Fausto

Fausto

Por | 1 de junio de 2012

Con Fausto (Faust, 2011) Aleksándr Sokúrov cierra su tetralogía del poder. Vale la pena repasar las entregas anteriores: Moloch (Móloj, 1999), sobre Hitler, Tauro (Telets, 2001), sobre Lenin, y El Sol (Solntse, 2004), sobre Hirohito. La selección ya dice algo sobre el poder: que es una experiencia disímil. Si la exploración tuviera una línea unívoca sería más natural emparentar a Hitler con Stalin que con Lenin. En todo caso, lo único en común entre los tres primeros seleccionados es el poder como agente de cambio.

¿Qué hace Fausto ahí, entre esos grandes hombres de poder? O mejor: ¿qué hace ahí este Fausto –apenas emparentado con el de Goethe– que no busca la inmortalidad sino experimentar? Experimentar tanto con cuerpos muertos como la vivencia de conquistar a una mujer.

El Fausto de Sokúrov (Podorvija, Unión Soviética, 1951) es un científico literalmente muerto de hambre que, buscando un modo de salir de sus apuros físicos, se topa con un usurero diabólico que lo lleva a Gretchen, un nuevo motor para su deseo. Fausto queda atrapado en la red del usurero, pero eso lo lleva al cuerpo de Gretchen, a su objetivo. El tiempo se detiene, en una o dos de las secuencias más enigmáticas del cine del director: vemos primero las caras y los cuerpos de los amantes alterados y después la irrupción de pequeños monstruos. Fausto, despierta entonces en un mundo rocoso, lleno de muertos, donde está a merced del demonio, pero, tras maravillarse con un géiser decide luchar con él, lo vence y escapa.

El géiser como primera nota del otro mundo enciende la curiosidad y, con ello, la voluntad de Fausto. ¿Pero eso que tiene que ver con el poder? La acción es el elemento común entre la ciencia y el poder. Fausto quiere conseguir cosas (conocimiento, a Gretchen, entender el nuevo mundo) y lo hace. La cuestión está en los medios que usa para ello.

Y esa cuestión es apenas un atisbo a una película llena de misterio y profundidad, que merece, más que premios, ser vista varias veces.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 1, verano 2012, p. 58), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica como parte de las funciones que desempeña como subdirector de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. También imparte clases en la Universidad Iberoamericana.