La trilogía de Richard Linklater

La trilogía de Richard Linklater

Por | 1 de octubre de 2013

El cine nos ha malacostumbrado en el plano amoroso: nos ha hecho creer que el “y fueron felices para siempre” es lo normal. Nos decepcionamos cuando no es así, nos entristecemos cuando las parejas terminan. Uno sale del cine con una sonrisa cuando sabemos que al final de la película, la pareja de enamorados permanece unida, porque queremos creer –ingenuamente– que ese final será perpetuo.

 

Amanecer

Esta historia inicia con una pareja que discute mientras va abordo de un tren, incomodando a quienes están a su alrededor, particularmente a Céline (Julie Delpy), quien a pesar de no entender de qué se trata el exabrupto –la pareja se grita en alemán, idioma que ella no habla–, decide cambiar de lugar. Este evento azaroso hace que Céline quede próxima a Jesse (Ethan Hawk), un joven estadounidense que viaja en este tren por Europa. Es así como se une a los dos personajes protagonistas de la trilogía conformada por Antes del amanecer (Before Sunrise, Richard Linklater y Kim Krizan, 1995), Antes del atardecer (Before Sunset, Richard Linklater, Ethan Hawk y July Delpy, 2004) y Antes de la media noche (Before Midnight, Richard Linklater, Ethan Hawk y July Delpy, 2013).

Esta pelea también será el detonador de la plática entre Jesse y Céline: ella le cuenta de una teoría que dice que conforme pasa el tiempo, las parejas dejan de escucharse y es así como se sobrellevan las peleas, ninguno de los dos se escucha ya. Curiosamente, lo que une a este par es que les gusta platicar entre ellos, casi nunca dejan de hablar. Los tres filmes dirigidos por Richard Linklater (Houston, 1960) están basados en las largas conversaciones que sostienen los protagonistas, casi siempre en torno al amor, a las relaciones de pareja y al paso del tiempo.

La ciudad de Viena se convierte en el marco ideal para que estas dos personas que empiezan a conocerse, se adentren cada uno en la vida del otro: los tranvías, las callejuelas, un parque de diversiones, un café, un antro, son los escenarios en donde la charla deriva inevitablemente hacia temas amorosos, aunque la mayoría de las veces, desde la perspectiva de espectador, sus opiniones se basan en la observación de las relaciones de sus padres y sus abuelos, apenas tocan las suyas propias (en algún momento el mismo Jesse evita profundizar en la pregunta de si alguna vez ha estado enamorado). Estamos ante un par de veinteañeros a los que no les gusta hablar del amor en primera persona. A él acaban de terminarlo; ella se obsesionó con un tipo que en el fondo ni siquiera le agradaba.

Algo es claro desde un inicio: a pesar de sentirse muy a gusto el uno con el otro, hay ciertos rasgos que se manifiestan desde un principio y que permanecerán constantes, como la necesidad de Céline de desdeñar el origen estadounidense de Jesse, así como hacer evidente que muchas de sus actitudes son las de una persona inmadura. Asimismo, él hará un poco de burla de la disposición de Céline a creer en ciertas cosas: la mujer que lee la mano, el poeta callejero, etc.

Hacia el final de su encuentro, ambos tratan de poner en perspectiva su incipiente relación: las relaciones a distancia no funcionan y decir que se volverán a ver sería como engañarse, por ello también se hacen una pregunta que pareciera paliar un poco el asunto: «¿Por qué todas las relaciones deberían de durar para siempre?». Y aunque parecieran estar de acuerdo en que todo terminará en el momento en que tengan que despedirse, los dos ceden al impulso romántico en el que acuerdan verse en el mismo lugar dentro de seis meses. La cámara de Linklater nos muestra a una subir al tren y dirigirse hacia una dirección, mientras el otro, en el autobús rumbo al aeropuerto se dirige en la dirección opuesta. El final que se quiera dar a esta historia –si se reencuentran o no– definirá si uno es romántico o cínico.

 

Atardecer

Paisajes parisinos, una librería y adentro, Jesse platica de su libro con un grupo de periodistas. Han pasado nueve años desde que él y Céline compartieron unas horas en Viena, y esa noche que pasaron juntos, le dio para escribir una novela. El desparpajado joven estadounidense se ha convertido en el escritor de un pequeño best-seller que lo ha llevado a Europa en una gira promocional. La pregunta surge casi obligatoriamente: «¿se trata de una historia autobiográfica?». Él no puede evitar la confesión y mientras los recuerdos regresan a su mente, Céline aparece, por fin, nueve años después.

Los cínicos tenían razón: Céline y Jesse no se encontraron seis meses después; pero hay un consuelo para los románticos: no se volvieron a ver no porque no quisieran, sino porque ocurrió un evento que impidió que ella acudiera a la cita. A fin de cuentas, el no encuentro parece quedar en un simple malentendido, sobre todo porque la conversación entre Jesse y Céline vuelve a fluir tan libremente que pareciera como si acabaran de verse ayer. Ambos han cambiado de década, a sus treinta y tantos, han dejado atrás la incertidumbre y el idealismo para concentrarse en hacer cosas, en darle un rumbo a su vida. Ella trabaja para la Cruz Verde, ha abrazado la causa medioambientalista y parece muy apasionada hacia su trabajo; él ha escrito un libro, se casó y tiene un hijo.

Ahora, en lugar de hablar del amor a través de lo que han visto en otras personas, pueden hablar por sí mismos, en cierto momento Jesse confiesa que escribió ese libro sólo para poder encontrar de nuevo a Céline, mientras ésta, en un ataque de sinceridad, le dice que la lectura de esa novela no hizo más que acabar con su tranquilidad. Céline dice haber agotado todo su romanticismo esa noche, y Jesse, haber renunciado a la idea del amor romántico en el momento en que ella no apareció a la cita pactada. Han pasado nueve años y sin embargo, no ha pasado ni un segundo, aún con vidas separadas, lo que sienten el uno por el otro ha permanecido casi intacto, si acaso se ha vuelto más sólido, quizá fosilizado.

Jesse acompaña a Céline a su departamento antes de tomar el vuelo que lo llevará de regreso –otra vez– a Estados Unidos. Un té y una canción de Nina Simone prolongan su estancia. ¿Cómo irse después de saber que ella le ha escrito un vals también inspirado en esa noche? Nosotros, como espectadores románticos, estamos felices de que Jesse vaya a perder su avión.

 

Media noche

trilogia de richard linklater

Pasan otros nueve años. Jesse despide a su hijo Henry en un aeropuerto de Grecia, tras un verano en el mediterráneo, el ahora adolescente debe regresar con su madre a Chicago. Jesse queda descorazonado cuando ve a su hijo partir, sin embargo, cuando sale, nos aguarda una sorpresa: Céline está esperándolo y mientras se acerca al auto, vemos a un par de niñas durmiendo en el asiento posterior. La historia de amor ha continuado y ha tomado su curso “natural”: él y ella son una pareja con hijos.

Con el uso de un largo plano dentro del automóvil, el director plantea la situación actual de los protagonistas, la preocupación de Céline por aceptar un empleo y la de Jesse por vivir separado de su hijo. En esta ocasión, habiendo rebasado los cuarenta años, la perspectiva es distinta para la pareja, el amor romántico ha cedido paso a asuntos “reales”: trabajo, hijos. Y de repente, esa brecha que parecía inexistente en la segunda parte –la distancia, el tiempo– se ha convertido en el punto de discusión que podría separarlos.

Si en las dos entregas anteriores las largas pláticas entre Jesse y Céline sirvieron para conocerse, con el paso de los años –esos años que no vimos– lo que ahora vemos son charlas que derivan en discusiones. Ahora lo malo es que se conocen demasiado. Las pequeñas insinuaciones dan paso a los reclamos y a las recriminaciones: la culpa de él por no poder estar cerca de su hijo, la aprensión de ella por tener que dividirse entre su trabajo y la maternidad, con la cual, por cierto, pareciera no estar cien por ciento feliz. Lo que presentía Jesse hace casi veinte años se ha vuelto realidad: las manías y los detalles y las historias empiezan a volverse odiosas.

Si el final de esta trilogía no es del todo triste es porque incluso después de una gran pelea, ambos parecieran dispuestos a reparar los daños y seguir adelante, lo malo es que pareciera que para ello tienen que recurrir a juegos para que la comunicación fluya, hacerse pasar por alguien más.

Richard Linklater concluye la historia de amor de estas dos personas de manera agridulce, como bien dice Jesse, sin ser perfecta, pero siendo real. Regresamos al inicio: los románticos pensarán que la pareja vivirá junta por el resto de sus vidas; los cínicos, que tarde o temprano habrá otra discusión que los separará para siempre. Lo cierto, es que la Céline y el Jesse cuarentones son más parecidos a la pareja alemana que discutía en el inicio de la primera parte, que a los jóvenes que irremediablemente decidieron creer en el amor. En este caso, como mencionó Céline en la segunda película: «La memoria es algo fabuloso si no tienes que lidiar con el pasado»; si la última parte de esta trilogía es tan abrumadora es porque nosotros, como espectadores, tenemos el recuerdo de las dos primeras, y lidiar con ese pasado es lo que mina nuestra propia idea del amor romántico.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 6, otoño 2013, pp. 52-53) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Rebeca Jiménez Calero es crítica de cine y profesora en la carrera de Comunicación de la Universidad Nacional Autónoma de México.