El amor fraternal es dañino: Dos cortom

El amor fraternal es dañino: Dos cortometrajes de Ari Aster

Por | 31 de julio de 2018

The Strange Thing About the Johnsons (2011)

Este año, el primer largometraje del cineasta Ari Aster llegó a las salas cinematográficas. Tras un exitoso paso por el festival de Sundance en enero, El legado del Diablo (Hereditary, 2018) se sumó a esa nueva ola de cine de horror que ha surgido recientemente, un cine que se aleja de las convenciones exclusivamente diseñadas para provocar sustos efímeros y que trata de construir una sensación de terror más profunda, que recae tanto en el fondo como en la forma.

En El legado del Diablo, Ari Aster (Nueva York, ¿1986?) establece el hogar familiar como la semilla de la cual surgirá el horror, tanto de la institución que se forma de las relaciones entre padres, hijos y hermanos, como de la casa que los aloja. Este terror es más amenazante que cualquier asesino externo, pues no sólo está más próximo, sino que forma parte de nosotros: sabemos que está ahí y que puede hacernos daño, pero no podemos escapar porque, para desgracia nuestra, también amamos a esa amenaza.

Pero esta trama no es una historia aislada, de hecho, Ari Aster ha venido desarrollando y dándoles la vuelta a las mismas premisas desde su debut en 2011 con un corto producido por el American Film Institute, titulado The Strange Thing About the Johnsons, y dos años después en otro producido por Vice, Munchausen. Así como en su primer largometraje, estos cortos están cimentados en dos componentes: por un lado, una premisa que se desarrolla dentro de una familia de clase media estadounidense en la que ocurre un hecho que cimbra su estructura, y por el otro, una exploración estilísitica en la que Aster recurre a las convenciones del cine de horror para crear una atmósfera que en cierto momento llevará la historia hacia senderos más oscuros.

The Strange Thing About the Johnsons se centra en la familia del título, formada por el matrimonio de Sidney (Billy Mayo) y Joan (Angela Bullock) y su hijo Isaiah (Brandon Greenhouse/Carlon Jeffery). El padre es un poeta al que cierto día vemos entrar a la habitación de su hijo cuando, justo en ese instante, se está masturbando. Tras el incómodo momento entre ambos hombres, Sidney, quien se muestra comprensivo y amoroso, habla con Isaiah para evitar que se sienta avergonzado. La escena no es más que el inicio de una historia que inmediatamente se tornará sumamente inquietante. De hecho, éste y una posterior sesión fotográfica son los únicos dos momentos en los que veremos sonreír a Sidney, su gesto se verá modificado para siempre debido a los eventos que ocurren en su hogar.

El tiempo dentro de la historia transcurre para hacernos ver que Isaiah se ha casado y la familia Johnson se ha hecho más grande. Es en la secuencia de la boda cuando descubrimos al mismo tiempo que lo hace Joan, que dentro de esa familia y dentro de esa casa ha estado sucediendo una situación de abuso. Y como ella, no podemos dar crédito a lo que vemos, es incomprensible.

Ante lo truculento de la trama, Ari Aster apuesta por las elipsis, aparta la cámara en el instante en el que deberíamos de ver algo sumamente gráfico, y sin embargo, logra impactar al espectador, porque la información que necesitamos para completar esa escena ya la tenemos en la cabeza, el cine de horror nos ha dado las claves para rellenar dichos huecos. Es muy claro cuando vemos cómo en otra escena logra construir la amenaza: la víctima se encuentra en una habitación, sola, mientras escuchamos cómo se van acercando unos pasos que se detienen frente a la puerta, ocultando la luz y provocando una sombra que sabemos, es del monstruo que aguarda afuera.

Al igual que en El legado del Diablo, los rostros de los actores y sus reacciones ante el horror son clave para que podamos percibir el miedo y decidir si queremos entregarnos a él o ignorarlo. Esos primeros planos prolongados de los personajes sirven para intentan adentrarnos en su psique, pero también se extienden lo suficiente como para incrementar la tensión: ¿cuándo va a terminar esto?, ¿qué se supone que tengo que hacer después?, ¿si subo el volumen de la televisión para no escuchar lo que está pasando, desaparecerá de algún modo?

Por otro lado, Munchausen es un experimento que retoma y modifica un estilo muy establecido por el cine de animación para contar una historia en unos cuantos minutos. Con una forma muy similar al inicio de Up:Una aventura de altura (Up,  Pete Docter y Bob Peterson, 2009), por ejemplo, Munchausen es un corto sin diálogos que comienza cuando un joven está empacando sus cosas para irse a la universidad mientras su madre lo mira con nostalgia, esa que surge cuando los hijos se van del hogar. Como en una película de Pixar, Aster cuenta en unas cuantas escenas lo que le sucede a este joven una vez que llega a la universidad, y de este modo vemos su ascenso escolar, deportivo, y finalmente, sentimental, cuando en un club de debate conoce a la chica con la que se comprometerá más adelante.

Las transiciones entre escena y escena son precisas y no dejan duda de que Aster se inspiró por completo en esas historias animadas que comprimen muchos años en pocos minutos, incluyendo inserts de información escrita que nos ayudan a seguir una historia que prescinde de diálogos. En este sentido, la música es clave para establecer el mood de la trama justo cuando ésta se torna oscura, porque sí, con todo y sus colores pastel y su primera mitad principalmente optimista, el meollo de Munchausen es la imposibilidad de una madre para soportar la idea de que su hijo la abandone y haga su propia vida lejos de ella.

Con este par de antecedentes, no es extraño que Ari Aster haya seguido por el mismo camino cuando decidió escribir el guión de su primer largometraje. Simplemente continuó con la premisa de exacerbar sentimientos humanos, principalmente el amor fraternal, hasta volverlos peligrosos, y como pareciera no haber manera de controlarlos (por parte de los victimarios) ni de alejarse de ellos (por parte de las víctimas), dichas historias no pueden terminar de otra forma que no sea en tragedia.

¿Acaso hay un miedo más tangible que aquel que sabes que puede ocurrir en tu propia casa y que proviene de las personas que más amas? Yo creo que no, y creo que con esa premisa y con los elementos del lenguaje del cine de horror bien asimilados, Ari Aster ha ido cimentando una carrera basada en ese cine que no recurre al jump scare del instante, sino a uno que siembra ideas en la cabeza y que perduran mucho más allá de la proyección. Sólo hay que ver The Strange Thing About the Johnsons y hacer el ejercicio de intentar dejar de pensar en ella una vez que termina. Yo no he podido hacerlo.


Rebeca Jiménez Calero es comunicóloga. Se dedica a la traducción y edición de subtítulos para festivales de cine. @rebecajc