“Fine on the Outside”: Cuando Marnie

“Fine on the Outside”: Cuando Marnie estuvo aquí

Por | 14 de enero de 2016

Pocos días después del cumpleaños número 75 de Hayao Miyazaki, la Cineteca Nacional comienza a exhibir la que quizá sea la última película producida por Studio Ghibli: El recuerdo de Marnie (Omoide no Mānī, Hiromasa Yonebayashi, 2014). Tras el anuncio del retiro de Miyazaki, la principal figura de Ghibli, los estudios anunciaron un cese indefinido de actividades. Se levanta el viento (Kaze tachinu, Miyazaki, 2013), La princesa Kaguya (Kaguya-hime no Monogatari, Isao Takahata, 2013) y El recuerdo de Marnie fueron lanzadas como últimas entregas de la casa productora de animación. Aunque los nombres Miyazaki y Takahata son una vara muy alta para medir cualquier película animada, las expectativas frente a la pieza final de los estudios, a cargo de Yonebayashi, no podrían ser menores.

Muchos se preguntarán en qué momento comenzarán a salir los totoros, las sombras sin cara o los cerdos voladores; sin embargo, el mundo de la película le pertenece a dos niñas de ojos azules: Anna y Marnie. Anna se presenta directamente en una de las primeras líneas de diálogo, o más bien monólogo: «En la vida hay un círculo. Aquellas personas están dentro, yo…afuera». Esta niña de doce años, amante del dibujo, es tal y como nos la imaginamos al escuchar eso: taciturna, introvertida, apartada del mundo, sin amigos, huérfana y, para colmo, enferma de asma. Tras un problema respiratorio, su madre adoptiva la manda a casa de unos tíos a pasar el verano con el objetivo de que un cambio de aires refresque su salud y su alma.

Cerca de su nuevo hogar temporal hay un pantano, al fondo del cual Anna descubre una mansión de estilo europeo. Su curiosidad la lleva a cruzar al otro lado mientras la marea está baja, y en una de las ventanas observa a una niña rubia a quien le cepillan su ondulado y largo cabello. Esta niña es Marnie. Cuando Anna y Marnie se conocen se vuelven grandes amigas. Su tierna relación se basa en un juego íntimo de revelación y misterio –algo nos dice que Marnie no es una niña común y corriente. La película es una adaptación de la novela juvenil Cuando Marnie estuvo allí (When Marnie Was There, 1967), de Joan G.Robinson que es, por cierto, una de las obras literarias favoritas de Miyazaki.

Ghibli nos tiene acostumbrados a las historias de fantasía y mundos mágicos. En El recuerdo de Marnie la fantasía aparece de forma muy delicada y se trasluce tanto en la imaginación infantil, pausada y femenina de Anna, como en los increíbles paisajes pintados a mano que caracterizan a los estudios. Yonebayashi, discípulo de Miyazaki, construye un universo local que se concentra en temas profundos como el abandono, la memoria y la soledad a través de sutiles cruces siempre nostálgicos entre lo real y lo no tan real.

Según la RAE, lo fantasmático es una representación mental imaginaria, provocada por el deseo o el temor. Antes de conocer a Marnie, Anna pide un deseo: «Tener una vida normal». Tal vez esto conduce a una bella serie de imágenes fantasmáticas que poco a poco van llenándole la vida de aire. Como en muchas historias, al final los secretos van dejando de ser secretos, y los fantasmas comienzan a ser sustituidos por cosas “normales”. No obstante, ver El recuerdo de Marnie vale la pena para quienes insistimos en creer que cuando se vayan todos los fantasmas quizá sea porque se han ido también todos los deseos.

Finalmente, es inevitable mirar con nostalgia esta película, ya que marca el final de una de las más importantes facetas del cine animado. Aunque entre Clara, la amiga de Heidi, “la niña de los Alpes”, y Marnie, la amiga de Anna, hay décadas de distancia, y de computadoras, ambas nos recuerdan que en la animación –y en el cine– siempre habrá algo de fantasmático.


Jessica Fernanda Conejo es Licenciada en Comunicación (especializada en Producción Audiovisual), Maestra en Historia del Arte y Doctorante en Ciencias Políticas por la UNAM.  Es miembro del Seminario Universitario de Análisis Cinematográfico.