Un gallo con muchos huevos

Un gallo con muchos huevos

Por | 22 de mayo de 2017

En el Anuario Cinema México que publica el Instituto Mexicano de Cinematografía, sin duda buena fuente de información, la única oficial que provee diversos datos sobre la producción y exhibición de películas mexicanas, aparecen entre las elegancias de su diseño datos extraviados, dejados al azar, que por supuesto llaman la atención. Uno de ellos es que en los apéndices hay un cuadrito bajo el rubro de “Aspectos relevantes del cine mexicano 2010-2015”, se trata del nada gustado tema del dinero.

El cuadrito dice que el Estado invirtió en producción cinematográfica las siguientes cifras en dólares estadounidenses: en 2010, 69.9; en 2011, 70.2; en 2012, el de mayor inversión, 77.6; en 2013, 65; en 2014, 67; y en 2015 de nuevo 67. Lo que da un gran total de 416.7 millones de USD, que al tipo de cambio de veinte del águila por unidad, significa que el Estado en un lustro apoyó producciones de ficción y documental, largometraje y cortometraje, con ocho mil 334 millones de pesos. O sea, el Estado es como esa película animada: Un gallo con muchos huevos (Gabriel y Rodolfo Riva Palacio, 2015). Huevos de pascua si se quiere, que esconden en su interior la jugosidad de un lindo presupuesto.

En el Anuario se desglosan los ingresos que obtuvo el cine mexicano en el mismo lapso: en 2010 ingresó 40 millones de dólares; en 2011, 49; en 2012, 36; en 2013, 101; en 2014, 90; y en 2015, último año en que hay datos oficiales, obtuvo 70 millones. El total: 386 millones de USD. Al mismo tipo de cambio da un total en moneda nacional de siete mil 720 millones.

De acuerdo a los parámetros de la industria del cine, que funcionan igual en Francia, Hollywood, China o México, para que sea rentable debe recuperar cinco veces su inversión. En el caso del dinero invertido en México, es evidente que se queda en números rojos, ya que hay una pérdida de 614 millones de dólares. La inversión de los 416.7 millones deberían haber aportado una ganancia de 2,083.5 millones. O sea, de 41,670 millones de pesos.

De acuerdo, la inversión de todas las películas no debe implicar que todas sean rentables y el Estado no debe buscar lucro en una industria tan artesanal como la actual. Pero también es cierto que algunas películas sí están haciendo negocio y que resulta atractivo invertir en cine. Tanto que el propio Anuario se publica en edición bilingüe e incluye un amplio directorio de las empresas –a veces micro– dedicadas al cine, que abarca sus buenas 16 páginas, a cuatro columnas.

Lo cierto es que existe un déficit entre la inversión y la recuperación. También que el diminuto rubro, del dinero invertido por el Estado en la producción fílmica, lo es porque nunca desglosa cuánto se le da a cada película. Sabemos que programas, como los de óperas primas de las dos escuelas nacionales de cine que los hacen, son apoyados en un cincuenta por ciento en su inversión por parte del IMCINE. Y que no deben rebasar cierto presupuesto establecido, que era próximo al millón de dólares. Pero de otras iniciativas, que muchas veces proponen esas microempresas privadas, nunca nada se sabe. Tampoco cómo se distribuye la cantidad anotada, bastante generosa. ¿Cuánto se le da a los largometrajes? ¿Varía según el proyecto? ¿Es discrecional su uso? ¿Hay diferencias entre documentales y ficciones? ¿Qué pasa si el proyecto resulta ambicioso, con apenas un inversionista, el Estado paga el resto? ¿Qué pasa con películas de corte abiertamente comercial, como las tontas comedias que ahora nos inundan, qué porcentaje de su inversión reciben? ¿Hay algún compromiso real de compartir la probables ganancias con el Estado si se vuelve rentable la cinta en su exhibición? Si una empresa tuvo una película, exitosa en cartelera comercial, ¿se le apoya con dinero estatal para su siguiente producción? ¿No deberían abstenerse de pedir dinero del erario cuando ya obtuvieron ganancias para ser independientes?

Lo más agradable del presupuesto mencionado sigue siendo eso: que aparentemente no hay obligación de dar cuenta detallada de cómo se invierte y de qué sucede cuando las cintas triunfan. Además, ante lo escueto de las cifras de inversión publicadas surgen más dudas. Porque parece opaco cómo se otorga ese dinero. Pareciera que hay “favoritos” que tienen acceso a más huevos de pascua de nuestro gallo del que tendrían, por ejemplo, desconocidos recién llegados.

Lo recomendable sería que en futuras ediciones del Anuario se desglose claramente cómo se distribuye el dinero; el anexo debe ser más amplio: de hecho, lo ideal, sería incluir en las fichas los detalles del presupuesto de cada película. Y, ni modo: cuánto recuperaron. Evitaría esto especular sobre cómo nuestro gallo distribuye sus huevos de pascua; que se evite interpretar que hay favoritismos o que el dinero lo da a tontas y locas. El tema es mucho más relevante que un simple cuadrito extraviado en el anexo del Anuario.


José Felipe Coria es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como Reforma, Revista de la Universidad, El PaísEl Financiero.