Vidas pasadas y la relación íntima con el lenguaje
Por Iran Mariel Huerta Valdez | 29 de agosto de 2024
Sección: Ensayo
Género: Drama romántico
Temas: Celine SongCine estadounidensecine y lenguajeMigraciónPast LivesVidas pasadas
El lenguaje puede conectar a dos corazones y, al mismo tiempo, ser una barrera para el otro. ¿Cómo es que estas secuencias fonéticas constituyen un mundo? Secuencias de sonido sin sentido pero que, al unirse con otros conjuntos morfosintácticos, crean un significado único y particular. Dicen por ahí que cada cabeza es un mundo, pero yo creo que cada lenguaje es uno. A partir de ello se construye nuestra identidad, la manera en la que nos formamos y vemos el exterior. Cuando se hablan dos idiomas (o más), el mundo se expande ante nosotros, podemos acceder a otras realidades que transformarán nuestro ser.
Celine Song, con su película debut Vidas pasadas (Past Lives, 2023), nos introduce a la historia de Na-young y Hae-sung, ambos conectados por un lenguaje, y una realidad, que alguna vez ambos compartieron en Corea, pero ante la migración de Na-young a Canadá, fragmenta su relación. Es interesante que Na-young, ahora llamada Nora, tuviera que recurrir a un cambio de nombre por uno anglosajón, como requisito para radicar en otro país. Resulta violento tener que abandonar ese nombre que te daba identidad por otro que no significa nada, que no tiene las mismas cargas de significado que el otro. Es una eliminación del ser, del yo que se solía ser para devenir en alguien más, en alguien llamada Nora.
De acuerdo con Yásnaya Aguilar Gil, la lengua es un hábito. Si se hablan más lenguas aparte de la materna, va a preponderar aquella que necesitemos más de acuerdo al contexto en el que nos encontremos: «Hablar una lengua es también un hábito, una práctica cotidiana automática y una vez que se han establecido las primeras interacciones con una lengua determinada resulta que, como todo hábito, es difícil de cambiar»[1]. Entonces, ¿existirá una relación lenguaje-identidad como tal? En el caso de está película, parece ser que sí. Na-young, o Nora, ya no es la niña de 12 años que dejó parte de su vida en Corea; ha emigrado dos veces –de Corea a Canadá y de Canadá a Estados Unidos– para poder estar en Nueva York y ser escritora de obras dramáticas. En esta parte de la historia, se da un paso en el tiempo y se nos muestra a Na-young en sus veintes, hablando por teléfono con su madre. Se comunican hablando su lengua materna, y cuando vuelve a reencontrarse con Hae-sung, también.
En este sentido, Hae-sung representa todo lo que ella dejó atrás, es lo único que la mantiene conectada a su vieja vida, a su vieja yo. Cuando se entera de que Hae-sung ha estado buscándola por medio de las redes, ella es quien lo encuentra. Y así comienzan una serie de conversaciones donde vuelven a redescubrirse. A través de las escenas se puede palpar su emoción al volver estar en contacto, y nos da la sensación de que no dejan de hablar en ningún momento a pesar de que se transiciona a diferentes lugares y horas del día. Sin embargo, presenciamos cómo la distancia y las diferencias horarias complican la comunicación. Cuando Nora toma la decisión de dejar de hablar con él para seguir con su vida y aspiraciones, menciona algo interesante: «Tuve que emigrar dos veces para llegar a Nueva York y poder lograr algo. Quiero comprometerme con mi vida aquí, pero me la paso buscando vuelos a Seúl». ¿Por qué hablar con Hae-sung es un impedimento para que ella pueda seguir? ¿Qué significa para ella el pensar en volver a Seúl? HyunseonLee hace un análisis sobre la película desde la perspectiva de la diáspora coreana: «[Nora] ha perdido parte de su conexión con esa parte de sí misma. Ha olvidado por completo su nombre coreano, Na-young, sólo habla coreano con su madre y se refiere a la cultura coreana desde una perspectiva distanciada»[2]. Para Lee, Nora se ha distanciado de su identidad como coreana, se ha desprendido de ella, del mismo modo que se ha desprendido de su nombre y de su lenguaje. Como su madre menciona al principio de la película respecto a su partida: «Si dejas algo atrás, también ganas algo». En este caso, ha dejado parte de su ser en Corea para poder ser Nora. Y como mencioné al inicio de este párrafo, lo único que la une a su pasado es Hae-sung.
Respecto a lo anterior, Nora está ganando oportunidades en su vida profesional y personal, ya que es admitida en una residencia para escritores y ahí conoce a su futuro esposo, Arthur, con quien contrae matrimonio para obtener su residencia permanente en Estados Unidos. Aunque podemos ver a Hae-sung teniendo oportunidades, su manera de percibirse a sí mismo es como alguien “común y corriente”, ya que en al ámbito personal sigue con el mismo grupo de amigos con los que se reúne en el mismo bar desde la universidad, y con un trabajo común en una empresa. Con respecto al lenguaje, Nora ha podido lograr, por medio de este cambio y erradicación de parte de su identidad como coreana, lo que ella se ha propuesto. De manera que la percepción que tienen uno del otro es completamente distinta, mientras que Hae-sung la percibe como «una niña que quería hacerlo todo, tenerlo todo», Celine Song (Corea del Sur, 1988) nos muestra a través de la cámara, la forma en la que Nora lo mira: «como un coreano estrecho de miras, de clase media o media baja, que ni siquiera se atreve a luchar por ella», de acuerdo con Lee.[3] La cámara se enfoca en detalles pequeños, como la forma en que acomoda su cabello o mochila, escuchamos su inglés imperfecto y la manera en la que se puede notar cierto nerviosismo en su cuerpo. Para Nora, a pesar de que ella misma es coreana, Hae-sung es demasiado coreano. Incluso, Nora se lo menciona a Arthur cuando se reúnen por primera vez en persona doce años después de su primer reencuentro por medio de las redes: «Él aún vive con sus padres, lo cuál es muy coreano. Y tiene puntos de vista muy coreanos sobre todo». Ante sus ojos, Hae-sung no cambia, sigue siendo el mismo niño de doce años que dejó en Corea. Es interesante que a partir de su interacción con él, tiene la sensación de ser poco coreana y, al mismo tiempo, coreana.
La disyunción entre Na-young y Nora es tan profunda que parecer ser que crea cierto conflicto entre estas dos identidades que en sí son una misma persona. Se siente coreana porque su forma de comunicarse con él es en coreano y comparten la cultura; su único lazo con Na-young, sin embargo, ahora es Nora, una coreana americana que reside en Nueva York y que habla inglés. Menciona tener amigos coreanos y que no tiene esa sensación de sentirse menos o más coreana, pero con Hae-sung es distinto, porque él es coreano coreano y no coreano americano. Para Aguilar Gil, encontrar el punto de unión entre lenguaje e identidad resulta difuso: «aún no alcanzo a comprender la relación entre la lengua materna y la identidad, me parece siempre tan compleja […], en Europa fui mexicana, en México soy oaxaqueña, en Oaxaca estoy siendo mixe, en la sierra suelo ser de Ayutla. […] No entiendo de identidad sin contrastes, a cada nuevo contraste, una identidad nace en mí»[4]. ¿Acaso depende de los espacios que habitamos? ¿O es una toma de decisión? Aguilar cuestiona por qué padres que provienen de comunidades indígenas no enseñan a sus hijos su lengua materna o por qué ellos mismos deciden ya no hablarla. No cree que sea una decisión que se toma, sino que, es algo que simplemente pasa: «por alguna razón, siempre hablo en ayuujk con un amigo por más que sé que habla español a la perfección; por alguna razón siempre hablo en español a una amiga que acabo de conocer en la ciudad aunque sé perfectamente que el ayuukj es su lengua materna y la habla todos los días, pero no conmigo. No somos conscientes, no elegimos, o casi no»[5]. Nora habla con Hae-sung en coreano porque es su única forma que tienen para comunicarse, pero si él hablara inglés, ¿sus conversaciones serían en inglés o ambos decidirían hablar en coreano? ¿Se sentiría más o menos coreana? Nunca lo sabremos. Le resulta extraño porque Hae-sung es la representación de un coreano promedio y de los ideales de Corea, ideales que para Nora ahora resultan ajenos.
Ahora nos encontramos con la escena inicial donde los tres, Nora, Arthur y Hae-sung, se encuentran en un bar. Ocurre una dinámica curiosa entre nosotros como espectadores y la pareja que habla en off, inquiriendo quién es la pareja de quién. Lo que nos hace también preguntarnos cuál es la relación de cada uno. Nuestra mente conjura suposiciones mientras escuchamos a esta pareja hacer lo mismo y, por lo que dicen, además del encuadre en los tres, Arthur no parece ser parte de la dinámica entre Nora y Hae-sung. La voz del chico en off dice: «Ni siquiera le están hablando». Saltamos ahora a la escena de los tres charlando y la barrera del lenguaje se hace presente. Aunque ambos intentan comunicarse, ya que Arthur sabe muy poco coreano y Hae-sung muy poco inglés, Nora funge como intérprete entre ambos. Después de un silencio un tanto incómodo se desenvuelve ante nosotros una conversación entre Nora y Hae-sung en su lengua materna, donde él reflexiona sobre la toma de decisiones de ambos y qué hubiera pasado si Nora no se hubiera ido de Corea, para establecer que no tienen el karma o in-yun necesario para estar juntos en esta dimensión. Es un momento íntimo entre los dos, Arthur no tiene un espacio en él, está excluido por la barrera del lenguaje. La cámara sólo se enfoca en Nora y Hae-sung.
En escenas anteriores, después de la primera salida de Nora con Hae-sung, Arthur le confiesa a Nora que la escucha hablar entre sueños y no logra entenderla porque no habla en coreano, le dice: «Sueñas en un lenguaje que no puedo entender. Es como si hubiera todo un mundo dentro de ti al que no puedo acceder». Con lo anterior, lo que dice Arthur en esta escena tan íntima donde Nora y él se encuentran acostados en cama, es sumamente importante. Arthur piensa en lo perfecta que sería la situación de Nora y su primer amor de la infancia como una historia para una novela, donde él es el “americano blanco malo” que los separa. Y mientras Nora le afirma que lo ama y que está comprometida a la vida que ella escogió, es aparente la conexión tan profunda y entendimiento que tiene con Hae-sung en la escena del bar. Si bien la película se centra en el reencuentro, creo que se omite la importancia del lenguaje y la conexión tan profunda que existe en nuestra persona.
El lenguaje también es la puerta al interior del otro, hablar más lenguas nos permite ser personas distintas pero, al mismo tiempo, seguimos siendo los mismos. Para Aguilar, la lengua no puede ser un determinante de lo que somos, sino que tanto lenguaje e identidad juegan entre sí pero ninguno prevalece: «dado que, por fortuna, somos capaces de hablar más de una lengua y que la identidad no puede ser de ningún modo determinista, hay un espacio en el cual ambos forman un subconjunto pero es inestable, se ensancha o se escurre según el caso»[6]. Por tanto, Nora y Hae-sung tienen una conexión más profunda porque así lo permite el lenguaje que ambos comparten y del que son cómplices, es algo sólo de los dos y es algo que la ancla a la niña de 12 años que dejó en Seúl. Ante la partida de Hae-sung, la despedida nos deja con un sabor agridulce en la boca ya que Nora finalmente está rompiendo con el único lazo que la une a su viejo yo, a ese lenguaje que alguna vez fue su hogar, y con él también se despide de una parte de sí misma que puede no vea la luz nunca más.
Iran Mariel Huerta Valdez estudia Lengua y Literaturas hispánicas en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
[1] Yásnaya Aguilar Gil, Ää: Manifiestos sobre la diversidad lingüística, compilado por Ana Aguilar Guevara, Julia Bravo Varela, Gustavo Ogarrio Badillo y Valentina Quaresma Rodriguez, Almadía, México, 2020, p. 40.
[2] Hyunseon Lee, Past Lives: A Luxurious and Lingering Portrayal of Lost Love and Identity in the Korean Diaspora, The Conversation, Melbourne, 8 de septiembre de 2023.
[3] Ibidem.
[4] Aguilar, op. cit., p. 38-39
[5] Idem, p. 40
[6] Idem, p. 39