Mucho ruido y pocas nueces

Mucho ruido y pocas nueces

Por | 1 de julio de 2013

La combinación William Shakespeare más Joss Whedon (Nueva York, 1964) no puede más que despertar sospechas. Por un lado tenemos al escritor de habla inglesa más importante de la historia y por otro, al director de la tercera película más taquillera de la historia –apenas atrás de Titanic (1997) y Avatar (2009), ambas de James Cameron. Es por ello que imaginar a Whedon adentrándose en las sutilezas del dramaturgo inglés tras haber dirigido un enorme y exitoso blockbuster de superhéroes como Los Vengadores (The Avengers, 2012) era un tanto difícil. Más sorprendente resulta saber que el director rodó ambas películas al mismo tiempo.

El director sucumbió a la tentación en la que han caído muchos cineastas: volver a Shakespeare y traerlo de regreso a nuestros tiempos, sin embargo, tomó una decisión inteligente: en lugar de retomar los grandes textos canónicos como Hamlet, El Rey Lear, Otelo o Enrique V, por mencionar tan sólo unos cuantos, optó por una comedia de aparente sencillez, cuya trama se desarrolla mayormente en un solo escenario. Filmada en doce días, en su casa, con un presupuesto bajísimo y protagonizada por sus amigos, Whedon hizo de Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 2012) una película indie estadounidense.

Alejado de la sobriedad con la que suele traducirse visualmente a Shakespeare, pero sin caer en el manierismo barroco de Baz Luhrmann, Whedon filmó su película en blanco y negro y la ambientó en nuestra época, aunque conservó el texto casi íntegro de la obra original. La trama de Mucho ruido y pocas nueces se centra básicamente en dos premisas: la que involucra a don Juan (Sean Maher) y su intención de separar a los enamorados Claudio (Frank Franz) y Hero (Jillian Morgese) y la que trata del plan urdido por varios para unir románticamente a Beatriz (Amy Acker) y Benedicto (Alexis Denisof). Los primeros son idealistas y entregados; los otros son cínicos y renuentes. Y es centrándose en ésta última pareja que Whedon logra sacar más partido al texto shakespereano: las frases sarcásticas y las situaciones absurdas parecen tener una cabida lógica en la diégesis de la historia, aun cuando sabemos que ninguna persona podría hablar o comportare así en la realidad. Es un gran logro del creador, pues, el que su película no se vea anacrónica y al mismo tiempo resulte entretenida.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 5, verano 2013, p. 59) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Rebeca Jiménez Calero es crítica de cine y profesora en la carrera de Comunicación de la Universidad Nacional Autónoma de México.