Mia madre y los límites de la ficción
Por Ana Laura Pérez Flores | 14 de enero de 2016
Mia madre (2015), el filme más reciente de Nanni Moretti (Brunico, 1953) parte de una base innegablemente autobiográfica: una directora de cine –que se encuentra trabajando en el rodaje de una película– debe lidiar con la convalecencia de su madre y varios otros problemas personales. El relato se alimenta de la propia experiencia del director –mientras trabajaba en Habemus Papam(2011), su madre decayó y murió. La historia proviene de un lugar íntimo y, siendo portadora de una mirada interna, pone en evidencia lo absurdo del artificio cinematográfico cuando se contrasta con la vida más allá de los límites de la ficción.
En un desplazamiento de miradas, el director interpreta el papel del hermano de la protagonista –que decide dejar de trabajar un tiempo para cuidar a su madre–, mientras el papel protagónico es interpretado por Margherita Buy. Si el espectador toma en cuenta las condiciones de gestación de la película y las incorpora en su acercamiento, podrá ver en ella un homenaje del artista a la vida fuera de la creación artística –paradójicamente, a través de la misma. Sin embargo, una audiencia menos informada se enfrentará con un relato fragmentado que sólo alcanza a reunir fuerza hacia su culminación.
Se distinguen tintes extremos: la sensación de devastación de la protagonista se contrapone a los momentos humorísticos. A través de la ridiculez de ciertos instantes y de la construcción del personaje del actor que protagoniza la película que se está rodando (John Turturro), Moretti enfatiza la sensación de aislamiento y desolación de la protagonista, el dolor de su pérdida. El humor funciona como punto de contraste en un vaivén de emociones que matiza el relato de manera, aunque interesante, un tanto forzada –los exabruptos de la protagonista llevan el relato hacia zonas que parecen, por momentos, disonantemente melodramáticas.
La mirada transita por toda una serie de relaciones en la vida de Margherita: conocemos a su hija, su ex amante, su exesposo, sus colegas, su madre, los alumnos de su madre, la enfermera y el insufrible actor de su película. Ninguno de los conflictos llegará a concretarse; lo que sucede se remonta a tiempos anteriores a la convalecencia de la madre y persistirá aún después de su muerte. La enfermedad sólo funciona como lente maximizador, como acento sobre las previamente existentes tensiones. Como si se colocara en el ojo de un huracán, la protagonista se enfrenta a interminables estímulos que nunca acaban de despegar. Podría decirse entonces que se trata de una historia de la contención previa a la pérdida, la antesala de un duelo inminente y la resignación frente al hecho de que la vida sigue.
El filme hace una crítica frente al quehacer cinematográfico y lo absurdo que termina pareciendo en situaciones tan apabullantes como aquellas por las que está atravesando Margherita. Se convierte en un cuestionamiento sobre el cine desde sus adentros, una paradoja interesante que hay que tomar en cuenta. Posiblemente ése sea el gran acierto de Mia madre: Moretti logra distanciarse de sí mismo en su papel como cineasta para poner en evidencia, a través del mismo cine, que, aunque haya historias que vale la pena contar, la ficción no es más que ficción: la vida real se encuentra fuera de los límites de la pantalla.
Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.
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