Su casa: La reivindicación de un género sobajado
Por Eduardo Hennings | 17 de junio de 2021
Sección: Crítica
Desde hace más de una década, las grandes empresas productoras de películas han perdido la vergüenza. Hablo, específicamente, de la producción de cine de terror, ese género que han tocado tanto y del cual se han sujetado tan fuerte, sin atender mucho a la posibilidad de estarlo magullando. Estas productoras con la receta mágica para ahogarse en dinero (no para crear buenas historias), llevan largos años relacionándose con los cines del mismo modo banal con el que alguien entra a una casa de los horrores –banal en tanto da un entretenimiento efímero y olvidable. Y quienes aman este género se han hartado (aunque las masas no tanto, al parecer).
Una muy considerable parte de la historia del cine de terror de los últimos quince años se basa en producir estas películas con la perspectiva del dinero seguro, mediante el entretenimiento más inmediato. Esto no comienza con una película, ni con una saga, sino con la mala ambición de exprimir hasta la inverosimilitud una historia escasa. Ejemplo de esto son Camino hacia el terror (Wrong Turn, 2003), Juego macabro (Saw, 2004), Actividad paranormal (Paranormal Activity, 2007), El conjuro (The Conjuring, 2013) y sus derivados, entre otros excesos.
Las salas en las cuales se han proyectado se han llenado de gritos que rápidamente son acompañados por risas. Estas productoras decididamente no se arriesgan, pues está todo calculado a partir del análisis del fenómeno en cada país o región de cada continente. Ganan –lo hacen con gran frecuencia– puesto que las cantidades recaudadas son estratosféricas; y si pierden, es tan poco que no cae en una notable pérdida que los frene de seguir haciendo más películas con la misma trama. Pero es eso lo único que se nos da: una trama que forzadamente continúa durante tres o más películas: el mismo fantasma –y pidamos que cuando pierda el interés que tenía no inventen otro ente para una precuela y lo relacionen malogradamente con el anterior–; la típica casona con tumbas que no aportan ni restan nada; la penumbra excesiva; efectos solapados por el exceso de obscuridad; ruidos fuertes suplantando la carencia de tensión; movimientos súbitos, apariciones absurdas de gatos (más unas cuantas variaciones que pudieran evitarse); y, en fin, recursos, si no fáciles, ya gastados por abuso. Así que a falta de variación en la fórmula, no hay riesgo. Y para cuando es innegable que la magia en aquella receta ha sido totalmente succionada, tales productoras (llenas de ingenio, pero faltas de trascendencia) cuentan lo reunido y planean su siguiente embuste, mientras el público, en cambio, ha empezado a pensar que el cine de horror es equivalente a una ronda en los carritos chocones, y ha olvidado lo que es verdaderamente el género, lo que en realidad se nos debe dar.
Y aquí nos vemos inmersos en una pregunta: ¿qué nos daba el cine de horror en sus principios? Los alemanes, británicos y estadounidenses –los tres pilares creadores de este género en el cine– nos daban tensión, miedo y belleza, lo cual se conjunta en entretenimiento, sí, pero uno con técnica, un entretenimiento que innegablemente contenía una estructura efectiva que satisfacía tanto a la crítica como al gusto popular. Es decir, en la jerarquía de valores, ese nacimiento de género no se puede comparar con los renaceres (o decadencias, mejor dicho) que predominan en la actualidad. Sí podemos, en cambio, hacer una contraposición. Esta desde una certeza: la calidad de una obra reside en que siempre tiene algo que decirnos; el producto, por otro lado, algo que vendernos.
Remi Weekes, en vez de elegir lo último, decidió dar un salto al vacío. Su propuesta es distinta a lo que predomina actualmente. Es de los pocos directores que en estos años han dado el paso al frente para devolvernos –y devolverse– ese cine. La apuesta que hizo es Su casa (His House, 2020).
Rial (Wunmi Mosaku) y Bol (Sope Dirisu), habitantes de una región al noreste de África azotada por dos bandos en guerra desde hace un tiempo indecible, como cientos de miles de sudaneses del sur escapan a Europa para liberarse del caos y la miseria. Consiguen salir del continente y cruzar al otro. Esperan la aprobación de Gran Bretaña para vivir ahí legalmente, como refugiados; esperan un poco de justicia de parte de la vida. Esto, como base del argumento desde el cual toda la película se desarrolla, significa sólo una cosa, notable por fuerza en una historia de terror: no es que adquiera, sino que tiene, un corte social muy marcado, lo cual la define.
Considerando que el director Remi Weekes debuta en los largometrajes con esta película, qué osadía de salto. Su obra nos hace ver las incertidumbres que experimentan Rial y Bol –dos personas que nunca han tenido un lugar en el mundo– entrando a una sociedad que no es la suya, en un mundo ajeno que también les dará guerra. (Este, hay que apuntar, no es el único punto argumental en el que se asomará la idea de invasión y la de agresión.) Además, nos pone delante el tema del reto que es adaptarse. La contraposición en cada uno de los personajes es fuerte, eso influye en cuánto miedo tendrán –e incluso en cómo lo recibirán– y en qué percibirá el espectador. Mientras uno es evasivo, la otra es realista y no necesita ni siquiera enfrentar las situaciones, pues antes ya las aceptó; uno es temeroso de las cosas, y la otra comprende qué ocurre; uno va adelante buscando el olvido, y la otra es fiel a su origen, a su pasado, y con ello sigue siendo en el presente de su nueva vida. Así que el confronto de los protagonistas se presenta en principio como una rotura, perdiendo así la unidad y quedándose más cerca de la individualidad, lo cual los expone aún más. Esta fragilidad debilita también a quien ha aceptado adentrarse a la historia.
Se hace un uso excesivo de la obscuridad para evocar y concentrar el espanto, sin evitarse en los inicios el manejo del más básico concepto del miedo, pero el director y el guion tratan de justificar tal vicio, que, al parecer, es difícil de esquivar y, para el género, tal vez, es a veces ineludible. A pesar de que este ambiente habla de cómo se siente el protagonista, de su estado perdido, de sus sentimientos, etcétera, le quita un poco de cualidad a la película en tanto que, como ya se dijo, se excede en emplear ciertos recursos. Sin embargo, esta obra nos trae una entidad que añadir a nuestro largo panteón cinéfilo-horrífico de seres y fantasmas: un apeth. En el folklor dinka, es conocido como un brujo que, si recibe una afrenta, se venga, atormenta y se apodera de lo ajeno. Apeth, como ente, es lo ya mencionado, pero como concepto habla de maldad, de vendetta y, de cierto modo, también de ira. Pero las claves de la trama, así como del miedo, aquí son otras con tanto o más fondo que las ya dichas. El bello asunto es que este film tiene la inteligencia de que todos sus elementos sean lo suficientemente indispensables como para no poder aluzar alguno un poco sin arruinar sus revelaciones.
Aquí encontraremos el subgénero de las casas malditas, pero se lleva más allá, puesto que se le da un cambio: los malditos son quienes habitarán la casa. Desde su llegada, esta es invadida por una condena que, sin estar enterados, los persigue. Además, la casa es una metáfora bastante funcional: sus paredes, su negrura, sus huecos, los desgastes y las aberturas, representan el estado emocional de los personajes. Y el apeth es la maldición y la condena, consecuencia de un pecado.
La presencia y materialización de entes para nosotros incomprensibles, está posibilitada por el tormento (y el flagelo inconsciente) que viven ambos personajes protagónicos mental y anímicamente. La negación, ese comportamiento tan común en el humano pleno de miedo, es lo que da poder al apeth y lo que lleva a que la casa se desmorone. Porque, a pesar de aquello que los acosa, de los cambios a enfrentar y de las incertidumbres que provoca lo desconocido, hay algo que da más miedo que el presente y lo sobrenatural: el pasado.
Eduardo Hennings estudia Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su narrativa y su poesía han sido publicadas tanto en libros como revistas físicas y digitales.