La importancia de llamarse Netflix

La importancia de llamarse Netflix

Por | 15 de mayo de 2017

Las plataformas digitales de video bajo demanda (VOD, según sus siglas en inglés) están consolidando un nuevo y jugoso mercado a nivel global, México incluido. Con números todavía discretos en nuestro país, es un segmento que está creciendo con rapidez y que tiene el potencial de modificar en forma radical la exhibición cinematográfica. Al mismo tiempo, comienza a vislumbrarse su capacidad como jugador en la producción de contenidos.

Netflix es el líder global en VOD, con más de 93 millones de suscriptores en todo el mundo. En México, con sus 4.4 millones de clientes, concentra 70% del incipiente mercado nacional. Su estrategia incluye producir contenidos propios, tanto largometrajes como series, su formato estrella. En México ya ha invertido en series realizadas por productores con trayectoria, como Epigmenio Ibarra (Ingobernable, estrenada en 2017) o Fernando de Fuentes (Las leyendas, estrenada en 2017), así como por cineastas jóvenes con colmillo para los éxitos taquilleros, como Gary Alazraki (Club de cuervos, 2015 a la fecha) o Manolo Caro (serie en preproducción). La apuesta es tan amplia como la expectativa de negocio.

El cine mexicano ocupa todavía un espacio discreto en el catálogo de Netflix, apenas 6% de la oferta total. En su mayoría ofrece cintas contemporáneas que van del cine más ambicioso (Después de Lucía, de Michel Franco, 2012; Güeros, de Alonso Ruizpalacios, 2014; La delgada línea amarilla, de Celso García, 2015; Eco de la montaña, de Nicolás Echevarría, 2015) hasta videohomes populacheros como El taxista caliente (Enrique Murillo, 2016). En 2015, la empresa ensayó un concurso para integrar una película mexicana independiente al catálogo. El experimento no ha vuelto a repetirse.

Hace unas semanas El elegido (Antonio Chavarrías, 2016), coproducción hispanomexicana, se estrenó al mismo tiempo en Netflix y en salas nacionales. El estreno simultáneo, que Netflix ha querido imponer con sus productos en Estados Unidos y en Europa, con fuerte oposición, pasó casi inadvertido en México, cuya cinematografía apenas figura en las pantallas del país. ¿Será que Netflix se convertirá en una válvula de escape para el cine mexicano y su eterna lucha por el acceso a las pantallas? Las plataformas digitales son ya consideradas una opción viable para dar salida a una sobreoferta de películas, atoradas en la lista de espera de los complejos cinematográficos nacionales, 60% de cuyas pantallas están permanentemente copadas por el blockbuster estadounidense de temporada.

Las películas de corte independiente tienen pocas posibilidades de recuperar sus costos con la raquítica ventana de los cines tradicionales, en los que durar más de una semana es misión imposible. Netflix multiplica las posibilidades de visualización, pero no parece ser una alternativa financiera real, al menos no para todos, pues su oferta económica, al parecer, es calculada por una serie de algoritmos ligados al potencial comercial del producto, un modelo tan arbitrario como las “sugerencias personalizadas” que ofrece el sistema a sus usuarios según sus patrones de consumo. Entre más estrellas y otros nombres conocidos sume un título, además de un género popular, más posibilidades tendrá de tener un buen acuerdo con el líder del VOD. Una versión 2.0 de la lógica del blockbuster de los cines tradicionales. El elegido, por ejemplo, que costó poco más de 100 millones de pesos, tuvo que ser reeditada para recortar su duración y adecuarse a los estándares de exhibición; el riesgo de un fracaso con un estreno masivo en cines era alto. Netflix fue la tabla de salvación, en buena medida gracias al nombre de Mónica Lozano, productora con un historial de éxitos (¿Qué culpa tiene el niño? de Gustavo Loza, la más taquillera de 2016, nada menos), y al de Alfonso Herrera, rostro conocido por su participación en Sense8 (hermanas Wachowski, 2015 a la fecha), producción de Netflix.

Netflix, Blim y Claro video, las tres plataformas dominantes en México, tienen puentes sólidos con el cine mexicano. La última, parte del conglomerado de Carlos Slim, por ejemplo, pagó más de 35 millones de dólares por su vasto catálogo de cine mexicano de los años cuarenta y cincuenta, incluyendo todos los taquillazos protagonizados por Pedro Infante. Una muestra de lo valioso que sigue siendo el cine popular y también del tamaño del mercado que se vislumbra para el sector en los próximos años.


Fernando Mino es periodista e historiador. Autor de La fatalidad urbana: El cine de Roberto Gavaldón (2007) y La nostalgia de lo inexistente: El cine rural de Gavaldón (2011). @minofernando