Cosmos

Cosmos

Por | 3 de noviembre de 2016

Sección: Crítica

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El cosmos es la manera que tenemos de nombrar lo inconmensurable, organizar la totalidad desde lo íntimo, y suponer sobre algo que no entendemos. Su inmensidad nos impide observarlo como a un objeto; por el contrario, él nos observa y nos habita. Es probable que no se encuentre en otro lugar que no sea nuestro pensamiento y sus recorridos imaginarios por lo inabarcable, de modo que para acercarnos a ese todo, sólo tenemos la opción de asumirlo como una mentira, de fabricar ficciones y artificios que lo expresen. Lo real no es más que un perpetuo acto de invención.

«Actuar para crear lo real» dice Witold (Jonathan Genet), el joven escritor que junto a su entrañable compañero Fuchs (Johan Libéreau), llega como inquilino a una casa de huéspedes rural habitada por una familia histriónica, con la única intención de pasar un tiempo en una calma que se tornará insostenible. El hallazgo de un gorrión colgado de un árbol, junto al sucesivo surgimiento de nuevas evidencias, llevará al par de amigos a ahondar en una investigación detectivesca que traerá resultados delirantes, donde los personajes, cada uno en su propia dimensión, harán de los pequeños encuentros cotidianos, grandes colisiones.

Este es el gesto endemoniado de la película-testamento de Andrzej Żuławski (Lwów, Polonia, 1940-Varsovia, 2016): la segunda naturaleza de un cine que se filma a sí mismo y funda la búsqueda de procesos vitales mediante la puesta en abismo, que consiste en hacer explícitos los procesos de filmación, en exponer tanto lo que participa en la diégesis como aquello que lo pone en marcha. Cosmos (2015), al igual que toda la obra del director polaco, acontece bajo lógicas propias. Sus películas son zonas de excepción fuera de todo régimen, donde las personas están encerradas por una fuerza exterior. Un deseo anárquico, o bien, un deseo por desear, que les motiva mediante sensibilidades excedidas, a no reducir la existencia a su funcionalidad. Las palabras, contrarias a los propósitos del lenguaje, no son enunciadas aquí para resolver conflictos, emergen como potencias de los cuerpos, como necesarios sonidos de expiación.

Los personajes subsisten interconectados mecánicamente a la película, como si cada órgano de sus cuerpos perteneciera a un movimiento de cámara, un sobresalto sonoro o un zoom atroz. La piel de los personajes es la piel de la película, imágenes y sonidos hechos de tejidos. No se trata de procesos orgánicos, sino de rupturas de sentido donde todo se corrompe, trasladando los referentes espaciotemporales a lugares ingrávidos, mientras los objetos abandonan su utilidad en los encuadres, las luces y las sombras. La tensión que sostiene el filme es el puente que hay entre la dispersión y concentración de los objetos y las personas; esos momentos en que los planos de la realidad se renuevan, y proponen a cada segundo un nuevo nacimiento, a cuya condición los personajes tienen que adaptarse.

El tiempo del filme es un tiempo de creación. Parece por momentos que todo ocurre para que Witold lo capture en su texto, o bien, que la vida ocurre al mismo tiempo que él la escribe, y Żuławski la filma. En algún momento el joven escritor se confiesa: «Es como si no estuviéramos presentes del todo. Yo y ella, ella y yo. Es como si nos proyectaran desde algún lugar». Los personajes hablan de frente a la cámara, anuncian su presencia y se saben parte de un juego que les atraviesa con profundidad. La puesta en escena se plantea recrear la naturaleza, llegar a la certidumbre con una exactitud ilusoria, disimular la idea de realidad a través de mostrar sus fragilidades. En el final, aún después de los créditos, Żuławski devela el artefacto cinematográfico, aquello escondido tras la película. Hay algo más allá –parece decirnos–, algo de nosotros mismos, una verdad tan real, que es imposible creer en ella.


Rafael Guilhem estudia Antropología Social en la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa. Obtuvo mención honorífica en el VI Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes “Fósforo”, en el marco del Festival Internacional de Cine UNAM 2016.