El cuarto prohibido

El cuarto prohibido

Por | 12 de enero de 2017

No es fácil determinar el volumen de cine perdido de entre todo el que se produjo durante la primera mitad del siglo pasado. Cualquier cálculo aterra: la Biblioteca del Congreso estadounidense estima en 75% el cine irrecuperable; en casos como el japonés, la práctica totalidad del cine anterior a Hiroshima puede conocerse solo a través de fichas técnicas, programas de mano o, en el mejor de los casos, stills.[1] En consecuencia, incluso la tentativa más exhaustiva encaminada a la reconstruir la evolución de los lenguajes fílmicos se topa de frente con una historicidad quebrada, fragmentada, imposible. Los sueños de Walter Benjamin convertidos en pesadilla; las gavetas clasificatorias de Jorge Luis Borges desarmadas y lanzadas al vacío.

En más de un sentido, El cuarto prohibido (The Forbidden Room, 2015), doceavo largometraje de ese decano del underground canadiense que es Guy Maddin, problematiza esta cuestión una y otra vez, en capas interminables y en casi todos los registros posibles, desde la sátira hasta el pastiche, el hipertexto, la metaficción, el melodrama o el absurdo. En coautoría con el artista visual Evan Johnson y un coctel de colaboradores que incluyen a Geraldine Chaplin, Charlotte Rampling o el poeta John Ashbery, Maddin (Winnipeg, 1956) presenta una caja china de relatos fragmentados y elípticos construidos alrededor de estéticas históricas, específicas, del cine mudo, desde la épica deudora de la Cabiria (1914) de Giovanni Pastrone hasta la imaginería surrealista de Germaine Dulac, Man Ray o el primer René Clair.

Cada relato o fragmento alude a una supuesta cinta real, perdida o destruida, conocida hoy a través del título, referencias o una leve noción del argumento. Uno de los relatos centrales de la matrioshka de Maddin, The Red Wolves, es aludido por descuido en una crónica de Joseph Roth, quien afirma haberla visto en Marsella; no existe ningún otro indicio de la existencia de la cinta, que es reelaborada sin embargo por Maddin y Johnson en un ejercicio de metarreferencialidad cuyos referentes… no existen.

El proyecto de Maddin y Johnson reelabora una serie de propuestas estéticas que el primero emprendió en su primera etapa. Cortometrajes como The Dead Father (1986), Archangel (1991), Sissy-Boy Slap-Happy (1995) o la instalación urbana –proyectada sobre fachadas públicas– Send Me to the ‘Lectric Chair (2008) están construidos mediante recursos visuales, narrativos, sonoros, textuales e histriónicos propios del cine silente, aunque la mayoría fueran realizados en 16mm y con registros de sonido directo.

Como una suma de estos comentarios irónicos a la historicidad de la imagen, El cuarto prohibido reelabora esta propuesta mediante dos giros adicionales de tuerca: uno, el estar realizada y fotografiada completamente con dispositivos digitales (al grado que muchos de sus recursos visuales, anacrónicos, son resultado de un uso virtuoso de plataformas como After Effects). El otro atañe al proceso de producción, pues la cinta fue filmada durante un mes, a razón de una historia-secuencia diaria, con filmaciones abiertas al público en recintos como el Centro Georges Pompidou de París.

Vista como puerto de llegada de una carrera prolífica y estimulante, El cuarto prohibido es una piedra de toque en el trayecto creativo de Maddin, quien al fin abandona los sótanos audiovisuales para ingresar, si se quiere, a una suerte de establishment del cine de culto, coronado por su actual año lectivo en Harvard y su reciente inclusión en la colección Criterion. Sin embargo, habrá que aclarar: para cualquier desprevenido, en incluso para varios cinéfilos de rigor o incondicionales de Maddin –si los hay–, El cuarto prohibido resulta en un trance agobiante, un balcón sin asideros que se asoma directamente al desconcierto, pero cuyo arrojo autoral, estético y estructural se aleja de manera fascinante de cualquier otra película de este año, o de cualquier otro.


[1] Donald Ritchie, Cien años de cine japonés, Jaguar, Madrid, 2005, p. 11.


Sergio Huidobro es candidato a maestro en Letras Latinoamericanas por la UNAM. Recientemente fue incluido en la antología Dos amantes furtivos: Cine y teatro en México (2015).