¿Qué está pasando con la televisión?

¿Qué está pasando con la televisión?

Por | 8 de marzo de 2016

Sección: Ensayo

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¿Qué está pasando con la televisión? ¿La pregunta siquiera sirve?

Asumamos primero que hay un problema con la televisión, el de su desaparición justo en el momento de su auge. Fraseado así, el problema contradice uno de los axiomas fundamentales de la teoría de los medios: que los medios ya establecidos no desaparecen con la aparición de los nuevos, que sólo se redefine la manera en que se utilizan, gracias a lo cual cada medio ocupa un nicho en el ecosistema de la transmisión de contenidos. Al mismo tiempo, la idea significaría que la televisión estadounidense posterior a Los Simpson (The Simpsons, Matt Groenning, 1989 a la fecha) y, sobre todo, a Los Soprano (The Sopranos, David Chase, 1999-2007), estaría en su época dorada, que nunca antes se habría hecho mejor televisión.

El segundo punto es fácil de desbaratar. Para empezar, porque la televisión de Estados Unidos no es La Televisión. En todo caso, en ese mismo país ya tuvo una época excepcional anteriormente y eso sin contar el gran momento que canales como History Channel o MTV tuvieron a principios del siglo. En el Reino Unido toda la historia de la televisión ha sido excepcional. En México, Argos, por ejemplo, intentó hacer televisión de alta calidad y con riesgo formal en telenovelas como Nada personal (1996-97) o Mirada de mujer (1997-98), e incluso Televisa tuvo producciones improbables como El vuelo del águila (1994-95) u Odisea burbujas (1979-84). Que estemos interesados como nunca en la tele estadounidense no habla del estado de la televisión sino que de las series están llenando un vacío, de casi tres lustros ya, en Hollywood, y de que las clases ilustradas superaron un prejuicio (ya nadie dice usa el epíteto caja idiota, para referirse a la televisión, por ejemplo).

Por otra parte, cada vez menos gente ve televisión en la televisión. Esto no significa que no se vea televisión en televisores sino que cada vez menos gente sintoniza algún canal –hasta el verbo sintonizar parece una reliquia ochentera, como los audífonos de orejas de panda que daban un aire de profesionalismo, ahora enternecedor y kitsch, a los presentadores de noticias. Al mismo tiempo, es probable que cada vez menos gente se suscriba a servicios de cable al tener que optar entre pagar por ver programas en horarios fijos o pagar uno o más servicios en línea. Hace poco, en una conversación privada –por eso no la cito a detalle– un amigo me refirió que en las entrevistas de planeación de un estudio para entender los cambios en la televisión sus clientes le decían que pensaban que en breve el mayor grupo de consumidores de televisión se concentrará en internet, mientras que un grupo pequeño pero fijo permanecerá conectado a la televisión abierta y que, por su parte, la televisión por cable desaparecerá. Es probable. Y sin embargo volvemos al punto inicial: la lógica parte de pensar la televisión como televisión, de pensar que se va a ver televisión en la televisión.

Aquí es donde las series resultan relevantes. Cuando uno ve una serie, ya ni siquiera considera que está viendo televisión: está viendo una serie y ya. La tele pasó de ser un medio a un aparato. La idea de medio de comunicación está en ajuste. Vayamos más despacio. Durante todo el siglo XX hubo dos concepciones coexistentes del concepto de medio. Una, la más difundida, se refería a los medios como tecnologías-sistemas (radio, cine, televisión, fotografía, prensa); la otra se refería a los códigos (escritura, palabra hablada, imágenes en movimiento con sonido) para transmitir información.¹ Internet, al inicio se leyó como una tecnología, es decir, desde el primer planteamiento. Pero esta estructura, tan lábil y permeable, que trasciende incluso sus propias premisas mecánicas, ha demostrado que los aparatos técnicos fueron sólo un estadio en la transmisión de ideas y que más bien los canales o, con mayor precisión, las materias expresivas (sonido, palabra, escritura, imagen fotográfica, imagen cinematográfica) definen las prácticas de consumo. Lo que aún hoy clasificamos como televisión y cine no tiene distinción de uso en el ámbito doméstico, excepto por productos quizás en vías de extinción como los noticieros y las telenovelas. El televisor es una entre las muchas pantallas con las que convivimos.

Nuestra relación con las pantallas y con sus soportes es meramente instrumental, son superficies que despliegan información de muy distintos códigos. Por lo tanto, nuestra relación con las pantallas es una relación con los contenidos desplegados en ellas. Vemos, leemos, escuchamos a través de ellas. Pero vemos series y películas, leemos el periódico o revistas, escuchamos pop o noticieros. Hoy que los códigos priman, la idea misma de medio de comunicación resulta problemática, aunque no la de medio expresivo. Este punto ciego es la única tentativa de respuesta que tenemos cuando nos preguntamos por la televisión.


¹   Ver John Fiske, ficha para “medio/medios”, en Conceptos clave en comunicación y estudios culturales, coordinado por Tim O’Sullivan, Amorrortu, Buenos Aires, 1997, pp. 214-215.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica y la Gaceta Luna Córnea. Imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014).