Graduación
Por Rafael Guilhem | 13 de julio de 2017
Son varias las versiones de la película que están contenidas en sí misma. Podemos aterrizar en la historia de la joven rumana Eliza (Maria Drăguș) que, a punto de presentar un examen determinante para concretar una beca en el extranjero, sufre un intento de violación que tambalea su estabilidad, y obliga a Romeo (Adrian Titieni), su padre, a tomar medidas ilegales para mantener a flote el futuro promisorio de su hija. Ese es tan sólo un conflicto de los muchos que ilustran —algunos más subrayados, otros apenas insinuados— una Rumania desconsolada y fermentada. La precisión técnica de Cristian Mungiu, de notable manejo espacial, padece en su imagen de una discreta esquizofrenia: la necesidad de viajar a lo real a través de un realismo extremo, uno que sobrepasa la realidad misma. La película parece ser el medio para organizar una cantidad de información exorbitante que persigue, sin fortuna, un fresco sociológico de la decadencia rumana; desde la niñez que juega a agredir, la juventud que aprende a mentir, y la adultez que sobrevive a pesar de la moral. Esta primera versión de la película, acaso la más evidente, ha cruzado fuegos: los que ven un pobre análisis de la realidad que, a través de la crueldad, aqueja una especie de orientalismo que exotiza la nación europea del este, y aquellos que vislumbran en la frialdad, un perfecto bosquejo de los problemas de las sociedades actuales.
Graduación (Bacalaureat, 2016) es mejor si la “falsificamos”, y optamos por otra ruta (tal vez con conclusiones similares). Raúl Ruiz anunciaba en sus Poéticas del cine, que toda película es siempre portadora de otra secreta. Me parece que otra versión de esta película rumana pasa por afrontarla como un heterodoxo thriller detectivesco. Antes de conjurar el cielo, pasar por lo concreto, ceñirnos a las pruebas. El propio François Truffaut decía que Ladrones de bicicletas (Ladri di biciclette, Vittorio de Sica, 1948) no era un filme sobre la tragedia del desempleo en la Italia de posguerra, sino simplemente sobre un hombre que intenta recuperar a como dé lugar su bicicleta. Bajo ese sentido, hay una inquietud materializada en Romeo desde los primeros instantes de la cinta, donde una piedra rompe el cristal del departamento en que habitan él, Eliza y su madre. En el momento no saben quién es el autor de tal ataque ni qué motivaciones hay detrás, y con el paso de los días, estos hechos se multiplican en diversas formas: algunas intencionadas como los daños al auto de Romeo, y otras de corte sobrenatural como el animal —aparentemente un perro— que se atraviesa abruptamente frente a su coche. Con el intento de violación que sufre Eliza, todos estos eventos cobran otra tesitura: de la insignificancia y el azar, se pasa a la intencionalidad y el misterio de la autoría, que ni siquiera al final de la cinta será resuelto. Sin embargo, es ese eje —el de la búsqueda del responsable— sobre el que se desenvuelve la impaciencia en el filme. Esta misma búsqueda es la que hace desvariar a los personajes, les lleva a cometer artimañas de corrupción, e involucrarse en situaciones límite, tanto a nivel personal como familiar. Lo que en nuestra primera mirada parecía una angustia (palabra importante) causada por el infierno político y social de Rumania, en esta segunda viene del simple hecho de no hallar al perpetrador. Parece que, en esta acumulación de secretos, hay más posibilidades de pensar en la desesperación de los sujetos del mundo contemporáneo, en los favores ilegales a los que tienen que recurrir para sobrevivir y, a su vez, el infinito encadenamiento al que uno se somete si entra de forma súbita e inevitable en las dinámicas ilícitas, casi ineludibles. Tal vez una de las vertientes de la película es el forcejeo entre la estructura y su ocupación, es decir, entre las leyes y su práctica. La forma en que se ignoran, se modifican o traspasan, por el hecho de pertenecer a un orden de irrealidad, que no se corresponde con la vida cotidiana de las personas simples. Es entre líneas que emerge la verdadera vida.
Hay dos viñetas notables cuando el padre se lanza, ciegamente, a la búsqueda del culpable a costa de cualquier cosa, y que muestran el delirio de Romeo, que ya no sabe a quién culpar, y en la paranoia, acecha contra cualquiera que dé indicios de debilidad. La primera sucede en el momento en que los policías, amigos suyos, miran junto a él lo capturado por la cámara de videovigilancia para tratar de esclarecer el ataque a su hija. Él les pide que impriman una captura de pantalla, y con esa imagen, intenta increpar al novio de Eliza, con quien tiene una mala relación, para que reconozca ser el individuo del que apenas se ven los pantalones en la imagen. Parece un movimiento inverso a la foto de Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966), en la que de una captura involuntaria se descubre un crimen. Aquí, es de un video cuya función es la vigilancia, que se pretende moldear la verdad y ajustarla a una clemencia por encontrar un culpable. La segunda viñeta ocurre cuando el padre (siempre el padre), reconoce en la calle a uno de los sospechosos que quedó libre por no coincidir con las referencias que dio Eliza, y lo trata de seguir con el aparente fin de hacer justicia por su propio puño. Cuando Romeo avanza unas calles, pierde de vista al joven y se pierde él mismo en un barrio laberíntico cuya atmósfera nocturna lo desconcierta. La manera en que Cristian Mungiu (Iaşi, 1968) filma la oscuridad, el tránsito frágil de Romeo y los límites de su cordura, hace que, en su búsqueda de soluciones, Romeo produzca más misterios de los que resuelve. Los personajes en su intento por defenderse de la angustia, acaban intensificando ese afecto y acusando a cualquiera.
Desde este vuelo a la película, menos funcional pero más intrigante, tenemos acceso a una forma de experimentar el mundo, y no solamente a un discurso de la realidad. Para Mungiu las dudas, llenas de culpa, enredan más la madeja, y llevan a cualquier ser humano, por común que sea, a enfrentar la vida como si se enfrentara a una investigación criminal.
Rafael Guilhem coedita de la revista digital Correspondencias: Cine y pensamiento. Fue ganador del VII Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes “Fósforo” 2017, categoría “Exalumnos y público en general”, en el marco del Festival Internacional de Cine UNAM. Formó parte del Jurado Joven en la XI edición del Festival DocsMX y fue seleccionado para el programa Talent Press del Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2017.
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