Pájaros de verano

Pájaros de verano

Por | 16 de noviembre de 2018

La dupla de Ciro Guerra (Río de Oro, 1981) y Cristina Gallego (Bogotá, 1978) –ahora emprendiendo también como directora– está de vuelta con un filme que retoma la pugna entre Occidente y las culturas precolombinas. Pero mientras El abrazo de la serpiente (2015) presentaba la transformación de la cultura indígena en pleno colonialismo durante la Fiebre del Caucho, en Pájaros de verano (2018) se irá preparando poco a poco una odisea de desolación y dolor, donde la prosperidad y abundancia traerán derramamiento de sangre y traiciones. Aquí los espíritus están ofendidos.

En primera instancia podría parecer un filme sobre las tradiciones de una familia wayú, en La Guajira colombiana, sin embargo, al poco tiempo el filme incursiona hacia un tono diferente y, en su lugar, los directores presentan el surgimiento y la tragedia del narcotráfico en la zona, así como la confrontación de clanes, primer eslabón en la cadena de producción del negocio de la marihuana.

La épica –dividida en cantos al estilo de La divina comedia– situada entre 1960 y 1980 (en plena Bonanza Marimbera), y hablada principalmente en wayuunaiki, también podría recordar por momentos a los clásicos del cine de gángsters como El Padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972), Caracortada (Scarface, Brian De Palma, 1983) o, recientemente, a las famosas series relacionadas con el narcotráfico. Pero los directores logran una historia desde una óptica diferente, mezclando el inicio del negocio de la marihuana con la cultura wayú y haciendo una alegoría de la historia reciente del país. No se apartan del misticismo y las tradiciones del lugar, más bien las conjuntan, lo que desprende a Pájaros de verano de la típica película de “narcos” y conduce a un final donde la violencia se apodera de la trama y evita la idealización de las comunidades indígenas que muchas veces vemos en el cine latinoamericano.

Aquí no es Vito Corleone ni Pablo Escobar quien lleva las riendas del clan, sino Úrsula, el personaje principal. Una madre controladora que haría cualquier cosa por la honorabilidad y el respeto para esta familia. «Si hay familia, hay respeto. Si hay respeto, hay honor. Si hay honor, hay palabra. Si hay palabra, hay paz», enunciará en una de las primeras escenas.

Después también son presentados varios integrantes de la familia, como Zaida, la hija, que después del baile de la Yonna tendrá que incursionar en la vida adulta; Peregrino, el tío y mensajero; y el hijo menor, el impulsivo Leónidas, que actuará como la oveja negra colocando en problemas a la familia en más de una ocasión.

Al mismo tiempo, como uno de los ejes principales se ve el ascenso dramático de Raphayet, que para poder casarse con Zaida y cumplir con los “requisitos” impuestos por su nueva suegra, verá en el mundo del narcotráfico la posibilidad de obtener dinero.

Raphayet transitará, de ser un yerno dócil, a sobrevivir mediante traiciones y decisiones fatales, y acumular una riqueza que lo hará pasar literalmente de una choza hecha de paja, a la mansión de un señor de la droga en ese vasto y solitario desierto.

En el albor de la legalización de la mariguana y su discusión en varios países resulta necesario conocer estas historias de las que no solo Colombia, sino Latinoamérica tiene de sobra, y colocar en el reflector a personajes también involucrados, más allá de los populares capos.


Paloma Cabrera Yáñez trabaja en Cinema 23 y los Premios Fénix. Es maestra en Estudios Cinematográficos por el University College London. Ha colaborado en medios como ExcélsiorCine Toma y La Tempestad@paloma_cabreray