El cine colombiano en la primera década del siglo XXI
Por Icónica | 6 de junio de 2018
Sección: Historia(s)
Los viajes del viento (Ciro Guerra, 2009)
En los primeros años del nuevo milenio se establece un nuevo camino, que empieza a forjarse a finales de los noventa, con la creación del Ministerio de Cultura y el Departamento de Cinematografía, y que se hace factible en el 2003 con la llegada de la ley 814, mejor conocida como la “Ley de Cine”, encargada de facilitar la producción y contribuir a la creación de una industria sostenible. Esta es la época de los nuevos creadores.
La revisión cinematográfica de la primera década del siglo demuestra que aún proliferan las problemáticas sociales como tema principal de una generación de creadores con cierta responsabilidad social. Sin embargo, se actualiza la forma, aparece un interés más profundo por la psicología de los personajes y, sin dejar aún de lado todo aquello que circunda al país, fusionan la intimidad de los protagonistas con la agresividad de un entorno plagado de violencia y pobreza. Además, el cine colombiano entra en un periodo donde se encuentran, de maneras tanto fluidas como conflictivas, visiones locales y universales a la vez.
Esta selección no puede ser más que provisoria. La escasa distancia con las películas y el autor discutidos aquí hace probable que hayamos cometido omisiones o inclusiones notables. Un valle sólo se ve entero desde la serranía, cuando lleguemos habremos de revisar lo que planteamos aquí.
La virgen de los sicarios (Barbet Schroeder, 2000)
Esta cinta, basada en la novela de Fernando Vallejo, narra el regreso de Fernando a Medellín y su encuentro con un país asediado por el narcotráfico. A partir de su relación amorosa con un joven sicario, se desencadena una historia de persecución y venganza donde aventurarnos a emitir juicios no resulta nada sencillo: a final de cuentas, en un entorno inundado por la violencia, en una Medellín caótica, azotada por las guerras urbanas, los jóvenes son sólo piezas de un engranaje mucho más grande. La crudeza con que son retratados estos personaje hace de La virgen de los sicarios una crítica contundente del conflicto. Vallejo y posteriormente Schroeder se sirven del catolicismo y sus íconos para expresar la dicotomía que representa el rezo de los sicarios a María Auxiliadora, como si los santos aprobaran el asesinato y protegieran al asesino. Esta también es una crítica a la sociedad “del Sagrado Corazón de Jesús” que es Colombia, donde la devoción y la fe ha jugado un papel central en la perpetuación de la desigualdad social.
Ciro Guerra
La sombra del caminante (2004)
Además de ser el cineasta colombiano más reconocido de la actualidad por el aplauso unánime al El abrazo de la serpiente (2015) en festivales internacionales, Ciro Guerra puede ser tomado como un caso de estudio para delinear los cambios estéticos y narrativos que son producto del paso de la industria a la era digital. Desde su ópera prima, La sombra del caminante (2004), se pueden identificar la libertad y el valor del director para explorar geografías. La cinta, embellecida por místico y lo surreal, narra la amistad entre un minusválido y un cargador de personas –un taxi humano– que vagan por Bogotá en busca de ganarse la vida.
Con una producción considerablemente más costosa, la segunda entrega de ficción de Guerra, Los viajes del viento (2009), se asemeja tanto a su predecesora como a El abrazo… En ésta, un juglar/acordeonista en duelo viaja a lo largo del Caribe colombiano en busca de su maestro para que lo salve de una supuesta maldición, acompañado por un joven que lo sigue para poder aprender las técnicas del instrumento. El recorrido de la pareja es obstaculizado por duelos en los que deben improvisar, sobre el ritmo del vallenato, para seguir adelante. Aquí, las tendencias hacia lo místico y las apuestas estéticas que el autor había presentado en su debut llegan a extremos que colindan con el cine experimental. Así, Guerra refresca la narrativa épica/histórica y nutre la tradición colombiana –impulsada por Víctor Gaviria– de hacer un cine en el que los territorios son imprescindibles, con la valentía propia del poder hacer un cine-no-tan-caro.
María, llena eres de gracia (Joshua Marston, 2004)
Esta película es resultado de una coproducción entre Colombia y Estados Unidos que reconoce la desafortunada relación de ambos países, horadada por el narcotráfico . Para ello narra la historia de una joven de diecisiete años que, ofuscada por su situación económica y un embarazo, decide trabajar como mula llevando droga en su vientre a Estados Unidos. A pesar de lo escandalosa que podría resultar la trama, la dirección es tan cuidadosa que todos los elementos entran en sincronía de una manera muy sencilla: tanto la fotografía como la actuación de la protagonista y el desarrollo de la narrativa fluyen de manera respetuosa y contenida para retratar de forma verosímil un tema tan sórdido como lo es este. Por otra, parte, María, llena eres de gracia anuncia, junto a La virgen de los sicarios, el éxito de la política de internacionalización colombiana, que ha colocado al país como un espacio para producciones de altísima calidad, y ha comenzado a quitarle ese lugar a México. Esta nueva configuración es mucho más visible a partir de 2010 y, en consecuencia, es una tema para otra ocasión.
Rosario Tijeras (Emilio Maillé, 2005)
En este thriller trágico, un beso de Rosario Tijeras es la muerte asegurada. La protagonista de esta cinta –basada en un libro homónimo– es una mujer atormentada por un pasado de abuso y violencia. Imprimiendo su poder de seducción en las numerosas escenas eróticas que dan forma a la narrativa, esta femme fatale tropical interpretada por Flora Martínez, va enamorando a quien se le ponga enfrente. Sin importar si se trata de jóvenes privilegiados, magnates estadounidenses o sicarios, los personajes que se cruzan en su camino van cayendo ante la provocación hasta encontrarse en el fondo de una espiral: en los bajos mundos o enfrentándose con la muerte misma. La exitosa película dirigida por Emilio Maillé retrata una Medellín que, aún en el nuevo milenio, resiente los remanentes de la narcoviolencia que dictó el curso de las décadas pasadas.
Perro come perro (Carlos Moreno, 2008)
Con un pie en el cine noir, con otro en la comedia, y con un toque de brujería, Perro come perro cuenta el extraño caso de un empresario caleño que, queriendo vengar la muerte de su ahijado y recuperar un dinero que le fue robado, contrata a los dos criminales que cometieron sendos delitos. El asunto que el director Carlos Moreno pone en juego es la capacidad infinita de los seres humanos para hacer el mal. Independientemente de ello, su importancia en el cine colombiano –y uno de los asuntos que estuvieron en juego en su campaña publicitaria– es su apego al modelo internacional de tres actos y los altos valores de producción en una cinta local, a diferencia de las películas internacionales de tema nacional que Barbet Schroeder y Joshua Martson lanzaron años antes y que ya fueron mencionadas.
La sociedad del semáforo (Rubén Mendoza, 2010)
La opera prima de Rubén Mendoza es un retrato de lo que significa habitar la calle. Raúl es un desplazado del pacífico que llega a Bogotá y que, en busca de una oportunidad de trabajo, les propone a los malabaristas, cuentistas y “acróbatas” que trabajan en un semáforo, detener veinte segundos más a los conductores hackeando el mecanismo del aparato para que dure más en rojo. La película transcurre como si estuviese bajo una ilusión de intemporalidad, de alucinaciones e introspección, mientras que en los momentos de realidad Raúl busca enviar unos zapatos robados al pacífico para su hija. Quizá por su verosimilitud La sociedad del semáforo es un poema crudo de la calle, del desplazamiento, de la soledad y de los paliativos para contrarrestarlo todo. Mendoza logra fusionar con maestría lo problemático del encuentro entre lo psicológico y lo social a través de los espacios, de los sonidos y de las imágenes, dando además apertura a una contemplación reflexiva sobre “el primero en agonía”, el protagonista.
El vuelco del cangrejo (Óscar Ruiz Navia, 2010)
El vuelco del cangrejo es una especie de ficcionalización de una estancia de Óscar Ruiz Navia en la comunidad pesquera de La Barra, en el Pacífico colombiano. Daniel –trasunto fílmico del realizador– se instala en la comunidad buscando un barco para irse del país y establece relaciones con varios de los pobladores, entre los que destaca Arnoldo Salazar Rivas, “Cerebro”, quien se interpreta a sí mismo como representante de la resistencia a convertir su pequeño paraíso en un destino turístico playero estandarizado. Carlos Bonfil notó que el conflicto adquiere una dimensión poética por la parquedad de los diálogos y el tratamiento de la selva como un espacio abrumador. Si bien esta película resultó excepcional en su contexto local, encajó perfectamente en una tendencia latinoamericana, una especie de realismo lírico en el que también incursionaron, por ejemplo, el argentino Lisandro Alonso, en su primer etapa excepcional, y el mexicano Pedro González Rubio en Alamar (2009).
Redacción: Santiago Gómez Fernández, Abel Muñoz Hénonin, Ana Laura Pérez Flores y Juanita Porras, quien también dirigió la investigación.
Agradecemos a Katia González su asesoría para esta serie.