Elle

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Por | 9 de febrero de 2017

Sección: Crítica

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Últimamente se habla mucho de la violencia sexual. Conocemos historias de personas cuyas vidas privadas llegan a la luz pública en forma de denuncia, víctimas que son síntoma de un problema acallado y que nunca antes se había manifestado de forma tan visible y estructurada. Los rostros y voces de muchos edifican un gran testimonio. Las representaciones de la violencia constituyen otro testimonio igualmente trascendente: son el registro de las miradas que existen frente a esta realidad. Hemos visto innumerables representaciones de violaciones a lo largo de la historia del cine y la televisión, puestas en escena que han ido edificando la figura de la mujer violada. Si una mujer es víctima de violencia sexual, se esperan ciertas conductas que hemos visto encarnadas una y otra vez en infinidad de productos. ¿Toda víctima reacciona temblando y llorando? ¿Todo colapso es físico y fotogénico? El cine y la televisión, convencionalmente, suelen reducir a la mujer que ha sido violada a esta condición, el abuso la define como personaje y sus acciones a partir de éste son consecuencias.

Desconcierta entonces ver cómo el personaje interpretado por Isabelle Huppert en Elle (2016) reacciona a la violación con que inicia el filme recogiendo los vidrios rotos, tirando su ropa a la basura y ordenando comida a domicilio. Como público, esto se desprende completamente de aquel referente más o menos unificado que tenemos sobre cómo deben verse ciertas emociones en la pantalla. El problema es que, como dice el crítico Nerdwriter en un video de su canal de YouTube, la gran mayoría de los productos comerciales, al intentar representar la experiencia humana, no lo hace a través de los lentes de la vida, sino de los lentes de otras películas. Estamos acostumbrados a ver a mujeres cinematográficamente o televisivamente “sufrientes”, otras maneras de vivir el dolor levantan sospechas. Si no hay llanto desmedido, gritos y reproches, parece no haber daño y los espectadores que no han pasado por una experiencia del tipo no tienen más punto de referencia que aquel que proviene de sus respectivos acervos visuales.

Michèle parece lidiar con la violación con la misma distancia metódica con la que un personaje como el suyo –mujer exitosa, aparentemente fría, profesional– lidiaría con cualquier otro problema: se hace una prueba de sangre, asegura las ventanas de su casa, compra cosas para protegerse e incluso investiga la identidad de su agresor. Pero la violación no es el eje de su mundo, ella es quien está al centro de una vorágine de hombres y mujeres, situaciones enredadas, deseos, perversiones, frustraciones, rencores y un odio predominante que se traduce en desprendimientos y egoísmos –el título de la cinta adquiere sentido mientras vamos conociendo su mundo a través de sus ojos. Si bien Michèle jamás es ajena al evento –incluso enuncia que fue violada frente a sus amigos y su expareja– su universo no se detiene, así como no se detuvo por otros eventos traumáticos de su pasado que iremos conociendo. No vemos a una mujer que llega a su casa a llorar en soledad y verse contemplativamente en el espejo: el espacio privado no tiene que ser melodramático.

Michèle no es una heroína ni un símbolo de fortaleza por no quebrarse tal como lo esperaríamos. La hegemonía de la representación del dolor nos tiene muy aleccionados, aunque no exista una única trinchera desde la cual enfrentarse al abuso ni de vivir el sufrimiento. Lo que Paul Verhoeven  (Ámsterdam, 1938) se permite explorar en Elle son otros modos de sentir y de sufrir, otros escenarios donde esta mujer no es una víctima simplificada sino un personaje complejo que, a su vez, también ejerce abusos de poder, flaquea y encarna incongruencias, como todos. No es casual que Michèle trabaje buscando imprimir, probablemente sin muchas esperanzas, una especie de verdad emocional en la narrativa de los videojuegos que produce: intenta complejizar historias en universos donde las probabilidades están previamente definidas. Universos como ­­–casi todo– Hollywood, de una sencillez utópica.

En el espacio íntimo no nos enfrentamos más que a la mirada propia: las distintas maneras en que uno puede atravesar las situaciones de la vida son inimaginables. No todas las víctimas de violación se manifiestan como las denuncias que vemos circular en medios y redes sociales ni como las representaciones ficticias convencionales. Si una mujer no es su violación, la representación de la mujer tampoco debería reducirse a esto. Elle sacrifica el impacto sentimental infalible mientras se atreve a iluminar zonas oscuras y perversas desde una óptica que no por retorcida deja de ser real. Sin duda era más sencillo recurrir a los clichés de la violencia sexual, a las herramientas efectistas y lacrimógenas comprobadas, pero la mímica automática de una emoción nunca podrá acercarse a su verdad.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura