La mujer joven

La mujer joven

Por | 5 de octubre de 2017

«París es una ciudad que odia a su gente», dice Paula poco después de haber regresado, con una herida en la frente que intenta esconder todo el tiempo, un abrigo color ladrillo que le robó a una mujer y ningún lugar a dónde llegar. Y sí, muchas veces vivir en una ciudad así de grande se siente más como un acto de resistencia –o una eterna lucha por la supervivencia. En La mujer joven vemos aquella fuerza avasalladora que es una ciudad a través del errático caminar de Paula (Lætitia Dosch) y su encuentro con la alienación en cada paso.

Paula regresa a París después de haber estado un tiempo lejos, la vemos tocando desesperadamente la puerta del pasado –o sea, la puerta del departamento de su exnovio­–, llevarse al gato como souvenir-rehén y a partir de eso deambular buscando modos de supervivencia y lugares dónde encajar. Paula no tiene amigos, no tiene madre –es decir, tiene una madre que la corre a patadas de su casa–, no tiene un suelo. Tampoco tiene identidad fija al grado de a veces tener 29 años y a veces 31, o ser confundida con otra persona, y no intentar desmentir nada. Es una mujer que –como todos– no sabe a dónde va, pero a ella se le nota a primera vista.

Una ciudad como París está llena de individualidades: la soledad de Paula habla también de las soledades que la rodean. Paula se vive como objeto desechado en más de una ocasión. Primero por el artista que la tomó como musa y que ahora fotografía a alguien más, aquel para el que «alguna vez lo fue todo y ahora no es nada», y que en algún momento la volverá a buscar haciéndola sentir «como si la hubiera tirado al cesto de ropa sucia y luego la quisiera de vuelta». También la madre de la niña que cuida publica un anuncio solicitando otra niñera sin siquiera avisarle. También Ousmane (Souleymane Seye Ndiaye) le advierte sobre la rotación de personal en la tienda donde trabaja. El movimiento de una ciudad tan grande trastoca los afectos y las relaciones.

Paula es una mujer errante, además de en lo físico, en lo emocional, y su búsqueda es retratada desde un lugar innegablemente femenino, tanto en la defensa de la identidad como en la constante lucha por un lugar digno en el espacio – el espacio público, las relaciones emocionales, el ambiente laboral. La vemos en espacios que siempre parecen poder más que ella: la sala de su madre, cuyos techos altos y maltratados son encuadrados de manera que la hacen ver mínima, la oscuridad que la rodea durante su discusión con Joachim (Grégoire Monsaingeon), el cuarto donde vive, cuyas ventanas al exterior están dañadas. La relación del personaje con su ambiente no es armónica, sino constantemente tensa, la necesidad de escapar es asfixiante.

El que posiblemente es el único vínculo verdaderamente entrañable que Paula entabla se da con la niña a la que cuida, una niña con el mismo tipo de defensas hacia su exterior y en cuya soledad se reconoce. La mujer joven (Jeune femme, Léonor Serraille, 2017) es, además de un retrato de la soledad en las ciudades, un retrato de la resistencia de la mujer y las posibilidades de encuentro en una ciudad y un mundo que cada vez parecen erigir más murallas a sus adentros.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura