Zeus
Por Adolfo López | 2 de marzo de 2017
Los halcones son aves rapaces, animales con una visión aguda que les permite ubicar y cazar a sus presas. Aves solitarias, independientes y agresivas cuando de cuidar a sus crías se trata. No obstante, esta imagen contrasta con Zeus, un ave domesticada que depende de su dueño.
La opera prima de Miguel Calderón narra la edípica relación entre Joel (Daniel Saldaña) y su madre, Luisa (Ana Terán). El primero es un inútil treintañero que gusta de la cetrería, sin interés por crecer o independizarse; la segunda, una reconocida doctora incapaz de realizar –por holgazanería– sus propias tareas, mismas que deja en manos de su hijo.
Calderón (Ciudad de México, 1971) –que ha trabajado lo mismo con fotografía, pintura o escultura– ha dotado su obra plástica de un humor y rebeldía que contrasta con la sencillez. En ese sentido, sus intereses cinematográficos se relacionan íntimamente con los artísticos. Sus imágenes son resultado tanto de la desfachatez como de la ironía. Los tonos de sus imágenes son oscuros y siniestros; envueltos en la neblina o la claustrofobia, provocan miedo.
Luisa es una mujer irresponsable y desenfadada que utiliza a su hijo para cumplir sus obligaciones profesionales. Joel, un tipo ensimismado, parece vivir exclusivamente para Zeus, un halcón hembra. La relación entre madre e hijo se desarrolla como si se tratara de un matrimonio aburrido. Ella establece un vínculo con su vecino; él, por su parte, frecuenta a una mujer que no satisface ni sus intereses ni sus deseos.
Como las obras de Calderón, Zeus (2016) es una pieza macabra y escandalosa, una historia donde en el imaginario el halcón puede lo mismo tener relaciones con la madre de Joel o asesinarla. En esta película donde las conversaciones acartonadas tienen el mismo peso que los silencios, ambos recursos sirven para proyectar ideas relacionadas con la complejidad de las relaciones personales o la incomunicación.
Como sucede en una buena parte del cine mexicano actual, en esta cinta la figura paterna es un holograma que se desvanece. El hijo confiesa que nunca conoció a su padre, que su único acercamiento con él fue cuando lo vio tendido en un ataúd a la espera de ser enterrado. La madre recuerda a su propio padre como alguien que vivió sus últimos días débil y humillado. Una coincidencia que fortalece la relación entre estos dos.
Hacia la mitad de la cinta se produce un quiebre que separa a la pareja. Entonces, Joel se comporta como un niño. El desenlace –devastador y al mismo tiempo humillante– reencuentra esta sórdida relación provocando que ambos se juren fidelidad. Joel y Luisa miran hacia un abismo donde, sin embargo, permanecerán juntos por mucho tiempo.
Adolfo López es egresado de la carrera de comunicación en la UNAM. Ha colaborado en la Revista Domingo, en la Revista Cinefilia y para el portal de TimeOut.
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