Sopladora de hojas

Sopladora de hojas

Por | 18 de mayo de 2017

Se mueren los viejitos y los enfermos. O eso pensamos hasta que fallece la primera persona de nuestra generación que conocemos –algo que, mientras más jóvenes somos, más inesperado resulta. Sí, la muerte es nuestra única certeza pero, hasta que no sucede, está allá, a la distancia, y no acostumbramos voltearla a ver demasiado seguido. Sopladora de hojas, que se anuncia a sí misma como una “épica cotidiana en nueve capítulos”, coloca como permanente nota al margen esta situación: todos nos vamos a morir un día, y nadie puede estar seguro de que ese día no es hoy, o mañana, o dentro de una semana.

Todo comienza y termina en un día cualquiera que sólo es distinto porque Lucas (Fabrizio Santini), Emilio (Francisco Rueda) y Rubén (Alejandro Guerrero) planean ir más tarde al funeral de su amigo y portero del equipo. Pero antes, tienen que encontrar las llaves que uno de ellos perdió, y en el proceso morbosean a la vecina, interactúan con sus padres, la novia insoportable de Lucas, la policía, bromean, se pelean, juegan, pasan el tiempo: al final es un día más. Es muy probable que ninguno de ellos haya considerado la idea de que cualquiera de los vecinos, de los güeyes con los que juegan futbol, de los compañeros de sus escuelas –y, por ende, también cualquiera de ellos tres–, si se enfrenta a alguna desafortunada casualidad podría morirse de un momento a otro. No es algo que uno ande pensando seriamente a esa edad.

Generalmente experimentamos las muertes de los otros a través de abuelos, padres de amigos, tíos; vaya, sabemos que la gente se muere, pero es algo lejano, como algo que le pasa a alguien más. Cuando quien muere es alguien de nuestra edad edad, proveniente del mismo lugar, con una vida más o menos similar, la confrontación con la propia mortalidad es violentamente ineludible. No sólo están el duelo y los afectos, hay algo más: la consciencia de que así como fue el otro, pude haber sido yo. La muerte está ahí, latente, esperándonos a todos, manifestándose en la ausencia de quien antes estuvo al lado.

Y, mientras tanto, la cotidianidad se mantiene. Las ficciones suelen presentar la muerte como un hecho trágico que detiene el mundo, pero la realidad es que el mundo continúa –de la misma manera en que va a continuar cuando cada uno de nosotros muera. Lidiar con esto sería insoportable si uno no tuviera un entorno lleno de estímulos y razones para voltear a otros lados. La evasión también puede ser una estrategia de supervivencia. Estos tres amigos encuentran maneras de prolongar la tarea de encontrar unas llaves durante todo un día, en un proceso de postergación emocional durante el que se cuelan instantes de temor y dudas. Ninguno de los tres lo menciona demasiado, pero podemos ver que la idea está rondando sus cabezas –el único momento en el que se manifiesta el dolor, paradójicamente negándolo, es cuando Lucas explota y dice que ése al que van a ver, el cadáver, no es su amigo; Higuita era su amigo mientras estaba vivo y ya no lo está.

Así, Sopladora de hojas (Alejandro Iglesias Mendizábal, 2015) plantea un paralelismo terrenal entre la muerte como realidad inminente y las vidas –no necesariamente demasiado significativas ni demasiado interesantes– del día a día que siguen avanzando. La muerte del otro también es la muerte propia esperando, pero esto no puede ni debería paralizarlo todo –es más como un murmullo constante que de repente destaca a manera de recordatorio, o como una sensación de prisa interna que sólo a veces está en primer plano, pero permea todo lo que hacemos y que, en el mejor de los casos y como le pasa a estos amigos, puede detonar procesos de introspección. Al final, la vida no es melodrama y, aun cuando ese otro tan parecido a uno mismo haya muerto, uno va a seguir planeando, teniendo fantasías, pendejeando con los amigos, haciendo lo que los simples mortales hacemos todos los días, a la par que recordándolo, a veces más, a veces menos.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica. @ay_ana_laura