Longlegs, el terror que no fue

Longlegs, el terror que no fue

Por | 17 de septiembre de 2024

Longlegs: Coleccionista de almas es la sensación de terror del 2024. Las expectativas antes de verla eran altas. Pero las expectativas, claro, no suelen ser muy confiables. No lo digo porque la película sea mala. No lo es. Pero “Piernaslargas”, perdonen el mal chiste, cojea de una pata. El problema, a mi parecer, es que se trata de una historia que no está a la altura de lo que se cuenta con la cámara. Y es que es un trabajo cinematográfico sólido, bien dirigido por Oz Perkins y fotografiado por el mexicano Andrés Arochi, quienes saben construir atmósferas terroríficas y sostener el tono a lo largo de 100 minutos. Hay una buena dosis de jump scares y casi toda la película se puede sentir la tensión y el miedo de la protagonista, pero es un miedo que sólo existe en la superficie. Escrita también por Perkins (Nueva York, 1974), quien por cierto es hijo del actor Anthony Perkins, el Norman Bates de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), Longlegs pretende desenvolverse entre el thriller y el horror, quedando a deber de uno y otro lado.

En un principio, la película que quiere ser heredera de El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, 1991) –influencia bastante comentada por el propio director–, se deja imbuir por el legado de Jonathan Demme para sostenerse sobre los arquetipos de la “agente femenina de apariencia inocente, pero de mente sagaz” y el “asesino misterioso, cruel y aventajado”. Pero a diferencia del poder terrenal de Hannibal Lecter, aquí la fuerza a vencer es la del mismísimo Satán. Lo que comienza como una investigación de la agente del FBI Lee Harker (Maika Monroe) para encontrar a un asesino serial, va inclinándose gradualmente al terreno del horror encarnado en el estrambótico villano de Nicolas Cage, quien está al borde de la caricatura desmesurada pero afortunadamente consigue integrarse al tono de la película y fascinar con su presencia.

Hay familias asesinadas, suicidios, cartas escritas en un código cifrado, el Sigilo de Lucifer, muñecas vudú, susurros diabólicos, esferas metálicas, rituales… en suma, los elementos necesarios para que la película explote al máximo el suspenso desde la premisa policiaca. Pero todo es desechado rápidamente, el poder de clarividencia de Lee Harker hace que el misterio se evapore más pronto de lo deseado. Entonces, lo que se espera es que el horror tome el control del resto de la película, que las fuerzas del mal dominen el relato. De alguna manera eso sucede, pero los argumentos con los que Perkins nos quiere hacer creer en el plan del Diablo no alcanzan a convencer ni al más devoto espectador católico. Perkins recurre al manual del satanismo y cree que con un par de referencias bíblicas y usar un crucifijo negro de cabeza o imágenes recurrentes de serpientes con filtro rojo ya está invocando al mal. Perkins no cree en esas fuerzas y ese es el problema: cree en la realidad. Si el Diablo existe, entonces también su contraparte. Pero en este caso, no son Dios ni la religión los opuestos, sino las instituciones del hombre, específicamente el FBI. El santo patrono es Bill Clinton, cuyo retrato aparece en un par de escenas pareciendo vigilar o velar por Harker. Extraer la parte religiosa opuesta y sustituirla por la institucional es válido, pero entonces, tal vez la balanza inclinada un poco más hacia el thriller hubiera beneficiado más a la historia para que el miedo fuera más tangible, tanto para sus personajes como para los espectadores.

Por último, hay muchos hilos argumentales forzados como que el cumpleaños de la hija del agente Carter sea precisamente el día 14 (requisito indispensable para las víctimas de Longlegs), la decisión de Harker de ser policía y precisamente investigar este caso al que está unida desde la infancia, que la madre de Harker disfrazada de monja sea aceptada como si nada en todas las casas elegidas por el asesino o que el gato de una de las víctimas sobreviva sin comer un mes… en fin… detalles que se pueden dejar pasar de largo para poder disfrutar la experiencia, pero que chocan si se piensa en ellos más de dos veces, y es inevitable no hacerlo.

Así como las esferas huecas que guardan en su interior el poder maligno de Longlegs, escondidas en las muñecas que poseen a las familias que van a ser asesinadas, la película nos hipnotiza con su innegable poder de imagen y sonido, pero nos deja con un cierto vacío que ni Nicolas Cage puede salvar con su personaje. De todos modos, es disfrutable verlo deshacerse en gritos sin sentido.


Israel Ruiz ArreolaWachito, es uno de los editores de Icónica y forma parte del equipo editorial de la Cineteca Nacional desempeñándose como investigador especializado. @wachitoruiz