Tras la tormenta

Tras la tormenta

Por | 25 de mayo de 2017

Como si llegáramos tarde a algo que ya tuvo inicio, Tras la tormenta (Umi yori mo mada fukaku, 2016) comienza con la plática entre una mujer mayor, aliviada de haber quedado viuda, y su hija que está de visita. Conversan sobre los hombres ausentes: el esposo fallecido y su hijo. Esta secuencia inicial tiende los primeros puentes: masculinidades fallidas, familias disfuncionales y desde luego, los sueños inalcanzados. Ryota (Hiroshi Abe), uno de esos dos hombres, es un detective especializado en infidelidades —y que alguna vez fuera un escritor premiado— que dice trabajar en la investigación con el fin de obtener material para escribir su próxima novela, aunque se trata de un pretexto para sobrellevar su incapacidad por comenzar su libro. Con el poco dinero que gana, no le alcanza para pagar la manutención de su hijo Shingo (Taiyō Yoshizawa), a quien ve una vez al mes desde que se divorció de Kyoko (Yōko Maki), la madre. Ryota, al igual que lo hiciera su padre fallecido, busca llenar los días y saldar sus deudas empeñando objetos que roba de casa de su madre, apostando y jugando lotería. «¿Cómo ha podido mi vida llegar a esto?», se lee en una nota escrita por el propio Ryota. Sus compañeros de trabajo le corrigen constantemente las palabras que dice, evidenciando su incapacidad para continuar dedicándose a la escritura; y su madre, una abuela entrañable, le sirve comida como si cuidara a una criatura indefensa, paralizada con la vida que lo sobrepasa como una tempestad.

Con todos estos trazos, Hirokazu Koreeda (Tokio, 1962) dibuja con gran complejidad el universo de la cinta. Logra antes que una maestría cinematográfica, la paciencia para construir la película como un entorno. Cada vida parece tener más de lo que muestra y, sobre todo, la película se nutre de los detalles: objetos que significan y pequeñas conversaciones filosóficas de la vida diaria. Lo cotidiano actúa como la red dramática donde se posa la épica del filme. En todo esto emergen las claves de las vidas comunes, que no se diseccionan, por el contrario, se enredan para preguntarse: ¿qué une a las personas?, ¿qué las separa?, ¿qué conforma una familia, una amistad o una relación? En un diálogo de entera ternura, Shingo, anuncia que su héroe es su abuela. Se trata, por un lado, de una oda a lo más cercano, y por el otro, a la anulación del padre como referente (desde la perspectiva de Ryota). Este lazo construido secretamente entre el nieto y la abuela, es más que una complicidad entre dos personas con posiciones despreocupadas dentro de la familia. Consiste en una anciana y un niño (la más grande y el más chico), que son los únicos personajes de la película que no buscan algo que no son. Ella disfruta de sus días en un grupo donde escuchan música clásica, y el niño, a pesar de los problemas de los mayores, no tiene otros anhelos que lo que hay frente a él.

Hay otro elemento que refuerza está inocencia que reposa en la mujer y su nieto. En el barrio en que vive la anciana —donde hace mucho que ya no hay niños—, permanece cerrado un tobogán de juegos debido a un accidente. Esto, de algún modo, remite a una infancia clausurada. Hacia el final —después de un tifón que azota a la ciudad, y que obliga a la familia disfuncional a volverse a unir por una noche—, Shingo sale en medio de la lluvia torrencial a jugar al tobogán cerrado junto a su padre Ryota. Intentan devolver a la vida un poco de la magia perdida. Kyoko, después de buscarlos, los alcanza y juega con ellos. Así cruzarán la noche en medio de la tormenta, resarciendo sus vínculos a través del juego, tomando la vida con calma y alegría, tratando de olvidar todos los problemas que conlleva la frustración. Al día siguiente, con un sol resplandeciente y paraguas agujerados tirados en las calles, Ryota se despedirá de Kyoko y Shingo, dejando en la espera de su próximo encuentro, el asomo de un tiempo mejor.


Rafael Guilhem coedita de la revista digital Correspondencias: Cine y pensamiento. Fue ganador del VII Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes “Fósforo” 2017, categoría «Exalumnos y público en general», en el marco del Festival Internacional de Cine UNAM. Formó parte del Jurado Joven en la XI edición del Festival DocsMX y fue seleccionado para el programa Talent Press del Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2017.