A pesar de la noche

A pesar de la noche

Por | 27 de julio de 2017

En A pesar de la noche (Malgré la nuit, 2015), Lola (Lola Norda) baila descontroladamente mientras la voz de Lenz (Kristian Marr) acaricia la suavidad del susurro, un ligero humo difumina sus figuras, aspecto que hace más espesa la oscuridad que los envuelve. En ese instante, nos enteramos que Lenz ha regresado a París para reencontrase con Madeleine. La iluminación, uno de los aspectos principales de la estética de Philippe Grandrieux, permite esculpir o difuminar el rostro y el cuerpo que se desplazan en las sombras, registrando la gesticulación atravesada por emociones que escapan a través de la mirada, de las lágrimas, de los gestos llenos de placer, de desesperación, de angustia o de sufrimiento. La sexualidad vuelve a aparecer en sus modos más diversos: desde un encuentro íntimo donde la pareja se jura mutuamente «nunca despreciar su amor», hasta los momentos más violentos en los que el deseo de sentir dolor alimenta paradójicamente las ganas de vivir. Asimismo, en el film es posible encontrar momentos clave de la plasticidad con que Grandrieux (Saint-Étienne, 1954) construye sus imágenes. Uno de ellos sucede cuando Lenz discute con el padre de Lena. En dicha secuencia, este último diserta sobre la distinción humano/animal poniendo como ejemplo la existencia de sus mascotas: «Si pudiéramos regresar por un momento al poder del instinto, ya no quisiéramos volver a nuestras vidas», y culmina diciendo «Nosotros sabemos que vamos a morir, ellos no». Mientras tanto, los movimientos delicados de un pez en libertad se yuxtaponen sobre el ir y venir del rostro del anciano, ambos inmersos en un océano de oscuridad.

En una conversación realizada en el marco de la 45ª edición del Festival Internacional de Cine de Róterdam, se le preguntó a Grandrieux qué pensaba de los momentos de sexualidad o violencia existentes en sus films y de lo difícil que resultaba comprenderlos, a lo cual él contestó que sería incapaz de lastimar a alguien y que, en efecto, él pretendía romper con la secuencia narrativa lógica. En este sentido, lo que realmente intenta abordar en su obra sería algo mucho más complejo que escapa de los términos bueno y malo consensuados por la sociedad, aspecto que la causalidad narrativa no le permite describir con precisión. Volcar la mirada a los sentimientos e instintos le permite explorar cómo sus personajes logran «acceder a un poder verdadero en sus vidas», lo que siguiendo a «Proust, quien lo dijo bellamente, son cosas que sólo pueden ser alcanzadas mediante el cuerpo […] y son aspectos mucho más poderosos que cualquier cosa. El cine se construye con eso […] con una relación concreta con el mundo».

Somos seres transnaturalizados. Los lazos que permiten la construcción de lo social, irremediablemente, generan en la corporalidad de sus integrantes una selección de las cualidades dignas de ser potenciadas. Asimismo, un cuerpo transnaturalizado implica un dominio específico del instinto inmanente al cuerpo. Desde luego, la construcción social no lo elimina por completo, simplemente lo moldea culturalmente con la finalidad de restringir las formas en las que se puede exteriorizar. En la misma conversación que he citado, el cineasta francés menciona que a él no le interesa hacer que sus personajes encarnen una idea y se conduzcan respecto a ella, sino lo contrario, le interesa que sean libres, que sean instintivos.

Quizá esta sea una de las razones por las cuales su obra experimental nos hace sentirnos dislocados o agredidos, presos de la sensación de carecer de un juicio adecuado. La ligereza de pensamiento nos puede hacer caer en el error de no valorar su carácter multifacético, encasillándolo en una simple categoría moral. En efecto, en ocasiones su obra se nos presenta rodeada de una sensualidad que desborda la pantalla, personajes que controlan su intensidad sexual, que pueden tocar, oler o acariciar el sexo del otro, que pueden controlar el deseo y sus sentimientos más íntimos, que danzan desnudos en medio de los árboles y de la oscuridad. Sin embargo, en el momento menos esperado, la exploración realizada a esa intensidad los hace devorarse, no limitarse. La energía contenida se desata para hacer manifiesto el caos por el que todos somos susceptibles de ser atravesados: el redescubrimiento del caos que les impele a recurrir a sus instintos corporales y que Grandrieux define en algunas entrevistas como un estado primario, es decir, una ruptura con el moldeo del cuerpo para reconciliarlo con su animalidad, con su forma natural. Para el cineasta, el cine es fundamental en esto, pues las condiciones de la salas de exhibición permiten un espacio idóneo en la exploración de la complejidad humana. Explorar todas las posibilidades de un sentimiento y su manifestación en el cuerpo: aquí es donde descansa su carácter multifacético.

Desde luego, se puede diferir de lo dicho por el cineasta. Lo cierto es que su obra cinematográfica continúa situándose apartada del terreno de la regla para mantenerse en el espacio de la excepción. Un estilo estético que desarticula toda percepción preestablecida para, de este modo, atraparnos en una atmósfera llena de hipnotismo y de complejidad. Explorar las diferentes caras del amor, del deseo y de la obsesión, siempre pensando en la interioridad inestable del cuerpo, eso es lo que nos ofrece Grandrieux en A pesar de la noche.


Eduardo Zepeda estudia la licenciatura en Filosofía en la UNAM. Fue ganador del VII Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes “Fósforo” 2017, categoría “Licenciatura”, en el marco del Festival Internacional de Cine UNAM.