El barón del terror

El barón del terror

Por | 28 de agosto de 2017

Cuando el actor Abel Salazar fundó la productora Cinematográfica ABSA en 1955, ya era una figura ampliamente conocida en el cine mexicano. Actor desde 1941, sus papeles en cintas como el clásico de la comedia ranchera Los tres García (Ismael Rodríguez, 1946), la tardía añoranza porfiriana Del can can al mambo (Chano Urueta, 1951) y sus correrías como justiciero enmascarado en El Coyote (Joaquín Luis Romero Merchant, 1954), lo situaban como una estrella perteneciente todavía a la Época de Oro.

Salazar (Ciudad de México, 1917-Cuernavaca, 1995), negociante de profesión, ya había tenido acercamientos al cine como inversionista casi desde sus inicios como actor, sin embargo, sus esfuerzos como productor se centraron en el cine de comedia o melodramático. Fue en 1957 cuando decidió aventurarse por primera vez en el género que a la postre le brindaría la mayor proyección a su nombre y al de su casa productora: el terror. Su incursión fue tan sorprendente que, aún hoy en día, se recuerda al primer filme de terror producido por ABSA como una total cult movie dentro y fuera de México: El vampiro (Fernando Méndez), cinta que legaría para la posteridad la icónica imagen de Germán Robles como el conde sangriento por antonomasía en la filmografía de nuestro país.

No obstante, dentro de las producciones de ABSA es, sin dudarlo, El barón del terror la que mayor presencia internacional le brindó en su momento. Distribuida internacionalmente como The Brainiac, este filme realizado en 1961 por un Chano Urueta (Mineral de Cusihuiriachi, 1904-Ciudad de México, 1979) en total estado de gracia, logra varios aciertos que van desde un atinado prólogo donde brujería e Inquisición se unen en un ambiente netamente mexicano –la Nueva España de 1661–, donde el barón Vitelius d’Estera es juzgado por varios actos demoniacos, entre los que se incluye la seducción de doncellas.

Filmado modestamente pero logrando una ambientación claustrofóbica, se le otorgan al barón verdaderos poderes mágicos –haciendo desaparecer cadenas y grilletes que lo apresan, por ejemplo– , incluso el de transmutar su alma a un cometa que surca el cielo justo al momento de su muerte, en la hoguera, jurando que ese mismo cuerpo estelar lo traerá de regreso para cobrar venganza en los descendientes de sus verdugos.

Deberán de pasar 300 años para que el cometa nuevamente pase por los cielos de México, donde un par de jóvenes astrónomos acuden al observatorio en el que su maestro espera el avistamiento. El cometa trae en su interior a Vitelius, justo como lo prometió, sólo que ahora convertido en una entidad monstruosa que debe de sobrevivir sorbiendo el cerebro de sus víctimas de ocasión, pudiendo tomar su forma humana original (la del propio Abel Salazar) una vez alimentado.

Chano Urueta, en su primera película dirigida para el ciclo de horror producido por la ABSA, se lanza a la construcción de un filme donde la fuerza de Vitelius se pone de manifiesto en logradas secuencias que mezclan cierto tono de sensualidad maligna al preferir seducir a víctimas femeninas que tomará, por la espalda, una vez derribadas sus defensas –previa hipnosis, claro–, como esa alcohólica despechada (Ariadne Welter), última en el bar que un tanto desfachatada le invita a su verdugo una copa, antes de morir. La manera en que Vitelius ataca a sus víctimas “penetrándolas”, evidentemente fálica –pero no tan manida como el colmillo vampírico–, le imprime un sello de virilidad que, en su contraparte humana es sustituida por un “dandismo” clásico en las seductoras figuras de los villanos de principios de siglo. Vitelius es, en todo momento, una personalidad fuerte y dominante.

La historia, si bien es simple y llana, se desarrolla fluidamente, con algunos momentos bastante macabros, como un par de escenas donde el barón, en su figura humana, guarda en un secreter una gran copa abundante de cerebros frescos, de los que se alimenta solemnemente con la ayuda de una cucharita. Vitelius, orejón, de ojos hinchados semicerrados, largo cabello lacio y lengua viperina, es la figura en la que el cine mexicano encuentra uno de sus grandes iconos de terror 100% autóctono, sin antecedente reconocible surgido de algún mito clásico extranjero. Hoy día, sigue siendo admirado por las nuevas generaciones que de repente lo conocen por vía del revival en la televisión, pretexto que los acerca a la que es una auténtica joya del cine fantástico nacional.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. Es uno de los autores de Mostrología del cine mexicano (2015). Actualmente conduce la versión radiofónica de Cinefagia en la estación online Rock 101. @JLOCinefago