¡Salve, César!

¡Salve, César!

Por | 28 de abril de 2016

En apariencia, la más reciente cinta de Ethan y Joel Coen es una comedia de enredos más bien simplona que narra 24 horas en la vida de Eddie Mannix (Josh Brolin). Mannix es ejecutivo de un estudio de la época dorada de Hollywood que mantiene la calma y la buena reputación del estudio apagando los múltiples incendios que dejan a su paso las estrellas de la casa, productos esos sí simplones y carne fresca para el consumo masivo. Digo que el filme aparenta ser sencillo porque en realidad es una crítica mordaz no sólo a la industrialización del cine, sino a la banalización del arte y la cultura en las sociedades capitalistas. El cine no le pertenece a quienes lo crean, sino a los dueños de los estudios, titiriteros cegados por las ganancias. En la industria el talento se marchita, como lo mostraron los Coen en su otro acercamiento a Hollywood, Barton Fink (1991).

Aquí y allá los Coen (Minneapolis, 1954 y 57) dejan asomar su postura ante Hollywood, aquella máquina insaciable que consume talento y escupe productos de combustión instantánea. Como hicieran en su cinta anterior, Balada de un hombre común (Inside Llewyn Davis, 2013), los Coen nos muestran un pedazo de la historia cultural de Estados Unidos siguiendo a su personaje principal y sus encuentros fortuitos. Si de la mano de Llewyn Davis nos adentramos al mundo bohemio del Nueva York de los 1960, aquí conocemos la opulencia del Hollywood clásico y la levedad y hasta desfachatez con que se afrontaba la vida. Contrario a otras cintas que retratan la cochambre que yacía bajo el esplendor de esta época, como L.A. Confidential (1997) de Curtis Hanson o Dalia Negra (The Black Dahlia, 2006) de Brian De Palma, aquí los Coen revelan lo plano y poco profundo que era el oficio fílmico en el sistema de los estudios. Los Coen nos muestran diversos géneros clásicos como el western, el musical (hay dos números de manufactura notable que envidiaría hasta Vicente Minnelli) y las épicas bíblicas, enfocándose en la manera en que se repiten fórmulas. El gremio de los guionistas sirve aquí como la conciencia social en una industria cultural sin convicciones.

La trama esa guiada por el secuestro de Baird Whitlock (George Clooney) estrella de dientes blancos y cabeza hueca que se encuentra filmando una épica sobre Jesús. Mannix tiene que encontrar a los culpables, lo que lo lleva de set en set en el laberinto de historias que es el estudio. Así nos topamos con personajes secundarios encarnados por estrellas que hoy se encuentran también atrapadas en la jaula de cristal de Hollywood. Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Jonah Hill, Scarlett Johansson y el muy de moda Chaning Tatum tienen roles minúsculos, polémica decisión de los Coen que sin embargo es la manera perfecta para realizar una metacrítica hacia el sistema con el que han tenido una relación de amor y odio a lo largo de su carrera. Johansson y Tatum sirvieron como las caras bonitas en la promoción de la película, actores convertidos en adornos y carnada para la taquilla. Así, el cine es un producto del capitalismo y como tal no puede escapar de la dictatura del box office.


César Albarrán-Torres es catedrático e investigador en la Swinburne University of Technology en Melbourne, Australia. Es crítico de cine y fue el editor fundador del portal de la revista Cine PREMIERE. @viscount_wombat