La calle de la amargura

La calle de la amargura

Por | 19 de enero de 2017

Probablemente no existe otro largometraje de Arturo Ripstein donde se sienta tanto la influencia buñueliana de Los olvidados (1950). Basada en la historia real de 2009 en la que dos luchadores enanos –La Parkita y Espectrito Jr.– fueron asesinados por dos prostitutas, La calle de la amargura (2015) proyecta un universo abyecto localizado en una zona marginada de la Ciudad de México, donde los personajes están rodeados de miseria y precariedad.

Dos líneas argumentativas convergen en un desenlace trágico: por un lado, las vidas de Adela (Patricia Reyes Spíndola) y Dora (Nora Velázquez), sexoservidoras de la tercera edad que se enfrentan a la creciente dificultad de conseguir clientes, así como a situaciones familiares complejas, violentas y disfuncionales –Dora se hace cargo de su hija, una adolescente abandonada y problemática, mientras lidia con la homosexualidad de su marido; Nora cuida de una anciana lisiada que la introdujo en la prostitución, a quien ofrece una pobre calidad de vida. Por otro lado, dos hermanos que intentan abrirse camino en la lucha libre cuyas vidas se desarrollan en un ambiente violento al lado de una madre dominante y un padre alcohólico.

La película de Ripstein posee una estructura narrativa parecida a la de una tragedia griega. El destino y lo inevitable son consecuencia de una historia expuesta de una forma aristotélica, como la marea que conduce el viaje del náufrago a su antojo, reservando para sí el veredicto de muerte o la salvación.

El realismo de Ripstein retrata la sordidez sin tapujos ni prejuicios. Su aproximación es la de un observador que busca develar un fragmento de la realidad en la misma línea que su maestro, Luis Buñuel. La calle es el único escaparate de la miseria. Y la mejor forma de retratarla es en blanco y negro. El magnífico trabajo de fotografía de Alejandro Cantú dota al relato de un tinte anacrónico que hace eco del universo visual de la nota roja de los años cincuenta, género literario-periodístico al que la cultura mexicana ha rendido culto a lo largo de muchos años.

La calle de la amargura no retrata la violencia como un juego de buenos contra malos, sino como un fenómeno producido por un contexto socioeconómico desfavorable. Un callejón sin salida del que es imposible regresar.


Donají Velasco es licenciada en Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado artículos y reseñas en otros medios digitales, como Portavoz, y ha colaborado en la redacción de catálogos de arte.