El videohome contemporáneo: Un modelo para armar
Por Juan Alberto Apodaca | 10 de julio de 2017
Sección: Opinión
Temas: Historia del cine mexicanoVideohome fronterizoVideohome mexicano
La verdadera historia de Culiacán vs. Mazatlán (Óscar López, 2016)
Existen dos tipos de historias claramente reconocibles (mas no únicas e indivisibles) del cine mexicano: la historia oficial y la no oficial. Por obvio que parezca, por historia oficial entendemos a las investigaciones arropadas tanto por el Estado como por instituciones educativas y culturales, oficialistas o no, privadas o públicas. Para formar parte de la historia oficial, dichas investigaciones deberán ver la luz en algún tipo de producto, generalmente una publicación o una serie de publicaciones. Así, en el momento en que se publica Historia documental del cine mexicano de Emilio García Riera por primera vez en 1969, en ese momento nace la historia oficial ibídem. Lo mismo sucede con uno de los primeros acercamientos al cine pornográfico en México compilados en los Anales del cine en México, 1895-1911 (Juan Felipe Leal, Carlos Arturo Flores y Eduardo Barraza, 2002). Tres volúmenes dedicados a aquel cine “licencioso” y a sus primeros embates con el gobierno en turno y con la censura, dejando ver una serie de rasgos culturales de la época prerrevolucionaria. Historia que se enriquece con la investigación de Ernesto Román publicada como El cine pornográfico mexicano de los 90 (2006). El Anuario Estadístico del Cine Mexicano, publicado desde 2010 por el IMCINE es otro documento oficial. ¡Ay de aquél pobre pequeño cine regional que no figure en el santo grial estadístico porque de él no será el reino de las becas!
Si bien es necesario conocer esas historias “oficiales” para tener puntos de vista “aceptados” o de plano porque no hay más, existen otras historias “no oficiales” que, como están fuera del radar de los aparatos legitimadores del Estado y de las instituciones, “no existen”.
Una de esas historias del cine mexicano que no existe es la del videohome fronterizo. ¿Se trata de aquel cine de los hermanos Almada que devino en lo que se conoce como narcocine? ¿Es solamente una cuestión de formato? ¿El videohome es también un género? Si Netflix ha puesto en jaque a la industria del cine global/occidental por el tipo de mediación que dicha plataforma supone, ¿no sería Netflix también videohome? ¿Cómo podemos identificar al videohome mexicano fronterizo? Veamos.
El videohome es más que un formato. Si bien, en los años ochenta del siglo pasado surge la variante posibilitada por las nuevas tecnologías (la maravillosa “venganza del VHS”), el quehacer videohomero escapa de la simple fórmula del cine hecho en video para ver en casa. El videohome implica una forma de trabajo fuera de los límites de la industria cinematográfica convencional, fuera de los límites impuestos por toda escuela de cine. Si bien en el cine industrial o, digamos, del mainstream, primero se piensa en un presupuesto para la preproducción, luego en otro presupuesto para la producción y luego en otro presupuesto para la postproducción, terminando en meses o años de trabajo para lograr una sola película en donde se involucra a mucha gente (véase la inversión del Estado en cada rubro por película). La industria del videohome trabaja a la inversa: cine en masa con poco presupuesto cuyo producto, muchas de las veces, está vendido incluso antes de existir, es decir, es producido por encargo. Si un director de cine mainstream logra, si bien le va, una o dos películas al año (cosa muy rara en nuestro país), un director videohomero puede cristalizar entre 5 y 10 películas en un año (cosa muy común en nuestro país).
El videohome es un fenómeno de frontera. El desastroso repliegue del gobierno lopezportillista al cine nacional también conocido como cine recalcitrantemente centralista, eliminó la producción de cine fronterizo como el de los hermanos Almada, el cual fue reemplazado por el cine de ficheras y posteriormente por las sexycomedias como nuevas fórmulas de éxito. Sin embargo, algunas personas que vivían del cine fronterizo, y se formaron en su producción, principalmente en Tijuana, lejos de irse al centro del país decidieron hacer su propio cine. Aquí nace la historia de una industria millonaria cuyo ejemplo más reconocido es el de Baja Films, productora que lleva en su haber más de 300 películas y sendos éxitos como El Chrysler 300: Chuy y Mauricio (Enrique Murillo, 2008), filme que lleva cinco entregas y que marcó un antes y un después en la industria del videohome contemporáneo. Baja Films es una empresa transfronteriza, con oficinas en Tijuana y San Diego, que produce y vende a raudales en ambos lados de la frontera, que se ha diversificado en productoras hermanas como Loz Brotherz Films. Mientras en México la venta y la distribución de videohome se reduce al mercado informal/piratería, lo que deja a sus impresionantes números fuera de las estadísticas oficiales, en Estados Unidos, grandes tiendas departamentales como Walmart han logrado vender hasta 80,000 copias de un mismo título. Además de la venta en DVD, la distribución es posible mediante canales de televisión por cable para hispanohablantes en Estados Unidos como Cine Mexicano. Un fenómeno reciente y que complejiza aun más sus canales de distribución es la inclusión de películas de Loz Brotherz en el catálogo de Netflix México, tales como El Rayo de Sinaloa, El de los lentes Carrera y La verdadera historia de Culiacán vs. Mazatlán, todas dirigidas por Óscar López y con año de producción de 2016.
El videohome fronterizo es un fenómeno sociopolítico. Es innegable que el género más redituable para este tipo de cine es el cine de acción, o más específicamente, el narcocine. Si bien no existe una tipología clara del género, podemos identificar a grandes rasgos historias relacionadas al narcotráfico en México, mayormente basadas en narcocorridos exitosos, cuyo público meta son mexicanos que viven en Estados Unidos, hablando en términos antropológicos, que apelan por la profunda añoranza por el terruño. En este sentido, la industria del videohome que opera en la frontera México-Estados Unidos ha sabido aprovechar tanto la censura política mexicana como la apertura del mercado del país vecino deviniendo en una forma de vida profundamente relacionada a la pasión por el cine. Por más de 40 años, generaciones completas han trabajado para productoras como Imperial Films, Baja Films y Loz Brotherz. Esta última, la productora más exitosa en la actualidad, que ha sabido renovarse y actualizarse, ha destruido el mito de que el videohome es de baja calidad y se ha convertido en una escuela para muchos de los involucrados. Basta con ver El profesional, dirigida por Óscar López en 2015, remake de la obra de Luc Besson, El perfecto asesino (Leon, 1994).
Ahora bien, muchos de los temas que abordan no han sido del agrado de los grupos de poder en México, su forma de trabajo y supuesta baja calidad históricamente ha incomodado a la Academia y a las instituciones culturales y educativas en nuestro país, factores que han logrado invisibilizar al videohome fronterizo contemporáneo. Sin embargo, es innegable que se trata de la industria de cine mexicano más lucrativa de la actualidad cuyo éxito radica, entre otras cosas, en una profunda relación con sus fans y con todo el equipo involucrado lo que genera un sentido de pertenencia que, a su vez, hace posible la realización de filmes en serie y su posterior colocación en el mercado. El videohome ha logrado, en la borderland, lo que a nivel país logró la India con la instauración de Bollywood. Socioculturalmente, tenemos mucho por aprender y entender del videohome fronterizo, y un primer paso será el reconocer que existe y que está más vivo que nunca.
Juan Alberto Apodaca es profesor-investigador de tiempo completo y coordinador de la licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, Tijuana, y director del Foro de Análisis Cinematográfico (FACINE). Su primer libro es Entre atracción y repulsión: Tijuana representada en el cine (2014).
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