Que no se aceptan devoluciones (y de int

Que no se aceptan devoluciones (y de intestino ni pensarlo)

Por | 18 de julio de 2018

Lo más sencillo es complicarlo todo (René Bueno, 2018)

Vaya sorpresa enterarse de propuestas como proteger al cine mexicano buscando reservar un 30% del tiempo en pantalla para cintas de tedio infinito, precisamente las proyectadas semana a semana en la cartelera comercial. Jamás se ha sabido de escritores, por ejemplo, exigiendo venta obligatoria de porcentaje determinado de títulos nacionales. Mucho menos existe noticia de compositores obligando a las sinfónicas interpretar cierta cantidad de obras compuestas por el paisanaje. ¿Por qué sobreproteger al cine?

Un argumento considerado contundente refiere la colonización de la cartelera a manos del perverso cine hollywoodense. Como tienen mejores productos comerciales, se imagina a un espectador que obligado por las circunstancias haciendo lo siguiente: a) verá de manera natural cintas nacionales en cuanto se reduzca la exhibición de estadounidenses, b) las recomendará, supuestamente, c) importará así menos si existe una posible recuperación económica dada la circunstancia de que, al tener mayor público, se evitará hablar del horrible tema del dinero. Es el arte burgués por excelencia, el más caro, pero en México se ve al cine con criterio anacrónico: la inversión debe ser, necesariamente, a fondo perdido. Razón por la cual casi no hay productores privados ni independientes ni autosuficientes, como hubo en un no muy lejano pasado.

El tema es, ¿somos una cinematografía colonizada? Las cifras cuentan una historia interesante. De acuerdo al registro hecho en las Carteleras cinematográficas 1912-1989 de los investigadores María Luisa Amador y Jorge Ayala Blanco, los años de mayor presencia del cine estadounidense en nuestras pantallas fueron los tres decenios que abarcan de 1920 a 1940. En el primero, las producciones de EU obtuvieron 78% de tiempo en pantalla. Algo obvio considerando la famélica producción nacional apenas presencial con 1%. En el segundo decenio fue 76%: empezaba la producción en México. En el tercero fue 69 el porcentaje, con todo el apoyo del New Deal del presidente Roosevelt para promover la consolidación de la industria fílmica nacional.

Los años con menor presencia fueron los decenios: 1970-1979, con 24% del tiempo en pantalla, cuando el gobierno decidió hacer “cine” de “calidad” qué risa–; 1912-1919, con 29, porque el cine italiano fue dominante con un 36% del tiempo en pantalla al proveer el espectáculo deseado por el público nacional; 1960-1969, con 31, lustros difíciles en especial por el deterioro de los géneros tradicionales de la hasta entonces pujante industria mexicana; y 1980-89, con 34, cuando nace el lucrativo género del narco, con el cincuenta por ciento de la producción doméstica dedicada al tema. El declive de la exhibición de cine estadounidense comenzó en los 1950-59, último decenio de su dominio de la cartelera con 54% del tiempo en pantalla.

En este sentido, parece evidente la predominancia estadounidense. Excepto por un asuntito: la exhibición fue acaparada por la Compañía Operadora de Teatros (COTSA), cadena poseedora de la casi totalidad de las salas. Aprovechando los márgenes de exhibición protegidos por ley, en ese entonces del cincuenta por ciento, se impuso un trato mafioso debido a un defecto burocrático en el plan original del Lic. Garduño, diseñador de los mecanismos para “proteger” al cine mexicano. Un punto de su controvertida ley y reglamento promovía la no competencia entre cintas mexicanas. O sea, sólo podía exhibirse una nacional a la semana. Habiendo 52 anualmente era imposible exhibir 80 y hasta cien títulos producidos.

La consecuencia fue: los productores apartaron fechas para ellos importantes por medio de la consabida untada de mano a la exhibidora. Y pasaron a apoderarse de los llamados “cines cautivos”, casi todos al interior de la República, donde se garantizaba la proyección de cine mexicano a veces hasta en un ciento por ciento.

En efecto, hubo cines incluso en 1994 –cuando la administración de Carlos Salinas de Gortari desincorporó COTSA para rematarla tal cual era: pura basura–, exhibiendo exclusivamente cine nacional. Pero dichas salas jamás recibieron presupuesto para renovarse. Ni siquiera en el dispendioso sexenio de Luis Echeverría, interesado en producir y no en mejorar la exhibición. Consecuencia, esas salas dedicadas al cine mexicano se deterioraron. Los productores mostraron falta de interés para invertir en mejores cintas al considerarlo innecesario: si la exhibición era deplorable, ninguna razón había para mejorar churros con proyección garantizada.

Si en serio se quiere proteger al cine mexicano otras son las medidas a tomar en vez de la paternalista sobreprotección propuesta. Eso es sólo humo de mariguana.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.