda. Antes que una sucesión de fragmentos espaciotemporales, es una misma narración bifurcada de manera múltiple e inagotable, como sugiriendo que un momento puede estar ocurriendo de diversas formas, que el instante no se encierra en sí mismo, sino que se sigue contando cuando se piensa, se imagina o se desea. El argumento es mínimo, confinado a extremos quirúrgicos que experimentan como en un laboratorio sobre las repeticiones de la vida, lo que no cesa de ocurrir y que sin embargo es único. La repetición, ritmo de una vida en perpetua creación, formula de copia en copia su diferencia. Para los personajes de Hong Sang-soo, la posibilidad que da el cine de revisitar sus experiencias no será suficiente para ser comprendidos, pues queda en evidencia que las palabras más importantes son aquellas que no existen. Sólo queda compartir la soledad.


Rafael Guilhem estudia Antropología Social en la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa. Obtuvo mención honorífica en el VI Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes “Fósforo”, en el marco del Festival Internacional de Cine UNAM 2016.