10 momentos fundamentales de Gabriel Figueroa
Por Icónica | 24 de agosto de 2016
Sección: Historia(s)
Temas: Cine mexicanoCinefotografíaÉpoca de oroFotografía en el cine mexicanoGabriel Figueroa
Probablemente uno de los agentes fundamentales en la creación de imaginario nacional o nacionalista que compartimos los mexicanos sea Gabriel Figueroa. Su mirada encuadró algunas de las películas más importantes en la historia del cine, no sólo local sino mundial. Durante cinco décadas, exploró distintas facetas de la mexicanidad usando la imagen como forma de manifestación narrativa. Su trabajo se nutrió de influencias que van desde Goya y Rembrandt, o Diego Rivera y José Clemente Orozco, hasta exponentes del expresionismo fílmico alemán como Friedrich Wilhelm Murnau, así como de un diálogo constante con cineastas nacionales y extranjeros. Gabriel Figueroa (Ciudad de México, 1907-97) logró que, por primera vez en el cine mexicano, la fotografía no fuera sólo un medio para mostrar, sino un aspecto fundamental en el relato: la mirada sostiene la historia tanto como lo hacen las actuaciones y el guión. Seleccionamos 10 momentos fundamentales en su trayectoria.
1) ¡Que viva México! (Serguéi Eisenstein, 1932)
La mítica película inconclusa de Eisenstein tuvo también una repercusión importante en la mirada de Gabriel Figueroa, que en sus primeros acercamientos a la imagen en movimiento –mas no al cine, ya que había trabajado como stillman en varias películas anteriormente–, fue asistente de Eduard Tissé, cinefotógrafo de cintas tan emblemáticas como El acorazado Potiomkin (Bronenosets Potiomkin, 1925) y Octubre (Oktiábr, 1928). Esta colaboración influyó tanto en su comprensión del lenguaje fílmico como en su percepción del espacio y su construcción visual de la mexicanidad —mediada por las interpretaciones que un trío de soviéticos hicieron de un libro estadounidense Idols Behind Altars (1929), de Anita Brenner, que interpretaba México—, una mirada que se iría profundizando y consolidando en sus trabajos posteriores.
3) ¡Vámonos con Pancho Villa! (Fernando de Fuentes, 1935)
En esta película trabajó como operador de cámara dirigido por Jack Draper. ¡Vámonos con Pancho Villa! es la historia de cinco hombres que se unen a la División del Norte para terminar enfrentándose al desencanto, a un lado crudo de la revolución. Considerada una de las más importantes de la época, esta cinta sirvió para que Figueroa desarrollara una mirada alrededor de la figura del hombre mexicano en relación con su entorno. En este proyecto, el fotógrafo comenzó a vincular la imagen en movimiento con las historias individuales que funcionan como símbolo de un momento histórico fundamental en la construcción de la identidad nacional.
2) Allá en el Rancho Grande (Fernando de Fuentes, 1936)
Ésta fue la primera ocasión en que Figueroa asumió la dirección de fotografía de un filme. Allá en el Rancho Grande estableció una fórmula para las comedias rancheras: historias nostálgicas plagadas de señas identitarias. Su simbología y reforzamiento de la mexicanidad causaron que se volviera inmediatamente popular entre el público, mostrando por primera vez al charro como personaje arquetípico. Gabriel Figueroa, a través del enfoque de su mirada, contribuyó a la construcción visual de estos símbolos que influirían en el cine y la cultura popular mexicana a partir de este momento.
4) Sus colaboraciones con Emilio “El Indio” Fernández
“El Indio” Fernández enalteció con su obra los paisajes, tanto urbanos como rurales, para enmarcar situaciones dramáticas en las que el destino juega un papel principal. Los roles del hombre y la mujer mexicanos, el espacio y una representación muy propia de la identidad nacional son rasgos distintivos de su obra, que Figueroa entendió a la perfección logrando traducirlos a su propia concepción del lenguaje cinematográfico. Para Figueroa, la fotografía no es una herramienta: forma parte indivisible de la construcción narrativa. Un encuadre tiene también una carga simbólica y el poder de encauzar el relato de manera determinante. Desde su primera colaboración, Flor silvestre (1943), el diálogo entre director y cinefotógrafo desembocó en obras consistentes donde se materializa la visión del primero sobre el México de la época: un cine de personajes y contrastes. El trabajo en conjunto de estos dos realizadores originó cuadros específicos que permanecen en el imaginario del espectador mexicano –los ojos de María Félix en Enamorada (1946), los claroscuros y el cielo en Río escondido (1947), las tomas de la Ciudad de México en Salón México (1948)…
5) Sus colaboraciones con Luis Buñuel
El cine de Luis Buñuel se aventuró en horizontes oníricos y surrealistas, algo que Figueroa entendió a la perfección desde Los olvidados (1950), su primera colaboración en conjunto. Se sabe que el Buñuel más trascendente es el de su faceta mexicana y, dentro de esta faceta, sus cintas más interesantes son, sin duda, aquellas en las que trabajó con Figueroa. El trabajo en conjunto alcanzó a potencializar la tensión narrativa necesaria en cintas como El ángel exterminador (1962) o Simón del desierto (1964), y le permitió al fotógrafo experimentar con personajes y escenarios distintos a aquellos con los que había trabajado anteriormente. Es en la obra de Buñuel que Figueroa logra explorar los alcances de la fotografía en la construcción de los sueños y su frontera con los escenarios realistas.
6) Macario (Roberto Gavaldón, 1959)
Basada en la historia homónima de Bruno Traven, Macario adquiere una atmósfera fascinante a través de las imágenes de Gabriel Figueroa. Los escenarios donde se lleva a cabo son, en gran medida, construidos a partir de las luces y sombraso. En este relato, el contraste entre un protagonista realista y los escenarios por los que transita alcanza un nivel estético muy alto: no se trata de pequeñas dislocaciones en la realidad, sino de entornos indudablemente fantásticos. Para lograr esto, Figueroa se vale de claras reminiscencias al expresionismo alemán, explorando otros territorios estéticos.
7) El niño y la niebla (Roberto Gavaldón, 1953)
Esta cinta se sostiene en las tensiones del mundo interno de su protagonista, Marta (Dolores del Río), una mujer que le teme a la posibilidad de que su hijo tenga una enfermedad mental que ha afectado a su familia. El lente de Gabriel Figueroa acentúa los momentos dramáticos para trasladar las obsesiones de esta mujer a las imágenes en movimiento: la locura desplaza gradualmente el entorno realista. La mirada del fotógrafo es fundamental en el desarrollo de la línea narrativa y la transformación de los personajes.
8) La puerta (Luis Alcoriza, 1968)
Aunque Gabriel Figueroa trabajó poco con el terror, muchas de las cintas que realizó con Buñuel poseen destellos enigmáticos que bien podrían pertenecer al género. Este cortometraje es parte de un proyecto titulado La puerta y la mujer del carnicero, que incluye también un mediometraje dirigido por Ismael Rodríguez y Chano Urueta. La puerta muestra una fiesta donde los invitados descubren una puerta que llega a un pasillo tenebroso donde hay un hombre extraño. El punto de encuentro entre la realidad y lo desconocido genera una tensión muy similar a la que se aprecia en El ángel exterminador. Mientras más se acerca a la puerta, el misterioso hombre transforma la postura de los personajes hasta volverlos irreconocibles.
9) Los hijos de Sánchez (The Children of Sánchez, Hall Bartlett, 1977)
Acreedora de una nominación al Globo de Oro por mejor fotografía, Los hijos de Sánchez es un retrato de la clase pobre en la Ciudad de México de los años sesenta. Basada en el libro homónimo del antropólogo Oscar Lewis, sigue la historia de la familia que habitó la Casa Blanca de Tepito. Gabriel Figueroa retrata la clase baja mexicana (como lo había realizado con maestría en Los olvidados) en un nuevo momento histórico. Este relato, que se caracteriza por su crudeza, resonó tanto en el público mexicano como internacional.
10) Bajo el volcán (John Huston, 1983)
Dirigida por John Huston, la historia de Bajo el volcán (basada en el estupendo libro homónimo de Malcolm Lowry) está ambientada en los años treinta: el cónsul inglés Geoffrey Firmin (Albert Finney) comienza un viaje interno de destrucción detonado por recuerdos que lo atormentan. La fotografía de Figueroa sigue de cerca la actuación que se coloca en un intersticio poco claro entre recuerdos fantásticos y realistas: una muestra más de su habilidad para jugar con las fronteras narrativas y trasladarlas al lenguaje fílmico.
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