El narcopanfleto

El narcopanfleto

Por | 16 de febrero de 2016

En La venganza de los punks (Damián Acosta, 1987), el jefe de policía que interpreta Bruno Rey, ante los cadáveres de una familia violada y asesinada por una pandilla -cuyo grito de batalla es «¡Viva la muerte, viva la coca, viva la mota!»-, reflexiona para sí por qué a los policías se les atribuye el auge de la delincuencia cuando es culpa de la sociedad en su conjunto.

Acosta no fue el primero en abordar el tema del narcotráfico. Tal vez lo fue José “Che” Bohr por Marihuana: El monstruo verde (1936). Sin embargo, en los 1980 el tema prácticamente dominó la pantalla. Ejemplos sobran y son elocuentes de la violencia y el poder que obtuvieron los capos antes de convertirse en admiradas celebridades dignas de codearse con la élite del establishment hollywoodense.

Muestra de la abundante producción hecha entre 1982 y 1994 son: Operación marihuana (José Luis Urquieta, 1985), acera de la vida al interior de los campos de concentración laboral que administraba con sevicia Caro Quintero. El fiscal del hierro / Ejecutor implacable (1988, Acosta) narración, en clave, del asesinato del periodista Manuel Buendía con la intervención de Juan Moro, actor luego sentenciado como su asesino material. La venganza de Ramona / El fiscal del hierro 2 (Acosta, 1989), hiperviolenta parábola sobre el narcotráfico. El secuestro de un policía / El secuestro de Camarena (Alfredo B. Crevenna, 1990), contaba el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena. Masacre en el Río Tula (Ismael Rodríguez hijo, 1985) y Lo negro de “El Negro”(Benjamín Escamilla y Ángel Rodríguez Vázquez, 1987) detallaban los nexos del crimen organizado con la policía capitalina y su entonces jefe, Arturo Durazo Moreno. Cintas que mantenían una ética al denunciar la corrupción y el crimen.

¿Hoy en día qué es Capo (antes Chapo): El escape del siglo (Axel Uriegas, 2016)? Quitando su ausencia de estructura narrativa, con errores evidentes de continuidad de un plano a otro; sus pasmosamente malos diálogos insulsos («Todos los políticos son egoístas, sólo piensan en ellos»), su festival de risibles actuaciones… Dejando de lado todo esto ¿qué es? Porque es un fraude lo que anuncia: nunca muestra cómo fue la fuga del Altiplano de Joaquín Guzmán Loera, al que alude pero evita mencionar. Eso sí, imagina el asesinato del director del penal acusándolo de traidor. (El guión es adjudicado en pantalla a un tal A. Moisés DB cuando en el cartel aparecen como guionista Josué Hermes y como adaptador Roberto Flores. El crédito al productor José Felipe Pérez Arroyo condensa sus iniciales: JFPA. ¿A qué tanta secrecía, o es miedo ante el peso de la realidad: la captura días antes del estreno del verdadero Chapo?)

Capo es lo contrario a los films sobre narcotráfico c. 1980/1990: es un narcopanfleto exculpatorio en pro de las “bondades” del Capo (Ireneo Álvarez): 1) su labor como redentor social («Nosotros [los narcos] sí pensamos en el pueblo»… mientras lo matan o lo vuelven adicto o nomás lo intimidan); 2) su política de minar al Estado por “traicionarlo” al sugerir su extradición (aunque haya una contradicción: ¿a qué tanto brincar en contra si, según se afirma, están bien maiceadas las autoridades de Estados Unidos?); 3) su modelo de negocios: la simple avaricia de exigir una frontera libre para traficar, y 4) su retorcida moral: sólo allá consumen droga («Pinches gringos atascados, ¡siempre quieren más!»).

Por su ridícula factura este panfleto es un bodrio ajeno al estilo policial tan logrado decenios atrás. Es simple muestra de admiración sin mesura al Capo («No me digas Joaquín, dime Capo»), al que trata con reverencia, incluso poniéndose de rodillas para verlo en contrapicado.

Como panfleto hipócrita y plañidero se reduce a insistir en: a) el Capo sólo mata en defensa propia, y b) su vicio es brindar con tequila, como corresponde a un delincuente con Honor que en su Castillo a todo lujo insinúa lo que su inmediato cómplice-súbdito entiende («¡Quieren privatizar el perico!»). O lo que es lo mismo, «El país se está cayendo a pedazos», y la solución es el narcotráfico. La solución a la mala política es, entonces, la anarquía del crimen. Por supuesto,Capo: El escape del siglo ni siquiera menciona que las “virtudes” de su protagonista son idénticas a las de un sociópata. Para llorar.


José Felipe Coria es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como Reforma, Revista de la Universidad, El País y El Financiero.