10 cintas para acercarse al cine de Japón
Por Jessica Fernanda Conejo | 31 de agosto de 2016
Sección: Historia(s)
Temas: Cine japonésCine oriental
Japón es una de las cinematografías más fascinantes y emblemáticas de la historia. ¿Cómo acercarse a su cine evitando los lugares comunes y seleccionando las aristas para entender sus complejidades estéticas? La siguiente lista recopila algunos de los títulos más trascendentes no sólo de este territorio, que fusiona magníficamente la tradición con la vanguardia, sino de la disciplina en general.
Una página de locura (Kurutta ippeiji, Teinosuke Kinugasa, 1926)
Basada en una historia de Yasunari Kawabata, esta película del periodo “mudo” nipón relata cómo un anciano decide trabajar como guardia en un hospital psiquiátrico para ayudar a su mujer, ahí recluida, a salir; sin embargo, su vida en el sanatorio comienza a ser invadida por alucinaciones y experiencias críticas que tienen como consecuencia su permanencia allí, al lado de su mujer. Está llena de rupturas espaciotemporales y de ambigüedades entre realidad y alucinación que se conjuntan con una plástica confusa a base de sobreimpresiones, cortes rápidos y efectos visuales gracias a los cuales es considerada la primera película japonesa de vanguardia.
Rashomon (Akira Kurosawa, 1950)
Está inspirada en el cuento En el bosque de Ryunosuke Akutagawa, que relata el asesinato de un samurái desde la perspectiva de varios personajes: el asesino, la mujer del samurái, un leñador testigo, y el muerto a través de una médium. La importancia de Rashomon, más allá de haber sido la puerta internacional a la llamada “Edad dorada” del Cine Nipón, radica en su complejidad narrativa. Múltiples puntos de vista, algunos de ellos desdoblados, ambiguos y contradictorios, así como la presentación de acontecimientos desde diferentes ángulos y bajo numerosas variables espaciales y temporales, trastocan la creencia habitual en que podemos tener acceso a la verdad sobre los acontecimientos.
Historia de Tokio (Tokyo monogatari, Yasujirō Ozu, 1953)
Según una encuesta realizada por Sight & Sound a 358 directores en 2012, sería la mejor película de todos los tiempos. Una pareja de ancianos visita a sus hijos en Tokio; los hijos no tienen tiempo para ellos y únicamente su nuera es la que se muestra amable con la pareja. Es una ventana a las temáticas de Ozu y, además, una muestra de su estilo único: planos tatami[1], cámara estática, tomas frontales, cortes directos sobre el eje, composición calculada matemáticamente, naturalezas muertas, etc. Con la imagen de los ancianos de espaldas frente a la bahía, una de las más entrañables de la historia del cine, Ozu nos recuerda que lo que llamamos humanidad está muy cerca, y a la vez muy lejos de nosotros.
Cuentos de la luna pálida después de la lluvia (Ugetsu Monogatari, Kenji Mizoguchi, 1953)
Es una adaptación de los cuentos de Ueda Akinari, que narran una historia de fantasmas del Japón del siglo XVI, en que dos campesinos viajan a la ciudad, uno para ganar dinero vendiendo cerámica y otro para convertirse en samurái, encontrando a una singular mujer de por medio. Pone de manifiesto el realismo social que caracteriza al cineasta, así como su crítica al egoísmo masculino que destruye la vida de las mujeres. Mizoguchi ha heredado a la historia audiovisual algunos de los planos secuencia más complejos que abrevan de la pintura tradicional japonesa. Su forma de construir los espacios, en diferentes relaciones de profundidad y sus finos movimientos de cámara logran que los actores y sus vaivenes configuren las ideas plásticas más ricas de la Edad Dorada nipona.
Eros y masacre (Erosu purasu Gyakusatsu, Yoshishige Yoshida, 1969)
Una estudiante universitaria investiga el amor libre defendido por Sakae Ōsugi, anarquista radical asesinado en el “Incidente Amakasu” en 1923, quien mantuvo relaciones simultáneas con tres mujeres y en torno a cuya vida política gira la cinta. Emblemática de la Nueva Ola japonesa (Nūberu Bāgu), hace evidente una búsqueda formal ultra estilizada con alta carga política y sexual, clara ruptura con el clasicismo fílmico japonés. Se acentúa al máximo el descentramiento del campo y se construye el espacio sin que la figura humana sea lo más importante; su reflexividad estética, las hibridaciones entre ficción y no ficción, así como la descomposición temporal preparan un final que consterna y anticipa la “artisticidad” de la muerte que permeará mucho cine posterior.
Batallas sin honor ni humanidad (Jingi naki tatakai, Kinji Fukasaku, 1973)
Es la primera de 5 películas llamadas The Yakuza Papers, pertenecientes al género yakuza[2]. Relata la inserción en la mafia de un ex militar que vive en una ciudad pequeña de la prefectura de Hiroshima, recién terminada la Segunda Guerra Mundial. Como dicta el género, es una historia violenta centrada en las luchas territoriales de las “familias” criminales hasta los años setenta. Detrás de las convenciones del yakuza-eiga, permite ver la historia no contada de la reconstrucción post bélica, la desarticulación social, el desamparo y la violencia absurda de la yakuza (lecciones para rebanarse los dedos correctamente como castigo por errores y traiciones). Las películas están basadas en artículos periodísticos que, a su vez, recogen el testimonio de un exyakuza, Kozo Mino.
El imperio de los sentidos (Ai no korida, Nagisa Ōshima, 1976)
Una mujer que en 1936 recorría las calles con los testículos de su amante mutilados por ella misma inspiró a Ōshima para realizar esta película, lograda gracias a la coproducción francesa, ya que la censura nipona nunca aprobó el sexo explícito que abunda en el relato. Sada Abe es una exprostituta que comienza a trabajar en un hotel y a tener una relación sadomasoquista con el propietario. Sus placeres los llevan al clímax que los propios japoneses nunca han visto en cine (el filme ha sido siempre censurado). Ōshima, que calificaba el cine japonés como «aburrido e insulso» decía: «mi odio por el cine japonés abarca absolutamente todo el cine japonés». En sus producciones se dedicó a explotar esta energía, que hace de cada una de sus obras un gesto de resistencia.
Fuegos artificiales (Hana-bi, Takeshi Kitano, 1997)
El León de Oro que ganó Kitano en Venecia con esta cinta por fin pudo convencer a sus connacionales de que podía ser una persona seria, fuera de su historia cómica en televisión. Como todos los personajes que interpreta el propio Kitano bajo el seudónimo “Beat Takeshi”, Nishi es una persona violenta, un policía retirado tras un incidente que dejó a su compañero sin movilidad en las piernas. Se involucra en líos con la yakuza y decide hacer un viaje al lado de su esposa con leucemia. Es también una historia sobre la memoria y sobre la importancia del pasado para configurar las acciones en un presente que está desdibujado y que, bajo una lógica fragmentaria, plantea una postura estética frente a la violencia y la muerte.
El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, Hayao Miyazaki, 2001)
Chihiro y su familia se topan con una puerta y un misterioso túnel. Los padres deciden explorar aquello que parece una ciudad abandonada, se detienen en un restaurante a comer compulsivamente y cuando la niña vuelve a verlos, se han convertido en cerdos. Anochece, el lugar cobra vida, las luces se encienden y sus extraños pobladores se dejan ver. El “viaje”, que consistirá en escapar de ese mundo de espíritus, ha sido interpretado como una transición a la edad adulta, pero también como una crítica al ímpetu que sacrifica la naturaleza y la tradición en pos del progreso. Espíritus, criaturas y personajes de fantasía, algunos propios de la cosmovisión nipona, no han impedido que trascienda fronteras, hasta convertirse en una de las mejores películas de las últimas décadas.
Nobi. Disparos al amanecer (Nobi, Shin’ya Tsukamoto, 2014)
El legendario director de Tetsuo el hombre de acero (Tetsuo, 1989) decidió hacer un remake de una cinta antibélica de 1959. Las tropas japonesas son derrotadas en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial. Un soldado siempre hambriento al límite de lo caníbal, siempre herido, siempre perseguido, e interpretado por el mismo Tsukamoto con una naturalidad que desespera por desoladora. La naturaleza contra la estupidez de la guerra, el montaje de los ataques, los bombardeos y las muertes con un diseño sonoro vibrante y ensordecedor. Esta película no sólo merece la pena por sus valores cinematográficos, sino porque, en palabras de su director, parece que el gobierno japonés está olvidando el horror de la guerra, y hay que recordarles la pesadilla que es comerse entre humanos.
[1] Ubicación de la cámara por debajo de la horizontal, nombrados así por la cercanía con las esteras colocadas en el piso en las casas japonesas tradicionales.
[2] Crimen organizado japonés.
Jessica Fernanda Conejo es licenciada en Comunicación (especializada en Producción Audiovisual), maestra en Historia del Arte y doctorante en Ciencias Políticas por la UNAM. Es miembro del Seminario Universitario de Análisis Cinematográfico.
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