Indiferencia

Indiferencia

Por | 1 de septiembre de 2012

Mientras escudriña junto con sus alumnos el concepto de doublethinking, creado por George Orwell para su novela 1984, el maestro sustituto Henry Barthes (Adrien Brody) les ofrece una definición: «Es creer deliberadamente en las mentiras sabiendo que son falsas». Esta misma filosofía, la que nace del doblepensar orwelliano, es la que aplica Barthes a su vida diaria: aunque se muestra indiferente con la vida, con las personas que lo rodean, con las situaciones en las que se encuentra, él sabe, muy en su interior, que esto es imposible, nadie puede desapegarse tanto. Pero, por su bien, ha decidido creer deliberadamente en esta mentira.

El rostro en primer plano de Barthes abre el filme: de manera amable y tranquila pide a todos salir de sala. Está a punto de confesar ante una cámara cómo ha sido su experiencia docente. Pero antes de la historia principal, se nos muestran los testimonios verdaderos de algunos profesores: sus relatos están impregnados de un amargo desencanto. La visión pesimista de la película deriva de la imaginería romántica en torno al maestro: aquella figura que modifica la vida de quienes reciben sus enseñanzas. La figura ha cambiado con los años y aquel romanticismo se ha convertido en cinismo e indiferencia.

No obstante, el héroe de esta historia no deja de ser un héroe; a pesar de su autoimpuesto desapego, hay algo en Barthes que lo obliga a querer mejorar las cosas: su encuentro con una prostituta adolescente y la relación con su abuelo sacan a flote el lado que él trata de ocultar. Esto también aplica a su vida profesional: para él, su labor consiste en mantener el orden y evitar que alguien mate a otro en el salón de clases, sin un compromiso real por enseñar. Pero la elección de ser profesor inevitablemente lo lleva, aunque con una actitud distante, a afectar a sus estudiantes.

Indiferencia (Detachment, Tony Kaye y Carl Lund, 2011) es una declaración de amor hacia la docencia, pero también una confesión del dolor que ésta causa; es una visión romántica y cínica al mismo tiempo. Es un doblepensar dentro del salón de clases.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 2, otoño 2012, p. 55) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Rebeca Jiménez Calero estudió la licenciatura y la maestría en Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México.