¡Huye!

¡Huye!

Por | 1 de junio de 2017

Sección: Crítica

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A favor de ¡Huye! juegan muchos factores: la casi unánime aprobación de los usuarios de Rotten Tomatoes de la que tanto se ha hablado –como una especie de gran recomendación muy confiable del internet–, la pertinencia del discurso racial en tiempos de Trump, una acertada elección de elenco y un correcto uso de los recursos clásicos del cine de terror como la partitura y la fotografía; vaya, hasta el ya mencionadísimo referente de Adivina quién viene a cenar (Guess Who’s Coming to DinnerStanley Kramer, 1967) que salta incluso sin necesidad de conocer más que la premisa de esta nueva cinta. Ha quedado claro que es una película muy efectiva pero, más allá de sus logros formales, funciona gracias a su enraizamiento en lo real –o, al menos, en un encuentro de posturas que está sucediendo en la actualidad inmediata.

La tensión de la película se sostiene, por un lado, gracias a los recursos fílmicos ya mencionados y, por otro, al apelar a un tema que en tiempos recientes ha adquirido una urgencia innegable. La anécdota es sencilla y convencional dentro del género: Chris (Daniel Kaluuya), va un fin de semana con su novia Rose (Allison Williams) a conocer a su familia. El único problema es que ella nunca les contó que él es negro, lo que hace que desde el inicio se sienta nervioso al respecto. Quien haya visto el tráiler, o el póster, o el título, sabrá que este hombre está aproximándose al peligro y es bastante predecible que todo terminará relacionándose con el color de su piel.

Si no hay mayor sorpresa en lo que sucede, ¿por qué es una cinta tan efectiva? Decía Julio Cortázar que lo fantástico en la ficción no proviene de elementos absolutamente excepcionales, sino de pequeños detalles que se dislocan de la normalidad. La casa de la familia Armitage no tiene rincones tenebrosos, los padres se parecen mucho a las parejas de padres-de-la-novia hollywoodenses que hemos visto una y otra vez, los amigos de la familia son tradicional e incómodamente blancos y su racismo cotidiano, bajita la mano, también es familiar –nosotros, en un país donde el racismo también es cotidiano pero opera en tonos distintos, estamos más habituados en términos de tradición cinematográfica y televisiva al conflicto entre negros y blancos que a nuestras propias fricciones.

La calma de este escenario sólo es interrumpida por la rareza de dos sirvientes –negros, ambos–, por la creciente tensión del protagonista, y por el exabrupto de un cuarto personaje –negro, también. Si el resto del mundo funciona a la perfección, ¿acaso el problema es de ellos? Lo hemos oído en más de una ocasión: entre todos los estereotipos que cargan los negros –y, en realidad, casi cualquier minoría– está una sensibilidad extrema. Esa idea de que quien se sabe –o se cree, como dicen algunos– en una situación de vulnerabilidad encuentra agresiones en todos lados, permite devaluar la violencia real y así perpetuar el estado de las cosas.

Aquí, Chris llega a un entorno donde todos son muy amables, su novia es encantadora e insiste en ponerse de su lado, e incluso recibe halagos por las cualidades físicas que le otorga ser negro. Pero en medio de toda esta calma artificial, entre la corrección política, hay una constante tensión, una sensación de que algo está mal. El peligro –traducido en esos elementos fantásticos– se asoma tímidamente hasta que es demasiado tarde.

El suspenso de ¡Huye! (Get Out, Jordan Peele, 2017) es funcional porque se ancla en una realidad extrafílmica y así tiende puentes con el espectador. Hacia el inicio de la cinta, cuando Chris y su novia son detenidos en la carretera y el policía sospecha de él a pesar de no haber ido conduciendo, no podemos sino recordar lo sucedido en Ferguson y la recurrente criminalización racista en Estados Unidos. Durante la reunión que se lleva a cabo hacia la mitad del relato, la acartonada y ensayada amabilidad de los amigos de la familia Armitage funciona como una contención de algo más, algo que está ahí, latente, esperando manifestarse dada la ocasión, algo inquietantemente cercano –no nos parece extraño ver a personajes que recurren a mencionar a Barack Obama o a Tiger Woods para enfatizar que todo está bien, que nadie discrimina a nadie, que todos están tranquilos y, si alguien piensa lo contrario, es su percepción personal. Pero la realidad es ineludible y al final, la resolución del conflicto, aunque satisfactoria, no es más que una manera de encapsular el testimonio de una mirada del que no sólo se siente, sino se sabe perseguido, una manera de remitir al espectador afuera, a un mundo donde la persecución, sin elementos fantásticos que la amortigüen, es real y está sucediendo en este mismo instante.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura