Cómo matar una comedia ya muerta

Cómo matar una comedia ya muerta

Por | 23 de octubre de 2017

Cómo cortar a tu patán (Gabriela Tagliavini, 2017)

El repudio contra el cine mexicano clásico, ese viejo promotor de esquemas melodramáticos, es vil hipocresía ante los resultados recientes de las comedias, hechas a partir de los mismos, idénticos lugares comunes con que se hacían sus similares entre los 1930-50.

Aunque hoy se vuelve políticamente correcto un nuevo estereotipo, como descubrir que el mejor amigo es gay (en Hazlo como hombre [Nicolás López, 2017] donde el machismo es gatopardismo), que el marido infiel merece castigo (en Cómo matar a un esposo muerto [Joel Núñez y Conrado Martínez, 2017] porque la única venganza posible es la sumisa humillación), luchar contra un prejuicio autorracista (en Me gusta pero me asusta [Beto Gómez, 2017] debido a que lo gracioso es el romance ultrabarato entre opuestos que se atraen), y que las mujeres deben ser “conquistadas” (en Cómo cortar a tu patán [Gabriela Tagliavini, 2017] puesto que el feminismo fetichista se regodea en el lugar común que es el romance más cursi).

Entre las “novedades” está (no siempre) incluir un grupo de amigos que convive con el protagonista (incluyendo alguna amiga extranjera [en Cómo matar… es cubana o algo así, en Me gusta… es argentina] y un insustancial gay disponible para los pastelazos); defender “valores” (tolerancia hacia los “diferentes”, reemplazar galán patán carilindo por otro de buenos modales inculcados acorde al más rancio cliché, vengarse del infiel que tiene el detalle de una muerte jocosa; o defender a un hombre con sombrero, juzgado narco en potencia, como decente provinciano ideal). Estereotipos que marcan la supuesta temática fresca.

A su vez, el estereotipo protagónico incurre en los más variados lugares comunes, empezando por la exageración. En Cómo matar… la protagonista hace circo, maroma y teatro: se viste de revolucionaria, de sexy galana seductora, de chef, todo para visitar a sus hijas que en un giro de la trama se las quitó el “malvado” cuñado. Para hacer más eficaz su actuación, recita parlamentos (salpicados de “pendejos”), en diversos tonos, que exacerban el chiste, y agrega otras palabrotas o mentadas de madre.

Los ejemplos son elementales (chiste en baño de hombres sobre jabón que cae al piso y a ver quién lo levanta; atacar al galán patán comportándose igual; pensar que el naco galán simpático es narco… pero de telenovela), y reiteran lo mismo: la íntima nostalgia reaccionaria por el viejo cine mexicano. Por eso las comedias son convencionales en su lenguaje visual, sin ningún otro estilo que recitar un chiste en plano medio o atestiguar exageraciones actorales que, se supone, son ejemplares de comedia blanca, ligerísima (tanto que se evapora conforme trascurre la cinta) a pesar de que está llena de majaderías. También hay una lacrimógena añoranza de los tiempos y la vida de Pedro Infante (en Me gusta… parte de la trama cuenta cómo se alquila la casa citadina del Ídolo de Guamúchil).

El esquema es una receta: conflicto mediocre, mediocremente presentado; obstáculos que el protagonista sorteará exitosa, previsiblemente; y final feliz de caricatura que se telegrafía desde el primer acto. Todo filmado al estilo de los 1930 (abundancia de planos-contraplanos, sin dar detalle más allá de cabezas parlantes que gritan mientras hacen muecas, pucheros y contorsiones absurdas).

Hay que agregarle que a veces se incluye un esquema subhollywoodense. ¿Acaso ese Cómo acabar con tu patán no tiene algo o mucho de Hitch: Especialista en seducción (Hitch, Andy Tennant, 2005) y Cómo perder a un hombre en 10 días (How to Lose a Guy in 10 Days, Donald Petrie,2003) y Novia por compromiso (Failure to Launch, Tom Dey, 2006)? Lo que lleva a resultados similares. Que ciertamente medio funcionan en taquilla: Me gusta… a tres semanas de exhibición tenía más de dos millones de asistentes y 91 millones de pesos en taquilla. Hazlo como… juntó 200 millones de pesos y cuatro de espectadores. Cómo matar… recaudó 23 millones y 186 mil asistentes. Sí, les va desigual, pero el resultado monetario es bueno. Sólo que en las negociaciones del TLC se supone que debe defenderse el cine mexicano. La idea es, al decir de la diputada federal Cristina E. Gaytán «que se tome como bien cultural y no como producto». ¿Bien cultural estas comedias, simples productos? Por lo visto no importa el resultado en pantalla: la grilla es defender lo abstracto de una industria complaciente, que sólo considera que el espectador es un ponepesos y que exige la paternalista sobreprotección gubernamental.

Como dijera JJ Negrete: «la industria fílmica requiere expandirse desde dentro, generar autonomía financiera que le permita funcionar bajo sus propios términos y que permita la creación de películas que puedan encontrar salida con el público, pero desde un riguroso proceso que sepa equilibrar los obstáculos de una compleja estructura de financiamiento y las trampas de una ruta de creación artística y comercial. Todos somos cine, pero no vemos la misma película». Cierto, por eso no sirve proponer una proteccionista medida de primera para el dominante “bien cultural” que es la comedia de quinta. Qué asco.


José Felipe Coria es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.