El Santo contra sí mismo: Breve cronolo

El Santo contra sí mismo: Breve cronología de las películas del Enmascarado de Plata

Por | 21 de abril de 2025

Santo contra los zombies (Benito Alazraki, 1961)

Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como El Santo, comenzó su carrera como luchador en 1942. En la década siguiente, se convirtió en un héroe popular como personaje de historieta gráfica de publicación semanal editada por José G. Cruz y luego del cine actuando en más de cincuenta películas, hasta su muerte, a inicios de la década de los ochenta, época que coincidió con una transformación en la industria del cine mexicano. La mayoría de aproximaciones críticas a las apariciones cinematográficas del Santo (Tulancingo, 1917 – Ciudad de México, 1984) hablan de su importancia social y cultural, desestimando cualquier valor que las películas pudieran tener por sí mismas. Es más, en ocasiones, sus películas decididamente comerciales y populares se utilizan para distinguirse de un cine de corte autoral incapaz de convocar interés mediático. En todo este fenómeno deja de tener importancia algo fundamental: ¿qué son las películas del Santo?

El cine protagonizado por el Enmascarado de Plata cambió a lo largo del tiempo, fruto de las modas, los cambios de producción y los gustos del público. Tomemos las dos primeras películas en las que participó, rodadas en La Habana en las semanas previas a la Revolución Cubana: Santo contra Cerebro del mal (1958) y Santo contra hombres infernales (1961). Dos películas de bajísimo presupuesto, dirigidas por Joselito Rodríguez y escritas por Fernando Osés, guionista y luchador que trabajó al lado del Santo durante varias décadas. Para ahorrar costes, ambos filmes se rodaron en paralelo, reciclando escenas, actores y situaciones como larguísimos pillow shots urbanos compartidos en ambas películas. En pantalla vemos planos del tráfico de la ciudad cubana, de la vida en las calles que se extienden por minutos simplemente para que una película con una acción muy simple y directa, con un guion exiguo que seguramente no se pudo desarrollar más por falta de tiempo, pudiera llegar a la duración mínima de un largometraje. Santo es un personaje paralelo o secundario en un film que tampoco se puede decir que tenga protagonistas.

Es cierto que las películas cubanas tienen la presencia de nuestro héroe plateado y que incluso sus tramas de científicos excéntricos y organizaciones criminales internacionales en el marco de la Guerra Fría adelantan muchos de los temas y personajes de sus películas posteriores, pero no será hasta Santo contra los zombies (Benito Alazraki, 1961) que se establecerá una pauta más concreta de lo que tenía que ser una película del Santo. En este film, el luchador sigue siendo un personaje secundario, sin apenas diálogo y que aparece como figura deus ex machina para resolver con llaves, aventones y alguna que otra ocurrencia los momentos más comprometidos. Sin embargo, la historia detectivesca donde unos policías tratan de resolver una serie de abducciones a cargo de un hombre misterioso que tiene un aparato de control mental está mucho más elaborada que en las dos películas anteriores. También añade varias de las características que serán inherentes al cine posterior del Santo; la principal de todas: las luchas en la Arena México. Como si fuera algo importado del cómic estadounidense de superhéroes, por muy dramáticos que sean los eventos, Santo nunca renuncia a su vida de luchador, lidia con una doble vida como ídolo de las masas y azote de los malvados. Desde su base secreta, con instrumentos de videovigilancia y transmisores, ayuda a los policías a resolver algún caso. Las películas de esta primera etapa son un producto extremadamente codificado con ligeras variaciones respecto a los villanos con los que se enfrenta el enmascarado, principalmente una colección variada de monstruos del cine B.

Santo contra hombres infernales (Joselito Rodríguez, 1961)

Las tres siguientes películas, dirigidas por Federico Curiel, serán más modestas: Santo en el hotel de la muerte (1961), Santo contra el rey del crimen (1962) y Santo contra el cerebro diabólico (1963). Conocidas como “la trilogía de Fernando y Virginia”, establecen un canon de las películas del Santo. Se trata de historias de bajo perfil donde Santo ayuda a Fernando y Virginia, un policía y una periodista, él combatiendo al mal como parte de la ley y ella atraída por el deseo de contar noticias. Santo contra el rey del crimen funciona como historia original donde se explica la procedencia de nuestro héroe, heredero de una familia de luchadores enmascarados que renunciaron a su vida para combatir el mal y en las que, por cierto, el padre que cede la máscara es interpretado por René Cardona, el primero de una dinastía de directores dedicados a la serie B y al cine de explotación.

No sabemos si hubo un pensamiento consciente de asimilar el cine de Santo a ciertas producciones seriadas de bajo presupuesto que se hacían en Hollywood, copiando determinados tópicos del cine de género: intrigas criminales, comedias de enredos, filmes fantásticos y de terror. Quizás eso explicaría que Santo contra el cerebro diabólico funcione como un memorable western de serie B, donde Fernando y su compañero Roberto (Beto El Boticario) viajan a un pueblo lejano regido por un terrateniente populista y ambicioso que es la única autoridad del lugar. Mediante melancólicas escenas de cantina, discursos megalómanos del villano y desencantados momentos musicales a altas horas de la noche, Santo contra el cerebro diabólico podría ser considerado un gran western en la tradición del cine de bajo presupuesto estadounidense de la época. Lo mismo valdría para algunas de las siguientes películas de la saga del Enmascarado de Plata: Santo contra las mujeres vampiro (1962) o Santo en el museo de cera (1963), ambas de Alfonso Corona Blake. En la primera, escrita por Fernando Osés, la descripción minuciosa de los rituales de un aquelarre y sus dinámicas de poder y sumisión se mezclan con las escenas de lucha libre y la celebración del personaje encarnado por Rodolfo Guzmán. Por supuesto, ésta es una de las películas más célebres de nuestro héroe y tal vez la que mejor combina los elementos de una película del Santo: lo fantástico y la lucha libre. En la película comparte créditos con Lorena Velázquez, actriz célebre en la serie B que interpreta a Zorina, reina de los vampiros. Santo volverá a trabajar con ella en El hacha diabólica (José Díaz Morales, 1965), otra película que explora el mito fundacional del Enmascarado de Plata. Finalmente, en Santo en el museo de cera, un científico excéntrico (interpretado por el gran Claudio Brook) huído a México desde la Alemania nazi, recrea a los monstruos de las películas de la Universal para crear un museo de los horrores.

Santo contra el estrangulador (René Cardona, 1965)

Quizás el punto culminante de este estilo sea Santo contra el estrangulador (1965), dirigida por René Cardona, donde todos los elementos dramáticos y narrativos se reducen al mínimo. Durante los primeros minutos no hay desarrollo argumental alguno, sólo una sucesión de números musicales, luchas en la Arena y asesinatos en camerinos. Quizás no haría falta más. La trama casi anecdótica lanza el film hacia el delirio pulp, hacia el éxtasis del estilo Santo, en una vuelta de tuerca que parece casi una marca de estilo en algunas películas de su hijo, René Cardona Jr., con un villano travestido (como sucede en Los placeres ocultos, 1989). Se puede decir que, con estas tres películas, el Santo participó de una forma de hacer cine muy concreta y exacta. Un cine que el público podía reconocer e ir a ver sabiendo lo que iba a ocurrir y por qué iba a ocurrir.

Tras Santo contra el estrangulador, el éxito de Rodolfo Guzmán Huerta era tal que decidió no renovar el contrato que lo unía con el productor Alberto López (con el que había realizado sus anteriores películas) para firmar con Luis Enrique Vergara por un salario que prácticamente triplicaba sus anteriores ingresos. Sin embargo, los filmes en los que iba a participar no tendrían la calidad anterior. Atacan las brujas (José Díaz Morales, 1968) y El hacha diabólica tratan de replicar el estilo de viejos filmes del Santo, recurriendo a elementos fantásticos y de terror, a la presencia de Lorena Velázquez y a fantásticas escenas de lucha libre, pero el resultado es mucho más pobre en todos los niveles, sin producción profesional, sin mucho desarrollo argumental e incluso contradiciendo películas anteriores. Se puede decir que los filmes que Santo hizo para Vergara hirieron de muerte un estilo, una forma de hacer cine.

A partir de aquí ya nada volverá a ser igual, fue como si se hubiera roto una cadena. Esto quedaría claramente demostrado en las dos películas siguientes: Operación 67 (1967) y El tesoro de Moctezuma (1968) dirigidas por René Cardona y René Cardona Jr., en las que Santo sustituye su traje plateado con su larga capa por trajes y jerseys, y se convierte en un agente secreto internacional a la manera de James Bond, compartiendo escenas de riesgo y glamur con el escultural Jorge Rivero. Aventuras amorosas, traiciones, locaciones exóticas y turísticas que no esconden el bajo perfil de las películas. Es como si un modelo de hacer cine de bajo presupuesto, eficaz y concreto deseara acercarse a las grandes producciones de Hollywood, pero sin igualar su presupuesto. Esto dio lugar a películas que aparentaron ser algo sin conseguirlo en ningún momento, mientras que las cintas de cinco años atrás buscaban cosas muy específicas siendo conscientes de sus limitaciones. La urgencia de mostrar a México como un país moderno y deseable a los ojos de espectadores extranjeros debido a la cercana celebración de los Juegos Olímpicos y la Copa del Mundo de futbol podría ser la razón detrás de este cambio. El Santo ya no puede perseguir a monstruos, marcianos y científicos locos, sino que tiene que ser un agente de la Interpol que lucha contra organizaciones criminales internacionales y se contonea al lado de bellas actrices como Maura Monti —que protagonizó La mujer murciélago (René Cardona, 1968), película que también da cuenta de esta búsqueda de modernidad— o Elizabeth Campbell. Los agentes visitan las pirámides de Teotihuacán y las playas de Acapulco, pero ya no es ese Enmascarado de Plata que nos había encantado con sus pequeñas, ingenuas y codificadas películas.

El tesoro de Moctezuma (René Cardona y René Cardona Jr., 1968)

Desde hace décadas, el culto por el Santo ha crecido en muchos y muy diferentes ambientes, desde fanáticos de la lucha libre a amantes del cine de explotación y de lo camp. Tanto es así que varias editoras de video anglosajonas han recopilado diferentes películas en ediciones especiales. Contrariamente a lo que hemos señalado en este texto, se trata con frecuencia al cine del Santo como algo estático que no cambió a lo largo de los años. Pero creemos que poco tienen que ver las dos primeras películas cubanas del luchador con Santo contra las mujeres vampiros, y ésta con El tesoro de Moctezuma. Y pese a compartir director con esta última, tampoco parece haber mucha relación con El vampiro y el sexo (René Cardona, 1968), la más controvertida obra del Enmascarado de Plata por su alto contenido erótico; una extraña película que combina viajes en el tiempo (con una máquina creada por el propio Santo) con una especie de reciclaje del estilo de las películas vampíricas de la Hammer Film Productions. Y también sería muy diferente el western lleno de violencia y sexo (y escenas de lucha libre en improvisados cuadriláteros) de Los leprosos y el sexo (1973), también de René Cardona.

De nuevo, nos preguntamos: ¿Quién es el Santo? Los años y las películas, las modas y los intereses económicos fueron desdibujando su figura. Pero hubo un tiempo donde el cine del Santo fue algo fascinante, un héroe y un cine que surgieron de una conciencia popular, como en las líneas de diálogo al final de Santo contra los zombies: «Santo es una leyenda, una quimera, la encarnación de lo más hermoso. El bien y la justicia. Ese es el Santo, el Enmascarado de Plata». En algunas películas del Santo es posible encontrar un cine lleno de certezas, de imágenes claras y rotundas. Y ese es, tal vez, su legado imborrable.

 


Karina Solórzano es cofundadora del sitio de crítica feminista La Rabia y forma parte del equipo de programación de FICUNAM, donde también coordina el Foro de la Crítica Permanente.

Miguel Blanco Hortas es miembro fundador de la revista Lumière y como parte de ella ha participado y presentado ciclos de cine en la Filmoteca de Galicia o el Festival de cine de Gijón.