La chica desconocida

La chica desconocida

Por | 27 de abril de 2017

El más reciente largometraje de Jean-Pierre y Luc Dardenne, La chica desconocida, sigue la misma línea de cine con responsabilidad social que siempre los ha caracterizado. Encrucijadas morales, retratos de la clase obrera, la inmigración como uno de sus temas sustanciales, su predilección por protagonistas femeninas y su natal Lieja como escenario de la historia están presentes en esta nueva película. La variante en este caso es su aproximación a la vocación humanista de la medicina. Jenny, una joven médica, se siente culpable después de no abrir la puerta de su consultorio a una chica a la que encuentran muerta poco tiempo después. Sin que la policía pueda identificarla, Jenny iniciará su propia investigación, lo que la llevará a involucrarse personalmente y desenmarañar la red de implicados en el caso. La chica desconocida (La fille inconnue, 2016) sigue el recorrido que Jenny hace mientras atiende a sus múltiples pacientes e investiga sobre la mujer, quien resulta ser una inmigrante africana.

Haciendo uso de su ya conocido gusto por la cámara en mano, prácticamente no hay una sola escena de la película en la que no aparezca la doctora (interpretada por Adèle Haenel). Las coreografías del reparto y la cámara, aunque sencillas, obedecen a una funcionalidad que permite el flujo de la trama sin ningún tipo de vacilaciones. Corte directo tras corte directo, el ritmo del montaje no deja espacio a las reiteraciones emocionales y psicológicas que atraviesa la protagonista. Esto hace que brille el realismo que siempre se presume del estilo de los Dardenne (1951 y 54). Se trata de un drama sin dramatismo que se despliega sobre una estructura narrativa que, como bien sugiere el crítico Jordi Costa, es una inversión del subgénero policiaco whodunit. Aquí lo relevante no es saber quién lo hizo, sino a quién le sucedió.

En lo que la mayoría de la crítica especializada ha estado de acuerdo es que esta película vislumbra el nacimiento de una conciencia moral en defensa de la dignidad humana. La culpa de la doctora es el vehículo argumental que pone en marcha su cruzada, y además se reparte a todos los involucrados (convenientemente también pacientes de ella), en una especie de moralidad dostoievskiana donde todos son responsables de todos, por todo y ante todos.

Analizando detenidamente a la protagonista, Jenny es una doctora de tiempo completo, literalmente hablando. De día y de noche, por teléfono y en consultas a domicilio, es la encarnación de la utopía médica: un doctor de todos y para todos que incluso prefiere rechazar una oferta laboral privada para seguir atendiendo a su clientela regular. ¡Llega al punto de trasladar su lugar de descanso a su consultorio! Algo contradictorio si recordamos que el punto de partida para esta historia es que no quiso abrir la puerta a la desconocida por estar fuera del horario laboral. Fuera de esta falta, como la que cualquiera puede cometer y que más bien habla de las múltiples aristas que toman en cuenta los Dardenne al momento de delinear el estado de ánimo de sus personajes, su calidad moral es intachable. Detrás del estetoscopio no hay nadie más: de Jenny no se saben sus antecedentes ni vida personal. Y así pudo haber sido un carpintero o un empresario el que haya ocupado el puesto de investigador privado, pero el punto es que la selección de un médico, un profesional al servicio de la gente, habla de una preocupación de los Dardenne por remarcar su bandera humanista por encima de individualismos. La enfermedad del muerto es la indiferencia, y la culpa de Jenny quiere encontrar el alivio de ambas.


Israel Ruiz Arreola forma parte del equipo editorial de la Cineteca Nacional desempeñándose como investigador especializado.

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