El abrazo de la serpiente
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco | 4 de marzo de 2016
Tal vez, y a pesar de lo que pueda pensarse tras un primer visionado, la mejor manera de definir a El abrazo de la serpiente (2016), el sobrecogedor tercer largometraje de Ciro Guerra (Río de Oro, Colombia, 1981), no es como una película de “cine trascendental”. Y con “trascendental” no me refiero aquí en absoluto a su relevancia (porque relevante sí es, sin lugar a dudas), sino a la capacidad en ella de lo que Paul Schrader describió con tanta eficacia en su único libro, El estilo trascendental, en resumen: la posibilidad en una película de «revelar lo sagrado o lo metafísico a partir del medio cinematográfico».
Y sí, en el filme de Guerra hay un sinnúmero de elementos que dirigen la trama hacia la búsqueda de lo espiritual: hay plantas sagradas y viajes iniciáticos a través de lo que parece ser un desdoblamiento cósmico de la conciencia, también un santuario (o varios), y un peregrinaje; y por si fuera poco, todo está inmerso en el universo selvático y etéreo de la impresionante Amazonia colombiana, que en sí misma ya parece plagada de revelaciones místicas. Pero El abrazo de la serpiente es mucho más que eso, y sus más grandes méritos no se encuentran precisamente allí, a pesar de lo bien logrado de un argumento que es capaz de amalgamar con éxito, creo yo, diferentes visiones religiosas.
La historia está basada en los diarios de viajes de dos investigadores y exploradores occidentales que recorrieron la región del Alto Amazonas (en las inmediaciones de la frontera entre Colombia y Brasil) con medio siglo de distancia entre sí: el etnólogo y fotógrafo alemán Theodor Koch-Grünberg (1872-1924), hacia 1910, y cuarenta años más tarde el botánico estadounidense Richard Evans Schultes (1915-2001). En una libre (muy libre) adaptación de los textos de ambos, la película une las dos experiencias entorno a un personaje de características mitológicas, el chamán Karamatake, último líder religioso de un pueblo amazónico arrasado por la guerra del caucho, el hambre y la colonización que aquejaron a la región india durante más de 50 años. En dos momentos, que se van alternando a través de un flujo continuo, dos versiones de un mismo Karamatake, uno joven y el otro viejo, guiarán a los investigadores a través de la espesura de la selva con el fin de encontrar una escasísima planta con poderes alucinógenos y, de paso, los restos de un poblado indígena caído en la peor de las desgracias.
Detrás de lo aparentemente laberíntico de su argumento, que además de viajar de un lado a otro de dos épocas distintas abarca fenómenos tan complejos como el pensamiento colonial de Occidente, la imaginería amazónica, la magia y el sincretismo religioso, El abrazo de la serpiente logra colocarnos en el centro de la cuestión intercultural que al menos desde finales del siglo XIX le da sentido a disciplinas como la antropología: el encuentro con la alteridad, y la posibilidad (o no) de traducir los códigos que desde una cultura o desde otra le dan sentido a un mundo cuyos misterios se nos escapan.
¿Qué significa el hecho de que una película como ésta, filmada en blanco y negro y cuya temática oscila entre lo antropológico y lo trascendental esté nominada al Óscar como mejor película en lengua “extranjera”? ¿Una reivindicación política de lo periférico, o las tendencias tropicales de una sociedad occidental ansiosa de buscarse en el exotismo de lo culturalmente remoto?
Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_
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