¿Después del cine industrial?

¿Después del cine industrial?

Por | 21 de junio de 2017

Los años que tengo leyendo sobre economía me han llevado a tres conclusiones provisionales: 1) que lo que en general recibe ese nombre es una serie de especulaciones tan fundadas como el horóscopo, 2) que aunque entiendo muy poco, los economistas también entienden muy poco –mucho más que yo naturalmente–, y 3) que lo poco tangible y científicamente fundado de la disciplina es una serie de axiomas perfectamente lógicos (la oferta y la demanda, no gastar más de lo que se gana, etc.) y algunos estadios históricos observables y comprobables. A esta última categoría pertenece el cambio en el sistema económico que estamos viviendo. No, no vamos a llegar al final de la historia, es decir, al socialismo, sino que estamos pasando del capitalismo al capitalismo, como pasó en el siglo XX, algo muy relevante para los cines no hollywoodenses.

Para explicarlo mejor, recurriré a la industria automovilística. Les pido un poquito de paciencia. Vamos a seguir a Macario Schettino, quien a raíz del cambio de director en Ford el pasado 22 de mayo plantea este panorama:

[…] La industria automotriz estadounidense lleva décadas en problemas. Desde el ciclo alcista de precios del petróleo de los años setenta, no han podido recuperarse. Antes de esa fecha no tenían competencia. Llegaron los japoneses y los autos pequeños europeos, y más recientemente los coreanos. […]

De hecho, lo que ha salvado a esas empresas de la ruina es México. Gracias a que han movido parte de su producción a nuestro país, han podido competir con los otros países que mencionaba. No tanto como para ganar, pero sí para sobrevivir. Ganar exigiría que se muevan a otro ritmo: hoy producen lo mismo de siempre, pero más barato.

[…] Tesla, una empresa que empezó produciendo autos eléctricos de lujo, se ha movido a la producción de grandes baterías domésticas y anunció, recientemente, su primer auto eléctrico mediano. En dos días se vendieron 300 mil unidades de ese auto, que no existe. Pero es tan grande la reputación de Tesla (y de su líder, Elon Musk), que los clientes están dispuestos a pagar sin ver. […]

[…]

El mundo de la producción masiva, consumidora de recursos, está terminando. Estamos ya en un proceso en el que la producción se dirige al cliente, que puede comprar justamente lo que necesita, y no acomodarse a lo que venden. […]

El panorama es muy interesante porque se asemeja al del cine en el Occidente amplio (es decir, Europa, América y cuando menos Australia y Nueva Zelanda). Se asemeja. Dista de ser igual, por más que haya un contexto general en el que ambas industrias están inmersas.

Planteemos los puntos sobre los que se puede construir una analogía:

1.  Hollywood (un conglomerado de empresas, las majors) es comparable con la industria automovilística estadounidense (Ford, Chrysler y General Motors) en dos aspectos. Primero, en que lleva años en una crisis comercial: sus costos de producción son muy altos y su modo de vender dependiendo del mercado global y basado en estrellas colapsó hace años. Parece como si se hubiera intentando corregir el bache suplantando a los actores por los “universos fílmicos” (Star Wars, Marvel, DC, etc…).[1] En cualquier caso la apuesta es hacer lo mismo (blockbusters) buscando los mismos resultados (megaflujos de capital hacia las arcas de las grandes compañías). No hay demasiado que hacer porque el modelo está agotado, y la sustitutibilidad de un blockbuster por cualquier otro es la mejor prueba. En segundo lugar, las majors no tenían competencia hasta que HBO empezó a producir series con calidad equivalente a la del cine. Como todos sabemos, le siguieron otras televisoras y después Netflix, Amazon, Hulu…

2. El consumo por demanda está cambiando radicalmente nuestra relación con el cine. Si bien este fenómeno tiene antecedentes más antiguos que los de la industria automotriz (los multiplexes y los videoclubes), nunca antes había existido la posibilidad de buscar en uno o varios menús lo que uno quiere ver y acceder a ello en el momento más conveniente y poder regresar en cuanto sea posible. Pero lo más relevante es que las plataformas de paga para ver películas y series están creando contenidos dirigidos a clientes específicos más que a una masa inabarcable e imprecisa que engloba a todos los consumidores posibles en uso de razón –si es que tal cosa existe. Netflix, por ejemplo, categoriza a sus suscriptores en alrededor de 1,300 comunidades de gustos que no tienen relación con nación, clase ni ninguna otra categoría estadística clásica. Considerar a su audiencia como una unidad los ha llevado paradójicamente a la especificidad o a la hiperespecificidad: 1,300 comunidades de gustos es una precisión impensable sin algoritmos.

Pues bien, me parece que esta situación abre una ventana de oportunidad óptima: la de llegar a más públicos aprovechando la fragmentación de la masa en racimos de consumidores. Para conseguirlo, sin embargo, hay que replantear la idea que se tiene de cómo debe llegar una película a sus espectadores. Se tiene que pensar que tiene que llegarles y no que tiene que llegarles a través de las salas de cine.

Las salas en Occidente son casi en su totalidad territorio y problema de Hollywood. Su cine para las masas está sufriendo las consecuencias de la dispersión y desaparición de masas que probablemente nunca existieron. (Lo que existió sin asomo de duda fue una oferta homogénea pensada para hipotéticos consumidores homogéneos.) Además tengo la sensación de que están pasando por una crisis estructural similar a la que la industria de la música pasó a partir de la aparición de Napster hace unos veinte años.

Por esto último me temo que las salas para grandes públicos siguen sin ser una opción real para los cines no industriales o semiindustriales. Las oportunidades están, por un lado, en el circuito cinéfilo (cines especializados, cineclubes de provincia y similares) y en las plataformas de consumo a la carta. En el corto plazo eso significa combinar la promoción de estreno-como-evento aún vigente, con un sistema de promoción viejo y lento, similar al de la industria literaria. El problema es un problema de distribución, como siempre. Las películas tienen que estar en todos lados.

Lo malo es que estas soluciones sólo pueden considerarse en el corto plazo porque la transformación que está sufriendo el cine en estos días y en todos los sentidos es tan amplia que no parece viable hacer previsiones ni a mediano ni a largo plazos.


[1] Los textos más antiguos que conozco al respecto aparecieron en la revista británica Sight & Sound y son estos: “The Rise and Fall of Star Power”, de Hannah McGill (Sight & Sound, Londres, febrero de 2010, p. 43), y “End of the World: Part One”, de Nick Roddick, (Sight & Sound, marzo de 2010, p. 17), que hasta donde recuerdo tuvo solo una segunda parte en el número siguiente. (Mientras redacto este texto no tengo posibilidades de comprobar la información sobre la serie de Roddick. Les pido una disculpa por la imprecisión.) Más recientemente Variety dedicó un dossier al asunto: “Broken Hollywood”, Variety, Los Ángeles, 28 de enero de 2015.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Universidad Iberoamericana y en la Escuela Superior de Cine. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel