Animales nocturnos

Animales nocturnos

Por | 13 de enero de 2017

Un rasgo que empieza a tomar mayor notoriedad en las películas de los últimos años es una fascinación por la perfección técnica. Lo que antes era un medio, es ahora un fin que estructura los demás elementos cinematográficos. Es tal la fuerza de dicha premisa, que los planos a menudo se filman y montan para elevar el nivel de una película, aunque su única función –terrible palabra–, sea la de regalar un instante visualmente espectacular. Hoy, más que nunca, hace falta repasar la precisión de las palabras de Robert Bresson: no hay que hacer imágenes bellas sino necesarias. El cine de hoy, el cine de la belleza, pone toda su creencia en la morada de las imágenes, en su dimensión compositiva. Pero se olvida que una imagen antes que nada es una mirada.

En ese sentido, Animales nocturnos (Nocturnal Animals, 2016) es una película perfecta. Sus imágenes calculadas se preocupan por la unidad técnica antes que la expresiva. Eso no significa que sea un filme vacío; todo lo contrario, es un filme saturado de las referencias culturales que nos gobiernan. De cierto modo, el cine ya no busca parecerse a la realidad, es la realidad la que necesita de la ficción para restablecer su consistencia. En este movimiento intervienen los desasosiegos de Tom Ford (Austin, 1961), un realizador vinculado al mundo de la moda que ha plasmado en su corta filmografía una exploración alrededor de las apariencias y sus límites.

Un día, Susan (Amy Adams) recibe un paquete de su anterior esposo, Edward (Jake Gyllenhaal), que contiene una copia de su primera novela (de título homónimo al de la cinta). Durante algunas noches de insomnio, Susan queda atrapada por el escrito, en donde se narra la historia de Tony, un hombre que presencia con impotencia la violación y el asesinato de su mujer e hija. La historia deja cimbrada a Susan, quien recordando la cruel manera en que abandonó a Edward, comienza a cuestionar el sentido de sus decisiones pasadas, y la insatisfacción de sus días presentes.

Conforme se despliegan las imágenes y sonidos en la pantalla, descubrimos que estamos ante un acto de venganza. Edward pretende demostrar que su novela, como ficción, tiene más densidad que la fría vida de Susan, quien en algún momento pasado menospreció su carrera de escritor. No hay mayor revancha que hacerle ver a la otra persona que eres capaz de estremecerla. En el trasfondo, Animales nocturnos es una pregunta por la masculinidad. Edward, al no sentirse admirado por Susan, construye el personaje de Tony como un hombre incapaz de tomar partido y actuar en los momentos trascendentes, algo que se reprochará hasta el final. Este juego de apariencias y verdades, se transforma de secreto en secreto en una verdad de frustración y misoginia. Los personajes y sus soledades sólo pueden reencontrarse dentro de la novela, un espacio de sigilosa intromisión.

A la mitad del filme, surge una imagen vanidosa. Un par de mujeres asesinadas están recostadas en una perfecta pose sobre un lujoso sillón rojo. La cercanía entre belleza y muerte, confecciona una de las síntesis más oscuras de los tiempos que corren. Es necesario empezar a preocuparnos por nuestras imágenes.


Rafael Guilhem estudia Antropología Social en la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.