Israel Ruiz Arreola forma parte del equipo editorial de la Cineteca Nacional desempeñándose como investigador especializado.
45 años
Por Israel Ruiz Arreola | 21 de enero de 2016
En uno de los pasajes de la novela Intimidad (1998), Hanif Kureishi escribe: «Es fascinante ver cómo en las relaciones más sólidas, incluso después de años de convivencia, determinados aspectos ocultos de las personas afloran de pronto, como en una excavación arqueológica. Hay mucho que explorar y comprender». Y en otro pasaje más, el escritor británico pregunta: «¿La calidad de un amor no se puede medir por su duración, verdad?» Aunque en un sentido diferente al del texto de Kureishi, el director –también británico- Andrew Haigh (Harrogate, 1973) hace una pregunta muy similar que cuestiona las relaciones maritales de larga duración con el drama 45 años (45 Years, 2015).
La película se centra en el matrimonio de Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay), quienes se encuentran por celebrar su cuadragésimo quinto aniversario de bodas. Sin embargo, cuando él recibe la noticia de que han encontrado el cuerpo de su ex novia fallecida 50 años atrás en un accidente de alpinismo, aflorarán en la pareja sentimientos de dolor, confusión y celos. El drama recae sobre todo en el personaje de Kate, quien es la que tiene que cargar con el peso de un fantasma-rival de amores, mientras realiza los preparativos para la fiesta de aniversario.
No hay discusiones gratuitas, ni explosiones de llanto innecesarias entre la pareja; lo que sí hay es sobriedad y mesura en el desarrollo de la película que poco a poco va llenando de intriga a la relación de Kate con su marido. La historia se desarrolla en el transcurso de una semana, de lunes a sábado, notándose en cada día un grado mayor de tensión. Y es justo esta progresión de la que saca provecho la dirección de Haigh. Omitiendo la mayor cantidad de spoilers, me explicaré visualmente a partir del inicio de cada uno de los días:
Lunes: Kate saca a pasear a su perro por el campo. Aquí la vemos en el exterior acompañada de la naturaleza.
Martes y miércoles: Aun sabiendo la noticia de la ex amante de su esposo, Kate continúa su rutina. La seguimos observando en el exterior.
Jueves: Vemos el campo vacío por primera vez. Kate rompe su rutina, se queda en casa y observa afuera desde su ventana. Un día antes, Kate pregunta a Geoff si se hubiera casado con su ex novia si no hubiera muerto.
Viernes: Observamos el campo desde el interior de la casa. Posteriormente, vemos a Kate despertar y notar la ausencia de Geoff en la cama. El jueves, la curiosidad la llevó a descubrir un secreto aún más impactante sobre el pasado de su marido.
Sábado: Es el día de la fiesta. Vemos a Kate durmiendo hasta que Geoff entra en escena y la despierta. El día anterior, los secretos y la ausencia de su marido se hicieron más patentes.
Este recorrido visual sirve para exponer el punto de la película: la instalación del desconcierto y la confusión en lo más profundo de Kate. La película entera –tanto visual como argumentalmente- está construida para llegar a este momento, siendo confirmado en la última escena, donde vemos su rostro consumido por el peso de una emoción con la que no sabe qué hacer. Del exterior (la noticia llegada desde el extranjero) al interior (el hogar), y del pasado al presente, este fantasma llegó para quedarse permanentemente en la mente de la protagonista, o mejor dicho, en la cotidianidad del matrimonio. Como señala el crítico Stephen Dalton, «ese cuerpo congelado en el glaciar sirve como metáfora poética, así como recurso argumental literal». Y es que no se nos dan respuestas sobre el futuro del matrimonio, sino una larga lista de preguntas: ¿podrá Kate superar este sentimiento?, ¿abandonará a su marido?… No lo sabemos, lo único evidente es que a partir de este momento su relación no será igual que antes. Incluso, suponiendo que llegaran a cumplir los 50 años juntos, ese fantasma o termina cubierto por otra capa de hielo más gruesa o termina por descongelarse. 45 años nos advierte que las consecuencias de una exploración arqueológica en una relación no respetan ni el amor, ni la duración, ni la confianza, ni mucho menos la aparente seguridad bajo la que se ha construido. Y sobre todo, parece decir que por más fuerte que sea la necesidad de hacer preguntas, a veces es mejor no saber nada en absoluto.