El arrastre taquillero de la comedia mex

El arrastre taquillero de la comedia mexicana

Por | 7 de noviembre de 2016

Decantados los años de bonanza creativa del cine producido en México en los últimos quince años, se vislumbra un callejón sin salida que, además, huele a naftalina. La taquilla adora las comedias y a sus protagonistas: dan números robustos y crean la ilusión de un cine mexicano. Despreciado por la crítica, el género multiplica sus ejemplos, genera ingresos, y ahonda la distancia entre el cine de autor y el popular… justo como ha sucedido desde hace unos 80 años.

2016 promete cerrar con un balance positivo para el cine nacional frente a los números del año pasado. Varios taquillazos, todos de comedia, dan la medida. ¿Qué culpa tiene el niño? (Gustavo Loza) Treintona, soltera y fantástica (Chava Cartas) y No manches, Frida (Nacho Velilla) encabezan la lista.

Su falta de pretensiones y su factura mediocre las envuelve en un halo de desprecio crítico, invisibilidad que no repercute en su influencia masiva, la que finalmente les dará la posteridad que la mayoría de los cintas del año no tendrá. ¿Elevará la conciencia camp del futuro a Bárbara Mori al pedestal de mito erótico?

La comedia mexicana, desprecios aparte, va engrosando su trazo y su osadía para escenificar la angustia colectiva frente a la incertidumbre moral del presente. Su saludable capacidad de erigir estereotipos le da la posibilidad de jugar con ellos en varios niveles, como demuestra buena parte de la filmografía de Luis Estrada (La ley de Herodes, 1999; La dictadura perfecta, 2015) o las desiguales cintas de Emilio Portes (Pastorela, 2011; El crimen del cácaro Gumaro, 2014), en los terrenos de la sátira política.

En ¿Qué culpa tiene el niño? y Treintona, soltera y fantástica se insiste en caricaturizar el clasismo y sus clichés asociados, y también se juega con la crisis de identidad que caracteriza a la generación nacida en los años 70 y 80, la que, por lo demás, es responsable de buena parte de los contenidos cinematográficos contemporáneos. En ambas películas las mujeres dominan los relatos, colonizadas por mentes masculinas para representar la angustia del poder patriarcal atomizado. Los roles se intercambian, igual que las opresiones.

¿Qué culpa tiene el niño? es el indefendible relato grotesco de una treintona embarazada casualmente luego de una borrachera épica. Millonaria, por supuesto, hija de un influyente, desde luego, sospecha que el padre es un inútil repartidor de pizzas populachero, vecino de la pauperizada unidad habitacional 20 de Noviembre (antiguo símbolo de la prosperidad clasemediera). La comedia de enredos incluye el contraste entre la bondad consustancial a la pobreza y la frivolidad que va en paquete con la belleza de la protagonista interpretada por la estrella binacional Karla Souza. La receta, con final ambiguamente feliz, moderniza la trama de El inocente (Rogelio González, 1955), con Pedro Infante y Silvia Pinal. Lejos de la ingenuidad de su referente, ¿Qué culpa tiene el niño? puede sintetizarse en una escena: en plena resaca, desnuda en su habitación de hotel acapulqueño, la protagonista se levanta al baño; la cámara toma la mirada subjetiva del inodoro para ver a la chica vomitar directo hacia los espectadores.

Por su parte, Treintona, soltera y fantástica ficcionaliza un exitoso anecdotario de autoayuda de Juana Inés Dehesa, en la que el personaje del mismo nombre se enfrenta a la crisis derivada de su edad, soltería e incapacidad para encajar en los modelos tradicionales que le proponen sus amigas, su madre o su jefa. La crisis le da para experimentar con un dildo, probar salir de antro con su sobrina veinteañera, batear a su mejor-amigo-eterno-enamorado y demás ocurrencias en una Guadalajara no tan mocha como suele retratarse, todo sostenido por una carismática y sobreactuada Bárbara Mori. Reflexiones en off, un dejo de búsqueda existencial y una aséptica recreación de la prosperidad clasemediera le dan el buscado aire a El diario de Bridget Jones (Bridget Jones’s Diary, Sharon Maguire, 2001).

Cintas de fácil digestión y evasión garantizada. Promesas de ensoñación y solución mágica frente a la incertidumbre de una realidad que se diluye, al menos por un par de horas, en un relato aspiracional habitado por personajes atractivos y mistificados, un mundo espejo creado ex profeso para ser deseado. Según Slavoj Žižek la perversidad del cine popular radica en su seductora capacidad de sugerir/imponer qué desear. El cine mexicano está recobrando ese toque perdido hace décadas. En el perfeccionamiento de su perversidad está su futuro industrial.


Fernando Mino es periodista e historiador. Autor de La fatalidad urbana: El cine de Roberto Gavaldón (2007) y La nostalgia de lo inexistente: El cine rural de Gavaldón (2011).