Kingsman: El círculo dorado

Kingsman: El círculo dorado

Por | 12 de octubre de 2017

Si Kingsman: Servicio Secreto (Kingsman: The Secret Service, 2014) se erigía como una sátira del universo fílmico de espías, el exceso y desborde de su secuela El círculo dorado (Kingsman: The Golden Circle, 2017) la sitúan como un ejercicio fársico, casi autoparódico de todo aquello que la primera entrega construyó. Parece ser que Matthew Vaughn, se tomó de manera literal el dicho que versa que si no puedes hacerla mejor hazla más grande, y es precisamente el exceso lo que va dictando la manera en que el filme se desarrolla.

El círculo dorado es un filme barroco, donde se conglomera todo aquello que pasa por la mente del director. Demasiado no es suficiente. Más actores, más personajes, más secuencias en ralentí, más pirotecnia, más nominados y ganadores del Óscar en pantalla, más muertes gratuitas; pero también menos, menos verosimilitud, menos lógica, menos cohesión, menos homenaje al cine de espías y más autorreferencia. Más absurdo, más espectacularidad, más metraje que su predecesora, más, ad infinitum.

Poco importa la delgadísima trama de los Kingsman uniendo fuerzas con sus primos gringos, los Statesman, contra la nueva villana, la psicópata Poppy (Julianne Moore desquitando el cheque y divirtiéndose). Lo importante es retratar las diferencias entre las exageradísimas caricaturas de los agentes ingleses y sus homólogos gringos con sus marcadísimos acentos sureños y sombreros incluidos. O el brincar de secuencia de acción en secuencia de acción, cada una más espectacular que la anterior, sin importar qué tanto avance la trama, cada una en un diferente país porque para eso tienen dinero los agentes y Fox, para derrocharlo.

En esta película vale todo: ignorar los socavones en la trama, revivir personajes muertos mediante descabelladas y complicadas explicaciones porque resulta que siempre sí son favoritos del público, utilizar actores famosos como Channing Tatum, Jeff Bridges o Halle Berry en papeles de apenas unos minutos de duración, o de plano meter a Emily Watson en un cameo tan irrelevante que su papel pudo haberlo realizado cualquier persona, y cuando un personaje ya cumplió su ciclo o ya no sirve a la trama, pues ni modo, a matarlo de la manera más gráfica posible.

Pero, ¿qué diferencia a un ejercicio en exceso como El círculo dorado de, digamos, filmes como esa pomposa, exagerada y aburrida última entrega de James Bond llamada OO7: Spectre (2015)? El tono. Mientras el cine de espías contemporáneo mantiene cierta solemnidad o sobriedad y trata de anclar su diégesis en la realidad, El círculo dorado opta por no hacerlo. Al contrario, desde un principio establece un tono meramente lúdico, nutriéndose al mismo tiempo de su propio e hiperbólico universo, alimentándolo casi al punto de la implosión. Todo en el filme es absurdo, desde el maletín que se convierte en lanzacohetes y escudo, pasando por su caricaturesca violencia, el complicadísimo y exagerado plan de la villana para obtener reconocimiento, hasta la idea de un transmisor que sólo puede ser introducido por vía vaginal.

El filme de Vaughn (Londres, 1971) es mucho más inteligente de lo que podría parecer. Mantener esta farsa durante dos horas y media de duración no es una proeza sencilla, menos cuando constantemente se guiña el ojo a sí misma, aludiendo a personajes y situaciones de la película anterior, al tiempo que logra insertar inteligentes disertaciones sobre la fallida guerra contra las drogas, la legalización de las mismas y la hipocresía de los gobiernos frente a este problema. O cuando se toma en cuenta que el guiño al cine de espías más preponderante comienza desde su predecesora, y continúa en esta segunda entrega, gracias al personaje de Tilde y una referencia a Al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty’s Secret Service, Peter Hunt, 1970), y que podrían o no ser retomados en su muy probable secuela.

Hay una escena que sintetiza por completo a El círculo dorado: Elton John suelta tremenda patada voladora en cámara lenta, enfundado en zapatos de plataforma plateados y un traje de lentejuelas. Eso es El círculo dorado, una caricatura de sí misma, llevada al extremo en su exageración, para el deleite o irritación del espectador, según sea el caso.


Jeremy Ocelotl colaboró en el departamento de programación en distintas ediciones del FICUNAM. Ha escrito en publicaciones como Cultura Colectiva F.I.L.M.E.