Cine francés reciente (3/3): Haneke, No

Cine francés reciente (3/3): Haneke, Noé, Audiard, Kechiche...

Por | 24 de marzo de 2020

Sección: Historia(s)

Irreversible (Gaspar Noé, 2002).

Cerramos nuestra historia del cine francés cerca de 2010. La distancia histórica en esta caso es tan corta que en muchos casos no es muy claro qué autores y películas tendrán verdadera posteridad, aunque figuras como Michael Hanake parecen incuestionables. Pues bien, aquí una pequeña selección de directores y películas, que incluyen un documental y dos películas animadas muy distintas entre sí.

 

Philippe Grandrieux

La vida nueva (La vie nouvelle, 2002).

El cine de Philippe Grandrieux es una mirada al misterio. Fueras de foco, movimientos de cámara veloces y erráticos, oscuridades que devienen casi táctiles al retar los límites de la percepción ocular, y una deliberada reticencia a la narración clara, son muestra de su intención por explorar lo ominoso. Al mismo tiempo, explora el cuerpo en su animalidad y en su imperfección: los humanos de sus películas no sólo están fuertemente sexuados, sino que sufren enfermedades y están en contacto directo con la muerte. En su obra hay una especie de exploración mística de las tinieblas, con base en la cual crea una poética de las sombras, inconcebible, por un lado, sin las posibilidades del video digital y, por otro, sin la tradición francesa de explorar la degradación de la que estuvieron enamorados escritores decimonónicos como Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud.

Ahora bien, hay otro misterio en el cine de Grandrieux: casi toda su obra. Cuando en 1999 obtuvo reconocimiento en Locarno por su primer largometraje, Sombra (Sombre), llevaba ya veinte años de carrera en el el documental y la videoinstalación. Desde este punto podemos hacerle una pregunta a todas las “historias del cine”: ¿qué tan sesgadas están cuando predomina el largometraje de ficción?

 

Recursos humanos (Ressources humaines, Laurent Cantet, 1999)

El realismo social puede ser más terrible que la tragedia. Sus desenlaces no necesariamente conllevan a la muerte, sino a la realización de que la vida, trivial y pueril, continúa. Ese realismo está presente en Recursos humanos, retratando la triste realidad de un joven contratado en el departamento de recursos humanos de la misma empresa donde su padre es obrero. Queriendo cambiar el mundo, se rebela contra la empresa, e incluso su familia –su padre es, hasta cierto punto, un conformista de su condición laboral–, cuando el dueño busca recortar empleos para ahorrar presupuesto y, así, destinarlo a su “colchón” de retiro. En ese intento por hacer del mundo un “mejor lugar” que empezó como por un pequeño gesto, el protagonista se da cuenta de que el mundo en realidad es un tejido bastante complejo, casi imposible de rectificar. 

 

Abdellatif Kechiche

La esquiva (L’esquive, 2003)

En 2004 hubo una sorpresa general en los premios César, una película modesta, naturalista y con un uso de la cámara similar al del cinéma vérité, se llevó tres de las estatuillas más relevantes: mejor película, director y guión. Se trataba de La esquiva (L’esquive, 2003) de Adbellatif Kechiche. En la cinta, un grupo de estudiantes de una zona marginal a las afueras de París tiene que montar El juego del amor y del azar (1730), de Marivaux, para la clase de Francés. Krimo, de origen árabe, decide entrar en la obra –pese a tener reticencias en un inicio– para conquistar a Lydia, quien tiene el papel principal, Silvia. Krimo, resulta demasiado torpe tanto para el papel como para resultar atractivo. Pero la anécdota es lo menos relevante de una película que, con ese realismo drástico, se imbuye en un mundo adolescente sin preconcepciones, para así, complejizar y renovar, el retrato no sólo de los jóvenes de esa etapa, sino también de los excluidos. Cuando los adolescentes toman la palabra son personas enteras, con preocupaciones, anhelos y relaciones de poder, y no la caricatura de seres al borde del abismo que domina en los productos culturales. Por otro lado, los excluidos resultan tener tanto en común como diferencias: por un lado, parecen estar determinados por su condición social, pero al mismo tiempo, hay vías de salida y diferencias de oportunidades entre quienes son franceses por generaciones y quienes son hijos o nietos de migrantes. La obra de Marivaux se pregunta si uno está atrapado por su origen social y Kechiche le hace eco complejamente, sin dar respuesta.

Su otra película importante del periodo, Venus negra (Vénus noire, 2010), puede ayudar a entender el primer proyecto del director. La Venus Negra, Saartje Baartman, fue una esclava hotentote llevada desde la Colonia del Cabo de la Buena Esperanza a Europa, donde fue exhibida como espectáculo debido a las particularidades de su cuerpo. En la película, además de pasar por su historia real, termina en la prostitución. Saartje y Krimo en Europa (una sin querer estar ahí; el otro sin encajar del todo) hablan de la complejas relaciones de dominación, atracción, racismo, intercambio, integración e imposibilidad de integración de Europa y África; y además de quienes quedan en el medio: los migrantes y sus descendientes, entre los cuales se cuenta el mismo Kechiche, nacido en Túnez y crecido en el puerto occitano de Seta. 

Pero eso fue antes de su fama y su interés por el escándalo. 

 

Michael Haneke

Código desconocido (Code inconnu, 2000).

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el resurgimiento reciente de la extrema derecha, Europa ha asumido la obligación de lidiar con y controlar una vena tan antigua e incesante como su arte: el odio hacia el Otro. Michael Haneke, austriaco, aunque con más de media docena de filmes de producción francesa, ha entendido durante dos décadas que la mejor manera de representar dicha problemática es haciendo énfasis en su normalidad.

Código desconocido (Code inconnu, 2000), su primer largometraje galo, aborda el racismo sistémico desde una narrativa rizomática en la que las injusticias hacia las minorías fungen como núcleo. Éste, sin embargo, no es creado por un mal punzante que aboga conscientemente por este orden de las cosas, sino por uno mucho más sutil, fruto de la negligencia y la ligereza propia de las clases hegemónicas.

Contrastantemente, en La hora del lobo (Le temps du loup, 2003), el autor se enfoca en el mal más explícito e intrínseco de la sociedad. Tomando como partida la premisa popularizada por Hobbes –«el hombre es el lobo del hombre»–, la cinta relata una crisis humanitaria en la que el egoísmo, surgido de las necesidades animales, deshila el tejido social de un pueblo francés desabastecido de comida y medios de transporte. Sus semejanzas, tanto con el escenario apocalíptico de Niños del hombre (Children of men, Alfonso Cuarón, 2006) como con clásicos de posguerra como Roma, ciudad abierta (Roma città aperta, Roberto Rossellini, 1945), dotan al filme de atemporalidad, y por ende, el mal que retrata se percibe eterno y perpetuo: como algo que ocurre hoy en día, quizás no en las grandes ciudades, pero sí en los campos de refugiados y en las caravanas migrantes.

En Caché (2005), el thriller psicológico de su corpus, liga la paranoia –miedo incesante e injustificado hacia el otro– con los traumas de la niñez. Este temor incontrolable en el que el matrimonio de los Laurent cae tras recibir paquetes anónimos con grabaciones de su casa, sugiere una crítica a la cosmovisión occidental de la época post 11 de Septiembre: la obsesión actual por la vigilancia es, en buena medida, un síntoma de culpas reprimidas. 

 

Ser y tener (Être et avoire, Nicolas Philibert, 2002)

El ganado en el campo, seguido de una tortuga caminando dentro de un salón de clase. Con estas imágenes Nicolas Philibert, nos plantea desde el principio que en su documental, que retrata el curso de la vida en una escuela rural en Saint-Étienne-sur-Usson, en el centro de Francia, la vida privada y la pública no tienen distinción.

Por un lado, dentro del aula no existen muros que separen a los niños, ni por edades ni por grados escolares. Por el otro, todos juntos bajo la tutela de un solo maestro, Georges Lopez, quien los guía en las primeras etapas de formación, aprenden no sólo las primeras palabras, los verbos o números sino que también a dibujar y a cocinar; cosas útiles del día a día. No sólo escriben o cuentan sino que también hablan de sus pesadillas, conflictos y miedos mientras también aprenden a relacionarse el uno con el otro. Así, lo académico termina por mezclarse con lo personal y el profesor, paciente y comprensivo, deja de ser sólo un docente para convertirse en un mentor de vida. 

En Ser y tener la Francia rural opera como un microcosmos que deja entrever –de forma seca, pero sensible– las carencias de oportunidad de los más desfavorecidos y cómo la educación puede fomentar la colaboración en beneficio del bien común.

 

Gaspar Noé

Enter the Void (2009).

Así como Escher reta a descifrar la paradoja de sus escaleras, los formatos experimentales del bonaerense Gaspar Noé, causan una sensación de vértigo.

En uno de los diálogos de Love (2015), Murphy, un misógino estudiante de cine –alter ego del cineasta– cuenta que la esencia de la vida se encuentra en «Sangre, semen y lágrimas», y su intención es que de eso vaya su obra.  Ese diálogo expresa la intención del argentino desde el inicio de su obra, y es indudable en su primer largometraje reconocido: Irreversible (2002), crudo y morbosamente explícito. Uno pensaría que no se puede ir más allá de la violencia sexual después de la escena de violación de Monica Bellucci, hasta que estrenó Enter the Void (2009) superando las expectativas. 

El relato espiritual en primera persona que es Enter the Void, deja claras dos preocupaciones del autor: la experimentación técnica de una narrativa vertiginosa y el gráfico placer del masoquismo, como si retara a la audiencia a quedarse en la sala aludiendo a los tabúes sociales, las drogas siendo el menor de los problemas y la sexualidad en todas sus tonalidades, hasta pasar por el incesto. No obstante, su último metraje, Clímax (Climax, 2018), habla de la decadencia humana dejando ver que se inspira en la filosofía de Emil Cioran como si fuera vista bajo los efectos de un ponche adulterado con ácido lisérgico, volviendo, esta vez, las drogas el tabú principal.

 

Jacques Audiard

Un profeta (Un prohète, 2009).

Jacques Audiard retrata con pinzas lo extramarginal. Sus historias acostumbran sujetos que, inclusive dentro de los bajos mundos, resultan anómalos por su nivel de desamparo. En Dheepan (2015), un hombre y dos mujeres de Sri Lanka, fingen ser familia para escapar de la guerra civil de su país y migrar a Francia; ahí, la vida en los suburbios, infestados por pandillas, resultará tan problemática como aquella de la que escapan. En Un profeta (Un prohète, 2009), Tahar, un joven reo de origen árabe, lucha por ganar su lugar en una prisión dominada por la mafia de Córcega; una vez que parece haber obtenido su respeto, intenta revelarse un sistema que sólo lo necesitaba como chivo expiatorio. En la aparentemente menos atormentada Metal y hueso (De rouille et d’os, 2012), una entrenadora de orcas que pierde una pierna, debe lidiar con los impulsos violentos de su pareja, un cadenero que participa en peleas clandestinas. 

Si bien, se le puede acusar de explotar los sufrimientos contiguos a la miseria, las audiencias y, en especial los jurados de festivales, no han parado de celebrarlo. Y es que su estilo narrativo es sumamente efectivo: por medio de un naturalismo hiperbólicamente detallado, introduce en el realismo social elementos del cine de género, primero a cuentagotas y después en torrentes, que llevan a sus cintas a finales que podrían ser sacados de las películas de acción estadounidenses más estruendosas. Además, a esto se le añaden dos capacidades raras en la actualidad. Primero, generar imágenes que apelan a la simplicidad de la forma fílmica y el color, para sintetizar sus temas (los souvenirs tintineantes que Dheepan vende en París parecen barcos migrantes cruzando el océano, como mejor ejemplo). Y segundo, un manejo docto del guión, probablemente aprendido de su padre, Michel Audiard, legendario escritor y libretista francés.

El año pasado dirigió su primer largometraje hollywoodense, Los hermanos Sisters (The Sisters Brothers, 2018), un western en el que se demuestra, una vez más, que los grandes presupuestos no están para nada enemistados ni con el trabajo autoral ni con guiones de calidad.

 

Las Trillizas de Belleville (Les Triplettes de Belleville, Sylvain Chomet, 2003)

Durante el Tour de Francia, uno de los ciclistas es secuestrado por la mafia: el nieto de Madame Souza. Ella, al darse cuenta de su desaparición, emprende un viaje a Belleville junto a su perro Bruno para ir en su búsqueda. En el camino se cruzan con las míticas Trillizas estrellas del music-hall de esa ciudad, que les ofrecen ayuda para encontrarlo.

El trabajo de animación casi silente de Sylvain Chomet no muestra toda su belleza a primera vista –sus personajes son de apariencia excéntrica, igual que los escenarios–, esa cualidad se desarrolla más bien en el ambiente sonoro que acompaña toda la película, así como a través de los gestos de sus protagonistas quienes, a pesar de tener sus propios miedos y obsesiones, se mueven por el compañerismo, el amor y la fidelidad hacia el otro, en una ciudad en la que, pareciera, ocurre todo lo contrario. 

Con una mirada al pasado de los protagonistas, el director da señales de que ese periodo se recuerda con cariño. Además al cuidar a detalle el sonido de la música de los años treinta se establecen sucesos importantes: la llegada de Bruno a la familia, la cima de la carrera de las Trillizas y donde uno de los personajes empieza su historia de amor con la bicicleta. El presente, al contrario, se percibe como una etapa de estancamiento que incluso se retrata con colores apagados, pero es donde comienza una aventura con heroínas poco convencionales, que tocan música y se defienden con objetos cotidianos.

 

La escafandra y la mariposa (Le scaphandre et le papillon, Julian Schnabel, 2006)

Jean-Dominique Bauby, editor de la revista francesa de moda Elle, sufre un ataque cerebrovascular que lo conduce a un coma. Al despertar, se da cuenta de que los médicos no pueden escucharlo debido a que su cuerpo está paralizado, pero su mente funciona a la perfección. Padece el “síndrome de cautiverio” y su única forma de comunicarse es a través de la mirada.

Rara vez el espectador se ve obligado a ponerse en los zapatos de personajes que enfrentan algún padecimiento físico, pues estas exploraciones suelen hacerse desde fuera; sin embargo, en la película de Julian Schnabel, es la propia mirada del protagonista –tan incómoda como debe resultarle a él mismo y, acompañada de un peculiar humor negro– la única forma que tenemos de conocer lo que pasa a su alrededor, sus relaciones personales, la opinión de los médicos y de comprender cómo llegó a ese punto de su vida.

No es sino hasta varios minutos después, cuando por fin se muestra el rostro de Dominique, y con él una especie de visión de sí mismo dentro de una escafandra, objeto utilizado como metáfora del encierro físico en el que está el editor. Las imágenes de la naturaleza, los sonidos y los recuerdos, son los elementos que elige el director para transmitir el sentir de un personaje que, como ya se mencionó, ha perdido la movilidad de su cuerpo pero no su memoria ni su capacidad para imaginar cualquier cosa. Cuando lo entiende, es capaz de recordar su pasado y dar lugar a una nueva obra. Pero más allá de lo anterior, La escafandra y la mariposa utiliza la figura del cuerpo-carcasa para plantear las posibilidades de remoldear la identidad propia. 

 

Persépolis (Persepolis, Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007)

A finales de los años setenta e inicios de los ochenta, Irán estaba por pasar un duro periodo de transición tras el derrocamiento del Shah, la instauración de la República Islámica y el inicio de la guerra contra Iraq. En este contexto se desarrolla la historia que nos narra la vida de Marjane Satrapi, una pequeña muy curiosa y precoz que, al pertenecer a una familia de izquierda, y al saberse en desventaja por ser mujer, se convierte en una jovencita subversiva y contestataria. Sus padres deciden enviarla a Viena para estudiar, ya que, saben que el régimen no dudaría en asesinar a una muchachita disidente –sin importar lo joven que fuera– pues, aunque fuera ilegal ejecutar a una virgen, podrían mandar a alguien para violarla y después asesinarla. Esta dura realidad servirá para que Marjane madure y, pese a todo, nunca pierda su dignidad, la integridad o el sentido del humor. Pues a fin de cuentas, Persépolis es un llamado a la tolerancia, la igualdad y la libertad, a la vez que denuncia a una sociedad represiva y desigual, retratada desde una autobiografía marcadamente femenina, con unos trazos arabescos que tienen mucho de la tradición de las ilustraciones persas y del teatro de sombras, además de un toque de la estética expresionista.

 

La clase (Entre les murs, François Bégaudeau y Laurent Cantet, 2008)

Laurent Cantet adapta la novela autobiográfica de François Bégaudeau quien, fuera maestro de literatura en una escuela pública, donde su grupo está repleto de alumnos de origen marginal que si no son problemáticos, son apáticos. A diferencia de la pedagogía romantizada en el cine, mostrando al profesor como un Sócrates contemporáneo, Bégaudeau, interpretándose a sí mismo, retrata el conflicto con alumnos independientemente de la educación. Algunos diálogos que podrían pasar como inspiradores o románticos, son disminuidos por una edición sonora que concentra el ruido de los murmullos, propios de la acústica de un aula llena de alumnos indiferentes. Así se hace un crudo retrato de la complejidad de enseñar al mismo tiempo para liberar que para incorporar al contrato social a jóvenes que quieren aprender y ser parte de Francia pero que tienen importantes reticencias o rezagos en ambos sentidos. Esta película en el estilo realista de Laurent Cantet, en sus claroscuros, es probablemente el mejor retrato de la educación que tenemos en lo que va del siglo.

 

Redacción: Luz Bustamante, Santiago Gómez Fernández, quien también dirigió la investigación, Grecia Juárez, Abel Muñoz Hénonin, Diego Pacheco Illescas y Octavio Rivera Ramírez, quién también realizó la revisión del texto.
Agradecemos a Raúl Miranda su asesoría para esta serie.