Ella es un monstruo

Ella es un monstruo

Por | 22 de junio de 2017

Nadie disfruta tener dolores de cabeza y, en casos más extremos, arrepentimientos o lagunas mentales: la cruda es terrible. Sabemos también que hay de crudas a crudas: Nacho Vigalondo nos presenta a Gloria (Anne Hathaway) al inicio de Ella es un monstruo en una situación deplorable, su novio (Dan Stevens) la está esperando con sus maletas hechas para correrla de su casa porque ya está harto de aguantarla todo el rato ebria. Pero ésta no será ni remotamente la cruda más fulminante por la que la veremos atravesar.

No hay mayor sorpresa: si acaso el título en inglés dejaba tantito lugar a la interpretación, el título de exhibición de Ella es un monstruo (Colossal, 2017) lo dice todo. Al no tener dónde vivir, se ve forzada a volver al pueblo donde creció para ocupar la casa vacía de sus padres, ahí se reencuentra con Oscar (Jason Sudeikis), un conocido de la infancia y, despertando tras una fiesta con él y sus amigos, se entera de que apareció un monstruo en Seúl y está causando un desastre tremendo. Una vez preparado el territorio, Vigalondo (Cabezón de la Sal, España, 1977) no gasta demasiado tiempo en pantalla para llevarla a descubrir lo que todos ya sabíamos: el monstruo es ella (o ella es una especie de control remoto del monstruo).

La metáfora es simplícima: Gloria, mujer alcohólica, desempleada, con tendencia a mentir, con aparentes conductas conflictivas en las relaciones –por lo que intuimos en la primera aparición del exnovio–, es un ser fuera de control que arrasa con todo a su paso sin siquiera voltear a ver lo que está destruyendo. Quien pierde el control no mide los alcances de sus actos y suele desconocerse a sí mismo pasado el conflicto, donde sólo queda la culpa.

La trama se desarrolla con un par de sorpresas bien manejadas sobre las que no es necesario detenernos, todo para que Gloria logre hacer las paces con sus propios demonios proyectados en un imponente kaiju: esa gran fuerza que se encuentra dentro de ella y que, de ser canalizada, puede tan siquiera ser menos peligrosa o, tal vez, hasta funcionar para hacer el bien. Aunque la cinta se inclina por momentos hacia un discurso un tanto moralista, hay que reconocer que metaforizar la confrontación con el yo a través de una criatura godzillesca que se materializa en cuanto la protagonista entra en un área de juegos es una propuesta interesante. Vigalondo manipula las herramientas del cine de manera ingeniosa –por ejemplo, cuando narra el desastre de una ciudad con sólo mostrar pisotones en el suelo–, prácticamente juega con ellas y deja a nuestro alcance la disparatada convención para que también entremos al juego –aunque en estos tiempos, casi ningún escenario parece lo suficientemente disparatado mientras las pantallas establecen una distancia segura de los desastres que afectan a los otros, como afirma Oscar: «qué afortunados somos de estar viendo».

(Todo esto, o el hecho de que los problemas de una mujer estadounidense se materialicen en un gran monstruo-destructor-de-otros-lados, es la metáfora perfecta de un país ensimismado que aplasta a otros sin voltear a ver hacia abajo ni escuchar los gritos pequeñitos de los aplastados.)


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura