El cine mexicano frente al público

El cine mexicano frente al público

Por | 17 de mayo de 2016

En lo que va del año el cine mexicano demuestra que tiene presencia en la cartelera comercial. No con los resultados que podrían esperarse.

Descontando El último paciente: Chronic (Chronic, Michel Franco, 2015), que puede considerarse producción no mexicana (concebida y filmada en inglés, fuera de México), que fue la más sonada en el primer trimestre del año, el panorama lo domina una cinta casi independiente, Las elegidas (David Pablos, 2015), como sin duda la mejor cinta, por su calidad visual y la propuesta de su tema. El resto no es silencio: es comedia.

En efecto, buscando un público, una taquilla, el cine mexicano elige lo más sencillo. En este caso la comedia de situaciones sobre fechas específicas. Para el 14 de febrero el melodrama sentimental amable Busco novio para mi mujer (Enrique Begné). Ahora en el mes de la madre, ¿Qué culpa tiene el niño? (Gustavo Loza), demasiado parecida en su premisa a Ligeramente embarazada (Knocked Up, Judd Apatow, 2007). A esto hay que agregar la comedia tipo buddy-buddy, un esquema ya desgastado por el cine hollywoodense, de Compadres (Enrique Begné).

La comedia parece funcionar por su sencillez expositiva y su falta de complicaciones en sus lineales tramas. También por el abundante registro de chistes que funcionan en todos los niveles, desde el pastelazo hasta las referencias de rigor a Donald Trump; desde el sentimentalismo irónico, hasta la semivulgaridad de siempre con chistes escatológicos; desde la obvia situación que existe en el enfrentamiento amoroso, hasta el absurdo de una persecución dentro de otra; desde el romanticismo mediocre forzado por las circunstancias, hasta la defensa de los valores más tradicionales referentes a la familia; desde el humorismo chatarra del cara a cara entre culturas y clases sociales vistas como choque de mentalidades, hasta la infinita reconciliación amorosa ultracursi. Para las comedias mexicanas recientes hay de todo y para todos.

¿Qué culpa tiene el niño? abunda sobre la juerga como única salida al encuentro amoroso y las cómicas circunstancias que parecen desprenderse entre la vida de Maru (Karla Souza) y Renato (Ricardo Abarca), quienes literalmente, como en el poema, tendrán en medio de ellos a la suegra como un dios. Todo sea por el simple gusto de provocar risas.

Esta búsqueda del público por medio del género más fructífero en la historia del cine mexicano resulta un camino seguro de transitar. Filmes más ambiciosos, como Las elegidas, que abordan un tema complejo con una narrativa casi documental (ese crimen que es prostituir adolescentes), parecen alejar al público sin importar su calidad o sus premios. Por el contrario, la comedia parece acercarlo.

Ni hablar de otras propuestas, como Desierto (Jonás Cuarón, 2016), que se ubican no tanto en el terreno de un filme personal, de autor, como Las elegidas, sino que resultan variantes de géneros que pueden ser taquilleros. Sin embargo, el turbio trasfondo político de Desierto lo convierte en un film que oscila entre el horror convencional de la persecución sin sentido emprendida por un vigilante fronterizo (como obvia referencia oportunista al Donald, ya convertido en el villano favorito por alusión) que, por supuesto se llama Sam (Jeffrey Dean Morgan) y al jamás explicar sus motivaciones, no es el personaje psicológicamente complejo que se cree sino un simple fascista en un film más cerca de lo reaccionario al sublimar los asesinatos y transmitir la idea de que no debería nadie cruzar la frontera. Aquí la cruzan sin razón aparente (excepto regresar por el hijo perdido), y en consecuencia es algo que nunca se explica a fondo. La falta de profundidad y el regodeo en el sol que abruma al paisaje; en la vida bajo ese sol que quema, le da otra dimensión al film: la de un ejercicio de cine de terror y, como en todos estos filmes, el tema ideológico si no queda claro, puede interpretarse en ambos sentidos: a favor o en contra. Lo peor es que el filme es bastante convencional en su tratamiento del tema en cuanto elimina de golpe a casi todos los personajes, dejando tan sólo la grotesca persecución de un hombre, su rifle y su perro contra dos seres humanos.

Así que en un territorio fílmico poblado por figuras que se ven distantes o que proponen temas o difíciles de digerir o poco nítidos en sus alcances, la opción de la comedia sigue siendo la más atractiva para el público. Al menos la comedia se mueve entre límites seguros: es predecible, sincera, sencilla, agradable. No importa que se maneje con tintes melodramáticos (por supuesto, sí importa lo opuesto: que en determinado momento domine el melodrama porque perdería la amable ligereza de la risa volviéndose lacrimógena). Importa, pues, que se mantenga en un tono medio, ni profundo ni trascendente. Tal vez por ello la comedia es una apuesta segura para el cine mexicano. Es el único género que el público se arriesga a ver y al que aún le tiene cierta lealtad. Por lo mismo es que desde un tiempo a la fecha se insiste en repetir el éxito de Nosotros los Nobles (Gary Alazraki, 2013). O en crear una nueva comedia evento de temporada. O fracasar intentándolo.


José Felipe Coria es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como Reforma, Revista de la Universidad, El País y El Financiero.