El cine colombiano de los años noventa

El cine colombiano de los años noventa

Por | 31 de mayo de 2018

Sección: Historia(s)

Temas:

(La gente de La Universal, Felipe Aljure, 1994)

Con el quiebre de FOCINE en 1993 se hicieron visibles las fallas administrativas del modelo de financiamiento cinematográfico colombiano. Por encima de las prioridades comerciales, hubo una intención de apoyar proyectos artísticos que desafortunadamente provocó pérdidas exorbitantes. No obstante, es en la última década del milenio pasado cuando muchas películas producidas por FOCINE, especialmente durante los ochenta, logran ver la luz. Estas producciones representan precisamente la finalización de un periodo y el primer paso hacia la creación de una industria.

El cine marginal aún latente se dirigía hacia nuevas consideraciones estéticas y narrativas, a su vez, se exploraban géneros como el histórico y las ficciones regionalistas, en comedias y dramas en torno a la idiosincrasia del centro del país. De las preocupaciones sociopolíticas que había desatado el conflicto de los cincuenta quedaban remanentes, centrados en visibilizar las transformaciones urbanas: la pobreza, el desamparo infantil, las pandillas y los conflictos cotidianos surgían como contingencias del momento histórico. Esta es una época de transición. El cine contestatario da paso a una mirada menos subversiva y más contemplativa de la marginalidad social. Ahora bien, no significa que la violencia desaparezca como preocupación central, sino que se visibilizan diversas formas de violencia, tan abrasivas como el mismo conflicto armado.

Elegimos un puñado de directores y películas que dan cuenta abierta de este periodo de transición. Como es nuestra costumbre nuestro recuento no es exacto en términos históricos y por momentos se escapa de la cronología exacta.

 

Sergio Cabrera  

 La estrategia del caracol (1993)

Después de trabajar como director de fotografía y dirigir algunos cortometrajes, Sergio Cabrera realizó su primer largo, Técnicas de duelo: Una cuestión de honor (1989) que, a pesar de ser aclamada en festivales, no recibió mayor atención del público. Esta es una cinta que se desenvuelve en los Andes durante los cincuenta, donde dos hombres de un pueblo se enfrentan en un conflicto mortal, que termina siendo aprovechado por el alcalde para disminuir los ánimos de la oposición. A partir de esta película comienza a definirse el eje del cine de Cabrera: las dinámicas a partir de las que surgen los movimientos del pueblo. Su mirada retrata la efervescencia social para así exhibir las maneras en que opera. Su siguiente trabajo es tal vez el más importante de su trayectoria, La estrategia del caracol (1993), que surge de una nota periodística sobre los desalojos en Bogotá y sigue la historia de unos inquilinos que prefieren derrumbar el edificio donde viven antes que ser expulsados. La estrategia…, además de ser una de las películas más taquilleras en la historia del cine colombiano, se convirtió en un estandarte de los movimientos ciudadanos autogestivos frente a una burocracia abusiva. En 1998, con Golpe de estadio, alteró un poco su línea discursiva al plantear la suspensión de un conflicto entre la guerrilla y la policía, alrededor de un posible pozo petrolero, para poder ver el juego Colombia-Argentina en la eliminatoria hacia el Mundial de 1994. El futbol detiene el tiempo y la política.

 

Víctor Gaviria

La vendedora de rosas (1998)

Durante más de veinte años, Víctor Gaviria se ha dedicado a aislar y diseminar los vicios y la descomposición moral de los distintos estratos socioeconómicos de Medellín. Fiel a la puesta escena con actores naturales y al uso de locaciones reales, la obra del realizador podría entenderse, en especial durante la década de los noventa, como un intento por retratar lo marginal desde la marginalidad misma.

La violencia y las drogas, temas centrales en sus cintas, están presentes desde Rodrigo D. No futuro (1990), su primer largometraje, que narra la vida de un punk de las comunas, barrios marginales de la periferia. Huyendo de las problemáticas del contexto, Rodrigo intenta aislarse de sus familiares y amigos persiguiendo sin éxito el sueño de ser músico, así se convierte en un retrato de lo que era ser pobre y joven en la Medellín de Pablo Escobar.

Gaviria, al igual que el protagonista que practica batería golpeando con sus baquetas los muros de fincas abandonadas y casas en obra negra, hace de la geografía urbana el instrumento principal con el que expresa los conflictos y de la música subversiva una válvula de escape para una juventud sin futuro.

En su exitosa segunda entrega, La vendedora de rosas (1998), a pesar de contar con un presupuesto mucho mayor, el director antioqueño permanece en el universo del realismo social. Basándose en el cuento La pequeña cerillera de Hans Christian Andersen y con analogías visuales a Los olvidados de Luis Buñuel, la película es un retrato de niños y jóvenes que habitan la calle. Sin alternativa, los pequeños comerciantes ambulantes sucumben ante un ambiente atiborrado de prostitución infantil, homicidios entre pandilleros y alucinaciones fruto del consumo de pegamento. La emotividad lograda en la transmisión del relato le valió a Gaviria palmarés en el festival de San Sebastián y la creación de una serie a partir del argumento original (Lady: La vendedora de rosas, 2015).

La producción de Gaviria es un retrato del desamparo en sus múltiples formas, que al ficcionar en los espacios reales, involucra, en todo el proceso creativo, a aquellos que proceden de la marginalidad y que resultan idóneos para entenderla desde adentro.

 

María Cano (Camila Loboguerrero, 1990)  

Camila Loboguerrero retoma su preocupación por el papel de la mujer en la sociedad colombiana con la historia de Maria Cano, una de las primeras líderes y activistas por los derechos de los trabajadores en la década de los 20. El retrato tiene dos dimensiones: está respaldado por una investigación minuciosa que intenta mantenerse fiel a los hechos históricos, lo que supone una empresa cinematográfica pocas veces vista en el país  y, además, pretende acercarse a la mujer en su cotidianidad y en sus vulnerabilidades. La mirada femenina de la directora permitió matizar de manera fascinante una figura clave en la historia logrando una película biográfica trascendental.

 

Confesión a Laura (Jaime Osorio Gómez, 1991)

En medio del Bogotazo, don Santiago, con tal de no decepcionar a su esposa, accede a llevarle un pastel a Laura, una mujer soltera que vive en el edificio al otro lado de la calle. En el instante en que el hombre llega a su destino, se decreta toque de queda a causa de los disparos y las explosiones. Sin escapatoria de los aposentos de quien hasta entonces era una desconocida, don Santiago irá revelando a lo largo de la tarde las inseguridades que lo acechan, convirtiendo a Laura en su mayor confidente, mientras su esposa, adoptando un rol casi maternal, los observa desde la ventana. Lo que comienza como un film con tintes políticos transmuta en una comedia, conforme la confianza de los personajes aumenta, y a partir de acontecimientos banales (canciones de tango, unos pantalones que se mojan) se cuestiona el deber ser de los roles y las expectativas sociales de género. Así, Jaime Osorio Gómez, realizador de la cinta, logra emparentar jovialmente los eventos políticos y los cambios de mentalidad ocurridos a mediados del siglo pasado para retratar lo que podría entenderse como el despertar de una sociedad moderna a consecuencia de un suceso político de gran relevancia.

 

Felipe Aljure

El Colombian Dream (2006)

Con el estreno de La gente de La Universal, en 1994, se reveló una mirada oscura, simpática y cáustica a la vez, la de Felipe Aljure. El centro de Bogotá es el escenario de una comedia de delitos y enredos, donde Diógenes Hernández, director de la agencia de detectives La Universal, descubre la infidelidad de su esposa y un sobrino mientras se ocupa de cuidar a una actriz pornográfica, novia de un mafioso acusado de asesinato, y entonces decide perpetrar una venganza que sale mal para todos… El tono desenfadado, los encuadres cerrados típicos de la década de 1990 y una edición relativamente veloz fueron muy innovadores en su momento.

Y aún así, en su segundo largometraje, El Colombian Dream (2006), seguramente su obra mayor, producida diez años después gracias a una nueva política de apoyos públicos, Aljure llevó sus búsquedas formales y temáticas al extremo. El Colombian Dream es un bar en Girardot, ciudad natal del director, donde una mujer que intenta llevar el negocio honestamente, Lola, cambia de opinión a raíz de que su hija y unos gemelos con los que mantiene una relación confusa y erótica empiezan a hacer dinero. La historia es contada, con cambios de ritmo en el montaje, efectos especiales que llevan las imágenes del surrealismo al cómic, grandes angulares y teleobjetivos, desde la perspectiva de un niño abortado por Lola. Se trata de una construcción estética que se burla de la dicotomía entre lo alegre y lo violento del folklor colombiano, con final, obviamente, trágico.

Aljure es quizá el cineasta colombiano que más ha trabajado las posibilidades de jugar con el medio fílmico haciéndolo visible. Es palpable su interés por esa línea flexible que lleva de la honestidad al mal. Sabe que hacer reír al respecto es la manera más potente de evidenciar las inconsistencias morales de la audiencia, muy parecidas a las de sus personajes.

 

Redacción: Santiago Gómez, Abel Muñoz Hénonin, Ana Laura Pérez Flores y Juanita Porras, quien también dirigió la investigación.
Agradecemos a Katia González su asesoría para esta serie.