Nope y el mal milagro

Nope y el mal milagro

Por | 29 de septiembre de 2022

Sección: Crítica

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«Arrojaré sobre ti inmundicias, te haré vil y te convertiré en un espectáculo». Ese versículo del libro del profeta Nahúm (3:6) surge sobre la pantalla, grande como un vaticinio que se desgarra ante la presencia de Gordy, un mono que, durante el rodaje de Gordy’s Home y fuera de sí, mata a los participantes golpeándolos contra el piso. Así da inicio Nope, la nueva película de Jordan Peele.

Esta primera escena nos coloca frente a la ya conocida y hasta reiterativa crítica de la frivolidad contemporánea y el uso de imágenes. Sin embargo, Peele (Nueva York, 1979) va más lejos. Únicamente se sirve de esta escena para que, al espectador, probablemente cegado de algún modo por la costumbre, no le pasen inadvertidas la cantidad de cámaras y la no menos disminuida necesidad de los personajes de, a través de ellas, hacer de lo que les sucede un espectáculo.

Y así, después de la misteriosa muerte de su padre causada por la caída de objetos del cielo, los hermanos Haywood, OJ (Daniel Kaluuya) y Em (Keke Palmer), heredan el rancho y los caballos de su padre, los cuales han sido entrenados para participar en las producciones de Hollywood. Durante la filmación de un comercial con el famoso fotógrafo Antlers Holst (Michael Wincott) y pese a las recomendaciones de OJ de no mirar a los ojos a Lucky, alguien coloca un espejo frente a él, ocasionando que el caballo reaccione violentamente. OJ y Em son despedidos y Lucky sustituido por una pantalla verde. Para evitar la posible bancarrota a la que este fracaso los orilla, OJ establece trato con Jupe con el fin de venderle algunos caballos. Ahí nos enteramos de que Jupe y su Jupiter’s Claim resguardan, más en la búsqueda de un buen espectáculo que atraiga clientes que por nostalgia, los objetos usados durante el catastrófico último día de rodaje de Gordy’s Home, show del que, de niño, Jupe fue parte.

La situación se complica cuando OJ observa en el rancho algo extraño en el cielo. Sin embargo, ante la posible presencia extraterrestre, ninguno de ellos se detiene a pensar en el posible encuentro, ni siquiera en lo que emocionalmente esa presencia les causa. Vemos a OJ y Em comprar cámaras y tapizar con ellas el racho. El propósito: lograr “the Oprah shot”, que no es nada menos que grabar a la presencia extraterrestre y cambiar el video o las fotos por dinero y fama.

En Nope (2022), las emociones no encuentran otra vía para mostrarse que la del espectáculo. La forma en que Gordy golpea los cuerpos contra al suelo hasta dejarlos inertes, la sangre que tapiza el set y el rostro y las manos y la vestimenta que intenta semejar al mono con un niño se confunden con la respiración agitada del pequeño Jupe bajo la mesa, donde temblando observa la escena sangrienta. Todo esto –henchido de grito, sudor, impotencia y miedo– se deshace en la frivolidad de un museo en el que los objetos se muestran, incluso hasta una ejemplificación del choque de puños que Gordy intentó con Jupe.

Ante esto, la presencia extraterrestre abre aún más la incomodidad, pues al tratarse de algo desconocido, la forma en la que los personajes reaccionan ante ello desgarra, sin aspavientos, la relación que establecen con lo otro, llevando su situación a una posición radical: ellos nada saben de lo que surca los cielos del rancho, todo se resumirá a su capacidad de mirar y no mirar, de decidir cuándo hacerlo y cómo.

En una de las conversaciones entre Em y OJ, éste le pregunta si cree que exista un mal milagro, pese a referirse a lo sucedido con su padre, la pregunta bien podría extrapolarse al uso que los personajes dan a las cámaras dentro de la película. El intento de capturar a la entidad extraña que se resguarda tras una nube y el deseo de conseguirlo, que más que pretender una relación con lo desconocido va en busca del reconocimiento personal, se malogra una y otra vez. No importa la cantidad de cámaras, expectantes y ansiosas a consecuencia de las manos que las dirigen, que aguardan y rodean el rancho con el propósito de captar el instante justo, no otro, sino el preciso en el que aquello se desplaza de una nube a otra: la imagen deseada no llega.

Esta imposibilidad arroja a pensar que, más allá del artefacto que captura y retiene, se necesita de algo más, de una pista –como la melodía (re- mi- do- do- sol) de los extraterrestres de Spielberg– que indique la naturaleza de ese otro. Una negociación, como OJ lo propone en la película, que haga suceder al encuentro o lo anule. Sin embargo, el impulso que guía el accionar de las cámaras en la película se desvía hacia la búsqueda de un imposible que, más que ser un medio para que los personajes se encuentren a sí mismos y puedan establecer una relación con la enigmática presencia extraterrestre, se encajona en la impulsiva y terca necesidad de capturar una imagen. Ante esto sin duda cabe preguntar: ¿no son las cámaras, también, un mal milagro?

Sin embargo, la presencia extraterrestre parece incapaz de doblegarse ante esta necesidad de espectáculo. Surca el cielo, se escabulle, se oculta antes de permitirse un rastro fotográfico. Detrás de una nube, desprovista de una cámara, se le sospecha atenta; vigilante, como un depredador a su presa, observa y estudia a quien mira y a quien no lo hace. Porque quizá lo imposible, más que en una imagen, está en la relación que se logra o no establecer con lo otro, en lo infinito que cabe dentro de un encuentro al que en ocasiones una cámara, una pintura o un verso logran captar, dando fe de lo ocurrido. Así en Nope: la fotografía y el cine se nos recuerdan como esa flor de lo imposible, parafraseando a Vicente Huidobro.[1] Aquella presencia extraña, escondida tras una nube que apenas y se mueve, logra abrir los entresijos entre el mirar o no mirar, entre la cámara y la búsqueda de quien la opera para cuestionarnos si aún es posible, pese al rayano mal milagro, hacer de las imágenes una flor que, sin perder el enclave de los sentimientos y de lo humano que le da relieve, hable de lo que acontece. En fin, una flor con el olor de la experiencia y no el hedor del espectáculo.


Ofelia Ladrón de Guevara, parte del equipo de redacción de Icónica, estudió Antropología en la UNAM. Fue seleccionada para el programa Talent Press del Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2022. Ha colaborado en medios como Punto de partidaPunto en línea y Correspondencias.


[1] «Dadme el infinito como una flor para mis manos», escribe Huidobro en Altazor: Temblor de cielo (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2009, p. 38).